¿Recuerdan el austericidio?
Aquel que Rajoy aplaudió y aplicó enérgicamente (a los demás) y luego su autora (Merkel) dijo que había sido una metedura de pata como la copa de un pino. ¿Sí? ¿Lo recuerdan?
Pues hacen bien en recordarlo porque gracias a algunos políticos de nuestro país, la metedura de pata continúa y el austericidio sigue campando a sus anchas.
Así como entonces algunos políticos febles y sus coros mediáticos (tan febles como ellos) se apresuraron a seguir las órdenes de la jefa Merkel para meter la pata con ella hasta el fondo, se hacen ahora los remolones para sacarla.
Que nos estemos quedando sin un sistema sanitario que fue motivo de orgullo, realidad preocupante que cabe deducir del deterioro severo observado en varias comunidades autónomas, con especial protagonismo de Madrid, inspiradora de todos los amigos de la tijera neoliberal, y esto a pesar de los arrepentimientos públicos expresados durante la pandemia, cuando miles de cadáveres estaban aún recientes, sobre lo inoportuno de los recortes aplicados (vía austericidio) al sistema sanitario de todos, tiene que ver con esa realidad y esa ideología.
Que los médicos de carne y hueso, olfato y tacto, vista y sexto sentido (ojo clínico dicen otros), sean sustituidos por pantallas y kioskos telemáticos, tiene que ver también con ello.
Que el negocio de los seguros sanitarios privados, como el del agua privada, como el de la electricidad privada, como el de la energía privada (el aire está aún por privatizar), vaya viento en popa, demasiadas veces con destino en los paraísos fiscales, tiene que ver con ello.
Vamos a una sociedad escafandra y metaversa, escapista y dividida, en la cual el que tenga dinero para pagarse una (escafandra) podrá respirar aire puro, y el que no, tendrá que ahogarse intoxicado por la porquería ambiente. Cuestión de precios y nivel adquisitivo dentro de la lógica despiadada y desregulada del mercado. Aunque digámoslo claro: al final la porquería ambiente, promovida y alimentada tan irresponsablemente, acaba alcanzando a todos.
Peligroso sería que la permisividad con la malversación, una forma de corrupción tan característica de nuestra derecha y de nuestro socialismo neoliberal, apareciera ligada a un gobierno que se dice progresista
Cuando ya estamos enfrascados en nuevos desastres y nuevas angustias (la guerra de Ucrania, el riesgo cierto de guerra nuclear, la inflación, la carestía de lo básico, empezando por los alimentos y siguiendo por la calefacción…), la serie televisiva «This England» nos devuelve a la crisis anterior, la crisis pandémica, que parece olvidada pero que fue ayer y puede volver a ocurrir mañana. Boris Johnson, la política neoliberal, y la pandemia. Muy recomendable como ejercicio de memoria.
Un hilo de esperanza puede haber todavía en la certeza o certidumbre de que lo que va a acabar con la carrera de unos cuantos políticos en nuestro país no es el bolchevismo, ese fantasma del que nunca más se supo, sino la desesperación de los ciudadanos ante el deterioro y la pérdida de su sistema de salud. No sería la primera vez que este error garrafal acaba con gobernantes empinados y gobiernos prepotentes, autonómicos o centrales.
Ese bolchevismo invocado y agitado por los monaguillos del catecismo neoliberal para justificar sus delirios económicos y fiscales, recortes y privatizaciones, nos recuerda mucho al coco para adultos de las pinturas más negras de Goya. La flatulencia dañina de una mente fanática, o la artimaña de los que saben que es mentira.
Y, si bien se mira, el austericidio pernicioso (como su inspiradora luego confesó) y de tan fatales consecuencias durante la pandemia, tiene en su génesis como fundamental impulso toda una retahíla de estafas financieras, fraudes fiscales, ventas engañosas de humo, y malversaciones a tutiplén, que cualquiera que tenga los ojos abiertos al presente posmoderno sabe que constituyen el santo y seña del programa neoliberal y sus «desregulaciones» anexas, o sea, un producto natural de la ultraderecha económica y política. Aunque aquí tenemos que incluir como colaborador necesario a un PSOE (el de Felipe González) vendido -literalmente- al neoliberalismo.
En el origen del austericidio catalán con sus recortes draconianos, que fue la espoleta que puso en marcha la última movida independentista (recuerden aquel vuelo escapista de algunos políticos austericidas en helicóptero), estaba la malversación continuada de sus dirigentes de entonces, prima hermana de la malversación continuada de otros dirigentes de nuestro país en aquel tiempo.
Hasta ese punto la corrupción consentida y consensuada entre centrípetos y centrífugos puede ser tóxica para un país. Hasta romperlo y disolver su unidad, fiel copia de la división y enfrentamiento que, dentro de toda sociedad, produce la ideología y la política neoliberal.
Así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que de aquellos polvos de corrupción y malversación, bien vista y consentida, proceden los actuales lodos separatistas.
Raro, incomprensible, y muy peligroso sería que la permisividad con la malversación, una forma de corrupción tan característica de nuestra derecha y de nuestro socialismo neoliberal, apareciera ligada a un gobierno que se dice progresista y por tanto contrario a este tipo de vicios, que al final resultan letales para cualquier democracia.