Opinión

Recapitulando

ministro interior jorge fernandez diaz
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz. (Archivo)

[dropcap]A [/dropcap]veces uno se pregunta si los tiempos posmodernos podrían llegar a superar en su deriva lo más rancio de los tiempos pasados. Y efectivamente parece ser que sí: y así vemos que hay políticos de VOX empeñados en conseguir esa proeza. Debe ser por “superioridad moral”, como dicen ellos.

Otros hay que a fuerza de invocar (en falso) la palabra «libertad», quieren volver y volvernos al siglo XIX, o incluso más atrás. Caso de Díaz Ayuso.

No hay límite, porque el siglo XVIII fue demasiado «progre», con Voltaire, Rousseau, y todos esos rojos de la Enciclopedia y la Ilustración, que menos mal que nuestros abuelos, siempre vigilantes, los incluyeron en el «Index», o incluso a algunos les prendieron fuego… purificador.

Que debe ser por eso, por lo de la “libertad”.

Esa inercia inquisitorial en nuestro país duró mucho, dilatando una cronología un tanto esperpéntica y monstruosa pues estiró esa infamia hasta casi los tiempos modernos. Y no lo decimos solo porque nuestra Inquisición durase hasta ya bien entrado el siglo XlX (un poco más y le pilla a Darwin), sino porque sus rescoldos parece que no se apagan nunca.

VOX y colaboradores (verbigracia Díaz Ayuso) serían el síntoma principal de esa anomalía histórica.

Vemos por ejemplo que Bartolomé Aragón, falangista de pro, admirador de Mussolini, y testigo principal de la muerte de Unamuno (estamos en el año 1936), se dedicaba en los ratos libres a organizar y dirigir quemas de libros, en muy oscurantistas y medievales (como todo lo suyo) autos de fe.

También lo hacían por “superioridad moral”, y por eso de imitar a Goebbels, aunque el mencionado falangista arguye en su defensa, muy orgulloso de su piromanía bibliocida, que eso de quemar libros (y si se tercia a sus autores), no es algo que imitasen -los de su barra negra- de los nazis, a los que por otra parte admiraban mucho, sino que lo habían inventado y patentado los españoles antiguos… antiguos y de pro.

“Verdugos demenciados” llamaba Unamuno a estos falangistas. A pesar de lo cual y en un intento de falsificación histórica, esos falangistas quisieron venderlo y enterrarlo como uno de los suyos.

¿Cuántas leyes mal hechas se han hecho mal y no se han corregido desde que decimos que vivimos en democracia? Un montón.

Por ejemplo y sin ir más lejos todo aquello que hace referencia a la impunidad del monarca, que aproxima la figura de nuestro jefe de Estado al de un sátrapa.

¿Alguien lo ha corregido? ¿Alguien ha pedido perdón por el patético papel que esta infamia nos hace representar ante el mundo civilizado y democrático?

Otras leyes hay que, mal hechas, su imperfección se ha hecho evidente, y se han corregido o sustituido con el paso del tiempo y la comprobación empírica.

Para un gobierno progresista, como es el actual, no debe ser ningún problema corregir los errores que se detecten en cualquiera de sus acciones, se llame tragedia de la valla de Melilla, o leyes en defensa de la mujer. Va en su código genético atenerse a la experiencia y guiarse por la razón.

Cosa que nunca se podrá pedir ni esperar de otros que se dicen «superiores morales” y poseedores absolutos de la verdad.

Veamos un ejemplo de «superior moral»: Mariano Rajoy, o por su nombre en clave, M punto Rajoy.

Resulta sorprendente que a estas alturas Rajoy no haya pedido aún perdón por los sobresueldos, ni por el austericidio (como ven, sobresueldos para los cargos del PP y austeridad para los españoles casan muy bien), que tanto daño hizo y sigue haciendo a los españoles y a su economía, a pesar de que su mentora (Merkel) ya dijo que se arrepentía y que aquello fue una metedura de pata, o sea, cosa de torpes o mal intencionados. No sabemos cuál de las dos cosas será peor.

Tampoco ha pedido perdón M punto Rajoy por la policía «política», diseñada para hacer trampas antidemocráticas, propagar mentiras sobre los adversarios y perseguir a la oposición política. Además de malversar dinero público (el de los fondos reservados empleados en esos loables fines).

En este último caso, el de la policía «política» al servicio de las marrullerías de su partido, no solo sorprende que no haya pedido perdón, sino que no haya tenido problemas serios con nuestra justicia.

Imaginen estos mismos hechos en cualquier otro país europeo o ante otra justicia.

Efectivamente, es inimaginable.

Pero esta «superioridad moral” entre nosotros tiene antecedentes, o sea, que la cosa viene de atrás.

Todos recordamos al presidente Aznar plantando los pies con acento yankee en la mesa del presidente Bush tras meternos con embustes y mentiras a los españoles en una guerra no solo injusta sino criminal, y que produjo, por la superioridad moral de sus autores, miles de víctimas inocentes, incluidos niños y mujeres.

¿Han escuchado al presidente Aznar pedir perdón por aquella masacre?

No lo esperen de su “superioridad moral”.

Sin embargo, los progresistas sí saben pedir disculpas y corregir errores, si estos se manifiestan evidentes tras la pertinente comprobación empírica. Pues eso.

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