[dropcap]P[/dropcap]or esas extrañas coincidencias que a veces nos depara el azar, he asistido estos días (como todos, un tanto perplejo) a las sorprendentes, increíbles, y poco de fiar palabras de algunos políticos de VOX, sobre su pretendida «superioridad moral» (era esperable que la broma de la posmodernidad nos llevaría a este tipo de oximorones), al tiempo que volvía a ver la película «Galileo Galilei», de la directora italiana Liliana Cavani. Una película que si bien nos habla de los hechos y circunstancias del astrónomo y matemático Galileo Galilei, y su enfrentamiento -en nombre de la ciencia y la libre investigación- con la Inquisición de la iglesia católica (aparentemente un hecho lejano en la Historia), nos habla también y sobre todo del «fascismo eterno».
Ya sé que este último concepto («fascismo eterno») suena a otros «ismos» eternos, pero es que este del fascismo «eterno» fue analizado y descrito con mucha lucidez y sentido común, entre otros, por un erudito, además de sabio: Umberto Eco. Cuando los sabios hablan o escriben, conviene tenerlos en cuenta.
Y algo de eternidad y continuidad histórica hay por ejemplo entre el caso Galileo y los negacionistas de ultraderecha que amenazaron de muerte a una de las principales científicas que condujeron, en tiempo récord, a la vacuna contra la COVID.
Si además tenemos en cuenta que estos días se ha abortado un intento de golpe de estado fascista en Alemania, planificado por un grupo de delirantes peligrosos y de intenciones violentas, mezcla de ultraderechistas, monárquicos, nazis, negacionistas, y conspiranoicos (algunos próximos al grupo ultraderechista estadounidense, QAnon, que sostienen ideas tan raras como que el cambio climático está provocado por unos rayos láser lanzados desde el espacio y financiados por los judíos, o sea, que además de violentos son tontos), pues cabe concluir que aquella eternidad o continuidad histórica que decimos, tiene algo de cierto.
Bertolt Brecht tiene también una obra de teatro sobre este caso de opresión y represión del pensamiento libre, o sea del pensamiento en sí, que si no es libre no es pensamiento: «Vida de Galileo» se titula su obra, y es que el autor conoció y padeció el fascismo. El de su época.
Joseph Losey a su vez se basó en la obra de Bertolt Brecht para hacer su película sobre el tema, «La vida de Galileo», de 1975, película muy recomendable siempre pero más en estos tiempos en que el monstruo asoma de nuevo la cabeza. Es esta una película bien trazada, rica en reflexiones y conceptos, y con su añadido musical.
La película de Liliana Cavani la había visto hace ya algunos años, pero estos días he caído en la tentación herética (aunque muy saludable) de volverla a ver, viniendo a coincidir esta actualización, ya digo, con las «superioridades morales» proclamadas a voz en grito por los políticos de VOX.
Que una pretendida superioridad moral tenga que proclamarse con tal despliegue de vocerío energúmeno y agresivo, nos debe resultar sospechoso.
Más que ante un caso de «superioridad moral», tan subjetivo que solo ellos lo aprecian, estaríamos ante un caso de «absolutismo moral» de los herederos históricos de Fernando VII, el «rey felón».
Repetir lecturas y películas con las que ya hemos disfrutado en el pasado suele ser un ejercicio gratificante (aunque no es regla firme) que no solo nos permite rememorar aquello de entonces sino que incluso puede acompañarse de una percepción nueva y más rica de significados y matices. Lo cual demuestra que Heráclito tenía razón cuando afirmaba que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río (ni leemos dos veces el mismo libro ni vemos dos veces la misma película), no solo porque el río del tiempo va pasando ante nuestras narices sino porque nosotros y nuestras narices vamos pasando y cambiando con él.
Puede ocurrir también que los significados de la obra que revisitamos se refuercen o cobren mayor resonancia al hilo de las circunstancias del presente, de manera que el conocimiento se convierta en una suerte de reconocimiento. Leer hoy, por ejemplo, «Sobre el fascismo», de Umberto Eco, es especialmente oportuno, ya que habla de fascismo «eterno» en un momento en que se muestran ante nosotros, con aires de posmodernidad, sus rasgos de siempre.
En la película de Liliana Cavani, además del «hereje» Galileo, aparece la figura del pensador y filósofo (antes fue fraile) Giordano Bruno, que es también una referencia histórica de la lucha contra la opresión del pensamiento y a favor de la libertad de investigación, y que por distintas razones evidentes se ha puesto en relación con Galileo y su «caso». A Bruno le fue peor que a Galileo, porque, más firme en sus aseveraciones, acabó en la hoguera. A Bruno se le menciona también en la película de Losey.
Existe también una película sobre este pensador «herético», Giordano Bruno (autor de «Sobre el infinito universo y los mundos”), dirigida por Giuliano Montaldo y protagonizada nada menos que por Gian María Volonte, al que podemos ver igualmente dando vida a otra víctima del fascismo en la película «Cristo se paró en Eboli», del director Francesco Rosi y basada en la novela del mismo título de Carlo Levi.
En la película de Liliana Cavani sobre Galileo, Giordano Bruno, al que quemaron vivo el 17 de febrero de 1600 en Roma, en el mismo lugar donde hoy aparece su estatua, en Campo di Fiori (una primera estatua suya fue destruida por mandato de Pío IX), pronuncia una frase al conocer su sentencia en la que quedan manifiestos su valor personal, la defensa de la dignidad humana a través de la libertad de pensamiento, y el conocimiento que este fraile-filósofo tenía de los mecanismos y estrategias del miedo, cuyos resortes maneja tan hábilmente el fascismo, como antes los manejó la Inquisición. Fascismo de ayer y fascismo de hoy.
Dijo lo siguiente a sus inquisidores y verdugos:
«Tenéis más miedo vosotros al pronunciar esa sentencia que yo al escucharla». Y acertó de lleno. El tiempo y la Historia pondría a cada cual en su sitio. Hoy Bruno es un héroe del pensamiento y de la ciencia (también de la libertad política), y sus inquisidores un capítulo negro de la Historia de la infamia, un precedente histórico del fascismo.
Durante los pactos de Letrán entre Mussolini y Pío XI, el papa y los papistas le pidieron al dictador fascista (que para eso era de su barra) que retirara la estatua de Bruno. Se ve que la Iglesia no acababa de digerir (y aún no lo ha hecho) esa hazaña suya de quemar vivo a un pensador ilustre, probablemente el más lúcido y avanzado de su tiempo.
Pero Mussolini, que adivinaba y temía la respuesta civil y popular que esa renovada inquisición «en efigie» sobre el fraile martirizado podía provocar, no aceptó y solo consintió prohibir los homenajes que cada 17 de febrero se le hacían al «hereje» ante su estatua.
Homenajes que hoy, una vez recuperados de su prohibición fascista y clerical, se siguen haciendo. Que sea por mucho tiempo.
Unos días después veo en Movistar un documental sobre el telescopio James Webb: «James Webb: el telescopio definitivo», dirigido por Terri Randall.
Reflexión que se impone: la aventura y el equipo humano que está detrás de esa proeza astronómica y óptica, y otras parecidas (hoy podemos pasearnos visualmente por los parajes de Marte como si nos diéramos una vuelta por una manzana de nuestro barrio), así como también detrás del abordaje racional de las enfermedades y sus remedios, entre otros logros, supone una forma de pensar muy específica que no siempre estuvo con nosotros, pero que tiene ya a sus espaldas una larga y no siempre fácil historia que podemos remontar muy atrás en el tiempo, hasta llegar, entre otros hitos, a los pensadores griegos presocráticos.
En dicho documental y al hilo de una de las imágenes logradas con el nuevo telescopio, se dice: «Este es el primer campo profundo del James Webb, un trocito de cielo totalmente abarrotado de galaxias».
Y en otro momento: «Hay una galaxia que parece estar retorcida. Se parece mucho a un cuadro de Dalí, el de los relojes que se derriten…».
Giordano Bruno y Galileo Galilei habrían disfrutado. Y es por ellos por lo que hoy podemos disfrutarlo nosotros.
Lo más sorprendente de los tiempos que vivimos (siglo XXI) es que esta forma de pensar e interpretar la realidad, vuelve a estar cuestionada. Y más sorprendente aún: ese cuestionamiento se hace por sujetos que manejan teléfonos móviles, tablets y ordenadores para hacerlo, pero que también creen que el cambio climático se debe a rayos láser lanzados desde el espacio y financiados por judíos, como es el caso de Marjorie Taylor Greene, republicana extremista y representante del pueblo estadounidense que acostumbra a retratarse con una metralleta en la mano.
¿Contra los rayos láser que vienen del espacio?