[dropcap]N[/dropcap]o nos engañemos: la democracia española no está en riesgo, salvo que Europa admita y dé por bueno un golpe de Estado en uno de sus estados miembros, que parece que no.
Las que están en riesgo (esas sí) son las instituciones corruptas, incluida la monarquía, que han desprestigiado nuestra democracia y la han erosionado y corrompido desde dentro.
El riesgo del que hablamos, y sobre el que hacen malabarismos equilibristas esas Instituciones desprestigiadas por su propia acción imprudente, no implica violencia alguna, como no sea la suya propia (como se sabe nuestra ciudadanía más responsable y contestataria es contraria a todo tipo de violencia), solo implica la libertad de votar y decidir que conlleva de hecho toda democracia que se precie. Ese es el riesgo que nuestras instituciones corruptas corren y no quieren afrontar: que la democracia en nuestro país funcione, y se haga real y efectiva, un riesgo que evitan a toda costa.
¿Por qué el rey ha vuelto a equivocarse en su discurso navideño?
Básicamente porque habló de la «erosión de las Instituciones» como algo ajeno y que no iba con él, o como si desconociera que la suya es de las instituciones más erosionadas y desprestigiadas por la corrupción. Y lo que es peor, como si ignorase los varios motivos de esa erosión: la corrupción, pero también la parcialidad ideológica de que ha hecho gala siempre esa institución entre nosotros.
El caso de esas monarquías europeas que heroicamente y patrióticamente hicieron frente al fascismo y el nazismo, no es nuestro caso. Al contrario, Alfonso XIII envidiaba al rey italiano su Mussolini y no paró hasta que tuvo el suyo propio. Por eso ya no hay rey en Italia, pero inexplicablemente sí lo hay en España.
Por otra parte, hay que concluir que la «erosión de las instituciones», las otras erosiones de las que habla Felipe VI en su discurso sin aplicarse el cuento, son un fiel reflejo de la erosión de la institución máxima: la jefatura del Estado, aquejada de desigualdad ante la Ley y de corrupción impune, dos hechos demasiado graves para pasar desapercibidos, por mucho que se intente la estrategia de don Tancredo, y por mucho que esa corrupción contagiada con generosidad afecte también a la información veraz e independiente.
Si al descrédito de la Institución máxima, la jefatura del Estado, unimos el descrédito de la justicia, uno de los pilares fundamentales de todo estado de Derecho, en un tándem por otra parte esperable y coherente, en cuanto que en este tipo de desórdenes siempre interviene un alto nivel de colaboración, y un cierto orden (o desorden) jerárquico, hay que decir que efectivamente el descrédito de nuestras instituciones alcanza altas cotas y afecta a las más altas instancias.
Mientras no se respete el principio de igualdad ante la Ley, y no se controle la corrupción en las altas esferas, las instituciones seguirán en su proceso imparable de erosión y descrédito. Y lo que es peor, contagiando ese estado de cosas al resto de la estructura del Estado, y alimentando la polarización mientras haya ciudadanos que no traguen dócilmente con la corrupción y la ignominia que se les quiere imponer.
Por otra parte, y dado que en su discurso, Felipe VI habló de «futuro», es obvio que una Constitución que no esté abierta a reformas (parece evidente que en su discurso abogó por un inmovilismo que en las circunstancias actuales se parece mucho a la putrefacción), carece de futuro.
Esa «rigidez», por no decir «esclerosis», convierte nuestra Constitución en una anomalía dentro del entorno en que nos movemos, mucho más flexible en su capacidad de adaptación a los cambios y el paso del tiempo, o sea, mucho más sensible al hecho mismo de la «experiencia».
En resumen y como conclusión diríamos que el mayor favor que hoy puede hacer nuestra Constitución a sus ciudadanos es abrirse a las reformas, y el mayor favor y el más digno que hoy puede hacer la monarquía y su beneficiario actual es impulsar un referéndum para decidir la forma de Estado. Ambas cosas van unidas al concepto de futuro y, por supuesto, al concepto de democracia.