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Opinión

El Pequeño

El pequeño Nicolás saluda al rey el día de su investidura. (Facebook de Francisco Nicolás)

[dropcap]E[/dropcap]n el momento tremendo por el que cruzamos, rodeados por la inmoralidad y el latrocinio que estalla –y lo que queda pendiente de explotar–, ha revoloteado un caso que con frecuencia incita a la risa, pero que al poco se convierte en mueca y termina remitiéndonos a una especie de “corte de los milagros” valleinclanesca rediviva. Es “el pequeño Nicolás”.

El caso del pequeño Nicolás, es para estallar de risa, pero también para pararse a pensar, porque explica una de las preocupantes situaciones que se viven en este país, donde estamos viendo cómo nadie asume responsabilidades, gobierna el yo no sabía nada, yo no hice nada, mandan los conseguidores, se cuela el tanto por ciento de comisión o se roba directamente, siempre a costa del ciudadano. También en este caso del pequeño Nicolás, gentes con responsabilidades públicas y buenos sueldos, nadie sabía nada. Los importantes personajes con los que el personajillo aparece en las fotografías resulta –faltaba más– que “no saben nada”, incluso afirman no conorcerle o sólo de paso, a pesar de la complacencia en que están a su lado o él al lado de ellos. Un jovenzuelo al que a los quince años su madre llevó a Faes porque adoraba a Aznar y que ha hecho su recorrido al lado de las gentes más importantes del PP, ¿cómo que nadie sabía nada? Si hasta apareció en el balcón de Génova detrás de Rajoy entre los selectos-selectísimos del gozo electoral. ¿Y nadie sabía nada? Si saludó al rey en el desfile de ilustres tras su proclamación… Considere el lector que –y de ello tengo larga experiencia– a los periodistas nos registran y nos auscultan de todas formas cuando acudimos a cubrir informaciones a esos lugares a pesar de ir provistos de la correspondiente acreditación…, y ese pequeño, el pequeño Nicolás, andaba como Perico por su casa. ¿Nadie sabía nada, nadie sabe nada ahora, nadie le conoce, nadie es responsable?

[pull_quote_left]El pequeño Nicolás se movía por el PP con todo el consentimiento de todo quisque. Quizá, iba camino de posible conseguidor, mediador o lo que procediera[/pull_quote_left]El pequeño Nicolás, que se movía por el PP con todo el consentimiento de todo quisque –quizá, iba camino de posible conseguidor, mediador o lo que procediera–, cobra dimensión si trasladamos tal caso a un síntoma de lo que ocurre en el interior de los partidos políticos. En esas formaciones caben gentes de este tipo o de otro corte, pero nada sanos. Simplemente porque la estructura de los partidos políticos ya no se acomoda a los tiempos por los que navegamos. Si imperioso es modificar la Constitución, con ella no queda más remedio que meterle una remodelación a los partidos políticos, necesarios en la democracia, pero precisamente por eso al servicio de los ciudadanos, no como coto de juego de quienes controlan o viven en ese contorno. El sentido de aquellos partidos de la transición política ya no puede seguir siendo el de ahora, es evidente. Y, entre otros factores, desde luego, en esos partidos no caben “pequeños Nicolás”, como no caben toda esa gente que roba y defrauda al amparo del dinero de los ciudadanos. Y lo que sí procede es que quienes están en los partidos, y quienes desde ellos acceden a las instituciones, con su responsabilidad y sus sueldos, sepan qué ocurre en su mundo, que no ignoren lo que sucede en su entorno, y que se responsabilicen de ello. ¿O es que les pagamos para que no se enteren nada de nada?

El caso del pequeño Nicolás no es un caso de risa. Es otro caso vomitivo entre los casos de vómito que nos toca soportar un día tras otro.

— oOo—

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