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Opinión

Había una vez…

Recepción de los jeques en el Ayuntamiento, con Ana Suárez en primera línea y Fuentes, tras ella.

Cuenta la leyenda que había una vez una pequeña ciudad castellana, asentada a las orillas de un precioso río y con dos hermosas catedrales que recortaban majestuosas el cielo, que recibió, un frío día de enero, la visita de unos Magos de Oriente.

Las gentes que habitaban la ciudad trabajaban duramente para llevar a sus casas un salario lo más digno posible y dar a los suyos una vida plena y un futuro prometedor. La situación laboral no era lo mejor que estos hombres y mujeres podían desear. La mayoría de los jóvenes tenían que buscarse el sustento fuera de la pequeña ciudad y más del 60% de las mujeres que necesitaban trabajar no lograban encontrar donde. Y luego estaba el precio de la luz, la gasolina, las hipotecas, los víveres, los alquileres… Con todo y con ello eran relativamente felices.

Y así fue, que aquella mañana del frío enero castellano, una suerte de Magos de Oriente, subidos en flamantes corceles, engalanados con telas lujosas y desconocidas para los habitantes de la ciudad y luciendo ostentosas joyas, se dejaron caer hasta las orillas del precioso río y mientras las caballerías saciaban su sed se reunieron en un pequeño cónclave improvisado y tuvieron una visión, llegando a la conclusión que convertirían la pequeña ciudad en una de las ciudades más fastuosas del orbe.

Y sin más dilación mandaron llamar a los máximos responsables políticos de la ciudad y les hicieron partícipes de su decisión. El mundo entero iba a envidiar a su pequeña ciudad. Todos aquellos problemas que acuciaban a sus gentes pasarían a ser cosa del pasado. La pequeña ciudad pasaría a ser la inmensa ciudad en la que los perros irían atados con longanizas, de las fuentes saldrían vinos de impresionante calidad y sus ciudadanos pasarían a ser poco menos que jeques árabes.

Los políticos, y alguna política también, quedaron impresionados, casi hasta hechizados con esta propuesta. Raudos avisaron a los alguaciles para que congregaran a todos los vecinos de la pequeña ciudad en la Plaza Mayor y allí, con ayuda de juglares y trovadores, pasaron a exponer con todo detalle el proyecto de los Magos de Oriente a sus súbditos.

Fueron cuatro días de algarabía y de jolgorio, la fiesta no paraba nunca y todos se veían ya disfrutando de las carrozas que les transportarían de un lugar a otro de la ciudad (teleférico lo llamaban los Magos), de los lujos que iban a venir y en definitiva de una nueva vida plagada de placeres mundanos y gratuitos y sobre todo sin volver a pasar ninguna necesidad.

Y así estaban, entre cánticos y risas, cuando un pequeño grupo de escépticos ciudadanos se fijó con más detalle en los Magos de Oriente. Se acercaron a ellos y vieron que las lujosas telas no lo eran tanto, tenían remiendos, olían a rancio y el dobladillo deshilachado. Luego fijaron su mirada en aquellos antes majestuosos caballos y se dieron cuenta de que vistos de cerca eran bastante más viejos de lo que parecía e incluso alguno cojeaba ostensiblemente (y de que tenían más de mulos que de caballos). Desconfiados revisaron con disimulo las joyas que portaban estos Magos y horrorizados fueron conscientes de que eran tan falsas como las promesas que les habían hecho.

Y así, entre cuchicheos de estos vecinos, que se sentían estafados y hasta humillados, la Plaza Mayor se fue quedando en silencio. Ya no había cánticos ni músicas y todos tenían la mirada clavada en los supuestos Magos de Oriente y en los gobernantes de la pequeña ciudad. Fueron unos momentos tensos en los que más de uno de estos gobernantes miraba al cielo y silbaba intuyendo el engaño al que habían sido sometidos.

Los falsos Magos, que contaban con experiencia en ser desenmascarados, y en huidas furtivas, fueron bajando con disimulo del templete y muy lentamente se fueron subiendo en sus viejos mulos y a paso lento, sobre todo el rocín de la cojera ostensible, se alejaron de la pequeña ciudad canturreando por lo bajini.

No sé muy bien si fueron felices y comieron perdices, lo único que tengo claro es que todo parecido con la realidad es pura coincidencia y que es conveniente conocer el refranero popular: “Nadie ofrece tanto como aquel que no va a cumplir”.

Y colorín colorado este cuento, en toda regla, se ha acabado…

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