El neoliberalismo es un iliberalismo.
Muy disfrazado, eso sí, y de los mejor financiados (incluso con dinero público y patrimonio nacional), pero un iliberalismo al fin y al cabo.
Los griegos vendiendo sus islas para pagar a los mafiosos de turno y Ulises sin tierra firme donde reposar sus huesos. Posmodernidad pura y dura. Ladrones de guantes blancos y piratas disfrazados de ejecutivos.
El Neoliberalismo y el iliberalismo nacen y crecen unidos por un vínculo siamés: los «Chicago Boys» y Pinochet, gánsteres y dictadura.
Ahí tenemos también el ejemplo de nuestro rey emérito, haciendo negocios a su manera bribona («desregulada» dicen otros) y sin tener que rendir cuentas a nadie. Y menos que a nadie a los ciudadanos que dice representar y a la justicia.
Corrupto o neoliberal en cuanto a sus asuntos económicos, iliberal en cuanto a su impunidad privilegiada.
Un símbolo de los tiempos aclamado por los de su barra, desde Vargas Llosa al inefable Macron.
Pero los ejemplos abundan y se repiten, sobre todo, a partir de la pérdida de determinados escrúpulos históricos y de determinados controles políticos.
La estafa financiera del 2008 es un hito en esa carrera delictiva, y por lo que vamos viendo ha resultado ser un ejemplo a seguir por los corruptos (e iliberales) de vocación, y no una vacuna contra ellos, que era lo que procedía: quedar vacunados contra esa plaga.
Hoy las finanzas corruptas que dominan el mundo, que podemos calificar de neoliberales e iliberales a un mismo tiempo, vuelven a las andadas de anteayer.
Leemos en la prensa:
“Los suizos y suizas deben responder de los errores de la dirección de Credit Suisse con miles de millones de francos del patrimonio nacional”.
Mismo esquema de actuación que en la estafa financiera de 2008: la factura de la estafa no la pagan los estafadores, la pagan sus víctimas.
O sea, gangsterismo económico e imposición política, neoliberalismo e iliberalismo actuando en tándem compinchado.
Ahí tenemos también las puertas giratorias de nuestros padres de la patria, tan constitucionalistas y tan golfos.
Lo vemos hoy en Francia, cuyo presidente Macron, ejemplo de neoliberal napoleónico, incurre en descarado despotismo al tomar decisiones sobre la edad de jubilación contrarias a la voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos.
Y aquí entra en juego la otra cara del neoliberalismo iliberal: la pérdida de derechos como instrumento para el aumento de la desigualdad y la concentración del poder económico y político cada vez en menos manos: las suyas.
No es de recibo que mientras seguimos conociendo casos de corrupción a tutiplén y tejemanejes financieros a gran escala, con el acostumbrado rescate de estafadores y expropiación de sus víctimas, nuestros servicios públicos se sigan deteriorando y hundiendo.
Decía un ciudadano francés estos días: “Macron es Robin de los Bosques a la inversa, le quita a los pobres para dárselo a los ricos”.
O sea, un compañero ideológico de Díaz Ayuso, otra asaltante de caminos de aquellos ciudadanos que no son ricos.
Muchos ciudadanos franceses lo ven así (y razón no les falta):
‘Os haremos trabajar más porque necesitamos ahorros para financiar otras cosas y porque hemos decidido bajar los impuestos a unos pocos’.
El contraste entre Francia y algunos países de su entorno -como el nuestro- a la hora de enfrentar la pérdida de derechos, parece incluso una cuestión de «tradiciones»:
En la tradición francesa está la revolución del mismo nombre.
Les quieren subir la edad de jubilación de los 62 a los 64 años y se defienden con uñas y dientes. Siguen una tradición de lucha firme y antigua.
En la tradición nuestra está aquel ominoso y servil: «viva las cadenas». Ya nos han subido la edad de jubilación a los 67 y seguimos mudos como estatuas.
¿Puede ser la defensa del Estado del Bienestar también una cuestión de «tradición», o sea de educación histórica?
El misterio, lo incomprensible, no es aquella lucha, sino nuestro silencio mortal.
Otro dato: el grito de guerra de los NEOLIBERALES es el mismo que el de los ILIBERALES:
«No hay alternativa»…
«Es como yo digo, ordeno, y mando».
El futuro, en un tiempo que algunos quieren sin futuro y con la Historia detenida o volviendo hacia atrás, consiste en demostrar a unos y otros, neoliberales e iliberales (la misma cosa son), que sí existen alternativas, y además en plural libre.