[dropcap]U[/dropcap]no de los hitos de nuestra democracia «homologada» fue cuando el senador Cosidó, del PP, reveló (involuntariamente) que su partido toquetea a los jueces del Tribunal Supremo por detrás con fines partidistas (entre otras cosas, presumiblemente, para evitar la acción de la justicia contra los desmanes de su partido y los delitos de sus dirigentes), confirmación cruda y sin complejos de lo que era una sospecha bastante extendida sobre la mala calidad de nuestra independencia de poderes, o sea, sobre la mala calidad de nuestra democracia.
Dirán ustedes, para contrarrestar esta visión lúgubre de nuestro régimen, que este ha sido homologado por instituciones muy serias y sesudas, pero deben considerar también que vivimos en la era del pensamiento único y la posverdad, donde no se admiten dudas ni críticas. Y recuerden además que unas instituciones igual de serias y sesudas (al menos sobre el papel), pero empleadas igualmente en la promoción y defensa del pensamiento único, habían avalado a gran parte de la banca internacional y las finanzas globales poco antes de salir a la luz la estafa financiera de 2008.
Debe ser aquello que aconseja no morder la mano que te da de comer, que si bien parece una máxima prudente, puede ser excusa para el silencio cómplice y la ocultación de los mayores desmanes.
Es decir, que no solo vivimos en la era del pensamiento único, sino en la era de la mentira, y esta, a la par que los silencios, se paga a buen precio.
Viene esto a cuento, porque si bien aquella revelación de Cosidó intentó negarse, luego hemos tenido todo tipo de revelaciones cloacales que confirman los hechos, no solo de forma abundante sino incluso de forma más siniestra y peligrosa: policías “patrióticas” y ese tipo de circunstancias infames, características de todo régimen bananero.
No solo eso, sino que al parecer el toqueteo por detrás a los administradores de la justicia, continúa en la era del «moderado» Feijoo, quedando en evidencia estos días por las noticias aparecidas en la prensa.
Estas noticias nos informan que ese toqueteo (que tantas cosas y deterioros explica) sigue impertérrito su labor de zapa de nuestro maltrecho Estado de derecho, y además es bidireccional: de los políticos del PP hacia los administradores de la justicia (jueces, fiscales), y de estos hacia los políticos del PP, en busca de objetivos ideológicos y políticos admisibles en el ámbito privado, pero no desde una institución pública cuyo código ético señala con letras mayúsculas la independencia.
No se extrañen tampoco mucho de este tipo de acciones que califican a un régimen, porque concuerda bastante con el hecho de que nuestro rey demérito no tenga ninguna causa pendiente con la justicia.
Y es que otro de los hitos de nuestra democracia homologada fue cuando Díaz Ayuso, para excusar las feas acciones de Juan Carlos I (en todo sistema mafioso la corrupción autorizada siempre es jerárquica), nos explicó didácticamente que los españoles no somos ni podemos ser iguales ante la Ley, porque no vivimos en una democracia sino en una monarquía. Y quien no entienda esto no aprueba el examen de súbdito obediente.
De lo cual, los súbditos menos obedientes (que son aquellos que no son súbditos sino ciudadanos) deducirán que posicionarse hoy contra la monarquía en España es posicionarse a favor de la igualdad ante la Ley, y por tanto a favor del Estado de derecho y de la democracia.