[dropcap]S[/dropcap]e habrán percatado ustedes que entre tantas palabras nuevas como nos ha traído este último periodo político: «Frankenstein», «Ilegítimo», «Trumpismo», «Neofascismo», «Posverdad», «Emérito», «Cloacas»… hay una que no cambia… La palabra «Cambio».
Hasta los representantes del bipartidismo crónico, la corrupción de siempre, y lo más viejuno de nuestro espectro político, dicen que nos lo traen… el cambio.
Oír tal promesa de «cambio» en boca de PP-VOX, parece un chiste malo.
Solo una forofa del franquismo póstumo como Díaz Ayuso puede manifestarse como lo ha hecho ella estos días en relación a la recuperación de los restos de las víctimas enterradas en Cuelgamuros, restos que reclaman sus familiares. Deshumanización, desvergüenza, y demagogia llevados a su máxima expresión por parte de esta representante del pueblo madrileño.
El comisionado de Naciones Unidas, Pablo de Greiff, ha recordado que este tipo de acciones reparativas no solo responden a un humanismo primordial (del que al parecer la política madrileña no tiene noción), sino que responde a «obligaciones internacionales». Añadimos nosotros que responde además a un imperativo judicial, dictado por sentencia.
Este tipo de disparates, como los que promueve una y otra vez Díaz Ayuso en reivindicación del franquismo en unos casos y del trumpismo en otros, en la Europa actual deben causar sorpresa, escándalo, y vergüenza ajena. Dentro de poco, cuando buena parte de Europa sea ya neofascista, será el nuevo paradigma. Ya sin sorpresas ni escándalo.
Para intentar adivinar o intuir lo que nos puede traer (o devolver) este «cambio», veo «B (la película)», del director David Ilundain Areso (puede verse en Prime Video), que trata sobre las peripecias de Bárcenas, extesorero del PP, un botón de muestra del cambio que regresa. No se la pierdan si quieren conocer de verdad a quienes dicen que quieren cambiarnos. La alocución de M. Rajoy con la que acaba esa película, es la guinda apropiada para ese pastel.
Contra la posverdad, la verdad. Frente a la telebasura, buenas películas. Frente a la corrupción, la democracia.
Traducido en términos comprensibles el «cambio» que viene va de corrupción económica a mansalva, robo de dinero público a espuertas, y cloacas policiales de inspiración y ejecución totalitarias.
Para ubicar la frescura virgen del cambio que nos devuelve un tufo rancio, no viene mal tampoco (si el olfato aguanta) revisar aquel documental famoso titulado «Termitas», del Observatorio DESC (puede verse en Vimeo). La carcoma como promesa de renovación. O si se prefiere, la mafia siciliana como modelo de mejora.
Tal y como se afirma en este documental imprescindible en relación a la acción sigilosa de las termes, o sea de la corrupción: «El propietario de la vivienda no tiene ni idea de lo que está pasando, y cuando se entera ya no tiene remedio».
Y es que, más allá de la retórica cansina y electoralista del «cambio», están por supuesto los hechos, reconocibles e inconfundibles, que ya han revelado en parte la naturaleza del cambio con que nos amenazan.
Así por ejemplo, nuestra derecha-ultraderecha (que ya son una misma cosa) demostraron sobradamente durante la pandemia que se llevan mejor con la mentira que con la salud pública (todo un dato), y que en ellos pesan más sus intereses electorales que la salud de los ciudadanos. Cuestión de prioridades.
Ha quedado ya registrado para la Historia, como un baldón indeleble, su actitud infame durante ese periodo trágico.
No en balde son los mismos que dijeron (eran otros tiempos) que el síndrome tóxico de la colza estaba producido por «un bichito que se cae de la mesa y se mata». Y lo decía el propio ministro de la cosa.
No contentos con el daño hecho entonces, poco después han vuelto a la carga.
Empecinados en desprestigiar a la ciencia en general (su oscurantismo no flaquea) y a la ciencia ecológica en particular, siguen negando el cambio climático, y si admiten que algún cambio parece observarse en nuestro clima, lo achacan (cualquier cosa menos renegar de su ceguera) a unos extraños rayos láser y a unos fantasmagóricos aerosoles que los judíos, con la ayuda inestimable de los alienígenas, esparcen malévolamente en nuestro cielo prístino. Este es el nivel.
Su mentalidad, ya se sabe, no avanza, sigue fiel a los peores tópicos del pasado, y reivindica orgullosamente la ignorancia.
Y ojo, porque esta tendencia, como saben, tiene éxito electoral.
Ahora caemos en la cuenta que promocionar la telebasura en detrimento de la educación y la cultura, no ha sido buena idea. ¿Estamos aún a tiempo?
Aprovecharon poco después, y también con fines electorales, el espacio simbólico de Doñana, para atacar una vez más los imperativos ecológicos (que son imperativos pragmáticos, guiados por la racionalidad y el deseo de supervivencia, fundamentados en estudios rigurosos y consolidados en legalidad internacional), con la iniciativa demagógica y populista de hacer la vista gorda o incluso legalizar los regadíos Ilegales que dañan ese espacio natural.
Como presumiblemente los ciudadanos conscientes del daño que se hace con estas prácticas ilegales superan con mucho al de los beneficiados con la vista gorda ante esa tropelía (la cuestión ecológica es ya una cuestión global que afecta a todos), entra dentro de lo muy posible que el tiro de esa insensatez salga por la culata, y el negocio que se asiente en ese daño ecológico consentido y disimulado, se resquebraje y se resienta.
Y no, no será culpa de la izquierda o de los ecologistas (lo que antes llamaban con igual desacierto y reiterado fanatismo, la «Antiespaña»). Será culpa de los descontrolados que incumplen la legalidad internacional, y que venden humo envuelto en demagogia: pan para hoy y hambre para mañana.
No se puede gobernar en base a la mentira repetida como método.
En esta historia de regreso a un pasado torpe, viejuno, y sin normas, nuestra derecha ya va por el tercer capítulo: ahora toca, tras la pandemia y Doñana, la tuberculosis del ganado vacuno y su control sanitario, algo que no pondrían en duda ni nuestros bisabuelos.
Pero como ellos están empeñados en un intento adanista y falsamente rebelde de revocar de plano cualquier logro que suponga modernidad y progreso, allá que van, más ciegos que topos.
Conviene decir que lo reaccionario y retrógrado nunca será rebelde, y que quienes sí fueron rebeldes de verdad y eficazmente, contra la ignorancia y contra la enfermedad, fueron Pasteur y otros como él.
Contra esos logros de la ciencia y la higiene, que ni en Occidente ni en Oriente nadie (sensato) pone en duda, ni tienen ya vuelta atrás, lo que estos nuevos adanes proponen es hacer la vista gorda a las trampas y los fraudes, relajamiento que les sirve de combustible electoral, eso sí está demostrado, pero que resultan perjudiciales y nocivos para la salud de los ciudadanos (incluidos los que les votan) y para el medio ambiente que todos compartimos y debemos defender.
En conclusión, por mucho que estos cofrades de Matusalén se disfracen con ropajes novedosos y aparentemente rebeldes, lo suyo atufa a polilla y huele a cerrado.
1 comentario en «El cambio»
Buen artículo. Gracias