Opinión

La mentira como aperitivo

Feijóo y Ayuso. (Archivo)

[dropcap]H[/dropcap]asta ahora Feijóo era el que llevaba el timón del mafioso del yate. A partir del último debate es el que miente como un campeón. Conjugar ambas cosas con la etiqueta de moderado que alguien le puso un día sin saber por qué, es complicado. De hecho es complicado ser dirigente del PP entregado a la causa y moderado, todo a un mismo tiempo, pues sabido es que el PP es un partido que se vertebra y gira en torno a dos ejes: la corrupción (esa infamia) y el neoliberalismo (ese extremismo).

De chamuscar la careta de la libertad retórica y publicitaria (indispensable para tapar toda la mugre acumulada por décadas de corrupción), ya se encargan sus amigos los neocensores, para los cuales salvo las corridas de toros y la caza mayor, todo lo demás es peligroso para el espíritu nacional, y en consecuencia debe ser prohibido. Sobre todo Virginia Woolf.

O sea, rebeldía en estado puro.

Como otros muchos españoles y por distintas razones que no vienen al caso no vi el famoso debate entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo, al que Ana Iris Simón en su último artículo, y valorando su actuación en aquel hito mediático, ha cambiado el apellido por el de «Fakejóo», debido a lo mucho que mintió el candidato a gobernarnos y sobre todo candidato a engañarnos.

De hecho casi todos los titulares de prensa al día siguiente del debate coincidían en dos cosas: en que Feijóo había ganado, y en que había mentido como si no hubiera un mañana.

Quizás por eso Zapatero ha dicho que le va a faltar tiempo para tanta rectificación como le queda pendiente.

Ciertamente las mentiras tienen las patas cortas, pero también es cierto que Fakejóo calculó que hasta el día de las elecciones sus mentiras llegan.

Más allá de ese día le importa poco que la gente se entere si es grumete de un mafioso o si miente más que un cosaco.

En definitiva, extraña combinación de conclusiones las que ofreció este debate, pues parecían concluir los analistas que Feijóo era el ganador porque era el más mentiroso, o al menos el más hábil en colocar sus mentiras, dibujando así un escenario «moral» (palabra que ya suena decimonónica) bastante chirriante.

Entre nosotros y dado nuestro avanzado estado de descomposición, llenar un debate de mentiras y ganarlo, no son hechos que se repelen. Lo cual debe ser un derivado espiritual y político de la telebasura omnipresente.

Por una parte este resultado puede parecernos «surrealista» si lo enfocamos desde una mentalidad lenta y anticuada, y por otra puede considerarse «normal» si lo apreciamos desde una mente posmoderna afilada en la posideología más avanzada.

Así como ya somos, desde el punto de vista ecológico, habitantes del antropoceno cálido y tóxico, políticamente hablando somos homínidos de la era postrumpiana, considerando que Trump es un hito de nuestra involución, una especie de oso de las cavernas al que el deshielo del permafrost por el aumento de las temperaturas y el declive de las ideas, hubiera sacado de su urna prehistórica envuelto aún en los efluvios salvajes de la Edad de piedra, tal como los mamuts de Siberia vuelven a la superficie con todo su pelo intacto y algún colmillo torcido.

Digan lo que digan, el que se ha llevado el gato al agua turbia de la posmodernidad, ha sido Donald Trump, que sin necesidad de leer a Maquiavelo (sus fraudes empresariales y políticos no le dejan tiempo para leer a los clásicos) le ha dado el sorpasso a la derecha europea por la derecha en la demolición salvaje de todos los valores.

Después de Trump, todos nuestros políticos de la derecha civilizada ya están más allá del bien y del mal, filosofan (por llamarlo de alguna forma) a martillazos, como quería Nietzsche, y ya nada será igual en la política europea ni en el uso occidental de la mentira, tal es la dimensión del batacazo.

Y si no fíjense en Díaz Ayuso que es una copia revenida y de segunda mano de aquel energúmeno histriónico que fiel a su ignorancia lo ha puesto todo patas arriba, y que con su estilo empresarial ha hecho de la política un completo fraude y del ejercicio de la mentira el único programa conocido.

Todo ello aliñado con el insulto como instrumento principal del intercambio de ideas, y la retórica populista de quien sabe a quién se dirige y qué es lo que esperan oír los desesperados y cortos de entendederas que le ríen las gracias, que no son otros que aquellos que no saben de dónde les vienen los golpes y acaban ayudando al palo que les zurra.

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