Opinión

El Lazarillo, al principio fue la poesía

La escultura de El ciego y el Lazarillo, obra de Agustín Casillas.
La escultura de El Lazarillo de Tormes y el ciego, obra de Agustín Casillas.

Agustín Casillas es el escultor más prolífico de cuantos engrandecieron artísticamente Salamanca. De las quince esculturas urbanas que realizó sobresale –es opinión generalizada– El Lazarillo de Tormes y el ciego, una obra en bronce ubicada junto a la iglesia de Santiago, el puente romano y el berroqueño toro vetón contra el que Lázaro comenzó su aprendizaje al recibir la calabazada más cruel de nuestra literatura. Las dos figuras, el ciego y Lázaro emprendiendo el camino, han pasado a ser la imagen referencial de esta novela imprescindible que abre las puertas a la picaresca y, para muchos, también a la novela moderna.

La escultura se inauguró en 1974. Fue un encargo del alcalde Pablo Beltrán de Heredia, jurista destacado y defensor del patrimonio al que hay que agradecer sobre todo, como bien apuntó Ignacio Francia, las tropelías que evitó. Pero el cometido no llegó mediante una planificación previa. La obra ya existía en pequeño y, al descubrirla en una exposición, el alcalde, culto y sensible para estas cosas, fue capaz de verla a tamaño natural junto al río, en los escenarios que transcurrió la ficción del Lazarillo en Salamanca.

La historia se remonta tres años atrás, a 1971, y quedó escrita hace tiempo. Sin embargo, nada puede superar el escucharla directamente en la voz, trémula por la emoción, de Lydia Casillas, hija del escultor y testigo privilegiado del proceso. Casillas era buen amigo de Rafael Laínez Alcalá, el catedrático de Historia del Arte en la etapa más gloriosa de la Facultad de Filosofía y Letras. Laínez, que en Baeza tuvo como profesor a Antonio Machado, destacó como poeta y acostumbraba a tomar café en La Covachuela, tasca mítica bajo los soportales de San Antonio. En ese lugar, Laínez lo versificó, decían que había estado el Lazarillo. Y allí, el popular camarero al que Casillas puso el sobrenombre de Maese Antonio fue testigo de la génesis de la escultura.

El Lazarillo de Tormes y el ciego, obra de Agustín Casillas.

Uno de los días que catedrático y artista quedaron, tras pedir el primero a Antoñito su «lágrima de café», comunicó al segundo que se jubilaba pronto y marcharía para Madrid. Y estando en el lugar que estaban, el poeta confiesa al artista que en esta ciudad se había sentido un poco lazarillo, guiando siempre a los alumnos, y a modo de despedida, querría escribir un poema titulado Yo he sido lazarillo en Salamanca. Y pidió al compañero un dibujo para ilustrarlo. El artista cumplió inmediatamente y fue más allá, apremiando ya a Laínez a terminarlo. Después de todo, la literatura era una de las fuentes de inspiración del escultor e intuyó enseguida el potencial artístico del Lazarillo. Por eso modeló una escultura en barro y después la vació en hormigón. Junto al fotógrafo y común amigo Pepe Núñez Larraz fueron a orillas del Tormes y allí hicieron la fotografía para ilustrar el poema que comienza diciendo: «El Alma Mater me llamó a su seno / y he sido Lazarillo en Salamanca».

Con esta escultura, Casillas sale un poco de su estilo habitual, diluyendo los perfiles, como si buscara la abstracción en esas formas tan expresivas que le caracterizan. Y así creó su gran obra, la que nació, según Lydia, a partir de una lágrima de café. Después la amplió y expuso y el alcalde ilustrado la quiso tener en grande para que la ciudad del Tormes pudiera homenajear a sus personajes de ficción más universales.

Yo he sido lazarillo en Salamanca, poema de Rafael Laínez Alcalá. 

 

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