Nuestro «sistema» o el sistema del que venimos y del que muchos intentamos desprendernos parcialmente (para seguir avanzando) vía reformas democráticas y voto soberano, es de tal cualidad que cuando en medio del debate se habla sin concretar y como un sobreentendido del «delincuente fugado», no se sabe exactamente (y hacemos salvedad del momento cronológico de ese debate porque no cambia la esencia del significado político) si nos referimos a un rey emérito en el «exilio» lujoso de los sátrapas orientales o a un presidente de la Generalitat «refugiado» en el extranjero (Europa), siendo ambos comodines del debate elementos intercambiables de un “sistema” definido por la cojera artrósica de nuestra Constitución y por la corrupción omnipresente, y dentro de ella y como parte imprescindible, por la corrupción judicial y la desigualdad ante la Ley.
Otro aspecto que llama la atención (precisamente estos días) sobre la susodicha «cojera», son los vacíos que se suplen con el relleno de la «costumbre» a falta de otra cosa. Lo hemos visto en la designación real del candidato a la investidura.
Cabe preguntarse: ¿La vista gorda del «sistema» ante los delitos del rey emérito fue también fruto de la «costumbre»?
Pareciera que la opción monárquica de la forma del Estado, tradicionalmente opuesta a la forma republicana, produce más de un conflicto y más de un absurdo cuando se pretenden marcos legales respetables, modernos, y de inspiración democrática.
Además tal «sistema» constitucional, que como toda obra humana está sujeto a los vaivenes del tiempo y que debiera reformarse -como decimos- vía democrática cuando chirría y acumula óxido, como en el caso de la impunidad del rey (muchos de nuestros males proceden de que a diferencia de otros países democráticos hay un prejuicio ridículo en el nuestro que considera que nuestra Constitución es «intocable», o sea, irreformable) viene definido también por el convencimiento expresado por algunos de nuestros políticos «constitucionalistas» de que el hecho de toquetear a los jueces del Tribunal Supremo por detrás entra dentro de la normalidad o la “costumbre” del «sistema» (según lo expresó hablando entre colegas el senador Cosidó, del PP), mientras que reformar la Constitución y reparar los errores que se detecten en ella, vía democrática, no lo es, es decir, no es normal, sino que debe considerarse un pecado mortal contra la religión revelada de la Transición, dueña y señora de una verdad inmutable.
Y es que a diferencia de otras naciones normales y democráticas, que reforman sus Constituciones cuando lo consideran necesario con la rutina despreocupada de la civilidad pragmática, vía referéndum, entre nosotros o entre algunos de nosotros, esto se considera radicalmente anómalo, y con un tremendismo absurdo se interpreta como el objetivo oculto de los «antisistema».
Menos películas de espías y más documentales, es el consejo que les damos a estos suspicaces. Muchos entendemos, aunque somos profanos, que una cosa es hacer leyes (las que sean) de cara a la realidad presente, la utilidad pública, y a un mejor futuro de progreso y convivencia, investidos del poder soberano de las urnas y siempre que no se vulneren otros marcos legales de obligado y consensuado cumplimiento (marcos que como no son de origen divino son reformables por la vía democrática), y otra muy distinta mantener sin cambios ni reformas posibles, como si se tratara de una fe revelada más rígida que un palo, marcos legales que se sabe defectuosos y auténticas incubadoras de conflicto y corrupción.
Si además toqueteamos a los jueces por detrás para que dicten sentencias según nuestra conveniencia particular o la de nuestro partido, y en clara desigualdad ante la Ley, entonces apaga y vámonos, porque no tendremos un referente legal o democrático al que asirnos.
Cuando falta flexibilidad para reformar una Constitución, el riesgo es condenarse a una rigidez que tiene mucho de insensatez y de rigor mortis.
Y ya el no va más del debate absurdo es cuando piden respeto del marco legal, considerándolo intocable, quienes acumulan un largo y denso historial repleto de reiteradas vulneraciones del mismo.