[dropcap]E[/dropcap]n lo que se refiere a la famosa amnistía que hoy centra el debate público (y no sabemos si lo centra porque se lo merece o porque se le da más visibilidad que al precio de los alimentos, por ejemplo), no son pocas las dudas y las contradicciones.
No voy a referirme a los aspectos técnicos y legalistas de esta cuestión, que no domino, sino que voy a referirme, como ciudadano observante, a su contexto ético y moral (que debería tener un peso mayor del que tiene), y también a su enfoque político.
Las contradicciones, numerosas, vienen dadas por los antecedentes «normalizados» (de todo tipo) que arrastra nuestro «sistema» desde su misma fundación, porque es evidente y conocido que en nuestro comportamiento político abunda aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Somos así de sesgados y olvidadizos, pero lo cierto es que esto de la «amnistía» no es ninguna novedad entre nosotros, si nos atenemos a otros episodios que si no iguales se le parecen mucho, y estos episodios no causaron escándalo alguno en los que hoy se escandalizan y se rasgan las vestiduras.
Aquí en España, y no hace tanto, hubo una amnistía de los delincuentes fiscales más encumbrados, decretada por quién entonces ejercía el poder. Un caso flagrante de desigualdad ante la Ley porque a diferencia de los amnistiados, la mayoría de los españoles paga religiosamente y patrióticamente sus impuestos.
Por otra parte, y por mucho que se nos remita a que la impunidad del rey, que le permite delinquir sin afrontar las consecuencias del delito que comete, tiene sustento legal en nuestra Constitución (y basta este dato para concluir que la nuestra es una Constitución chapucera y antidemocrática), lo cierto es que lo ocurrido con el rey emérito tiene mucho de «amnistía» encubierta y de hacer la vista gorda para que el «sistema» no se tambaleé bajo el peso de su corrupción congénita y hereditaria.
Se sustituye un rey por otro y ya está, aunque el sucesor también es impune, y para el caso, como los dioses del Olimpo, que podían hacer lo que les viniera en gana, nuestros reyes constitucionales, pueden hacer de su capa un sayo y de sus comisiones un patrimonio personal en el extranjero. Nada ha cambiado.
Aunque eso sí, se arriesgan si no se recatan y el tema trasciende más allá del circulo de cortesanos sordos, ciegos, y mudos, beneficiados y demás consejeros reales, a un exilio lujoso con todos los gastos pagados. Es este también un caso claro de desigualdad ante la Ley, y de los más dolorosos porque el máximo representante del Estado es el que debe dar más ejemplo, y es obvio que no lo ha dado, sino todo lo contrario. Ha puesto con su ejemplo el listón para delinquir muy bajo. Digamos que su ejemplo realza y al mismo tiempo normaliza el delito.
No debe extrañarnos, sin embargo, este estado de cosas que tanto nos recuerda a los tiempos feudales y al medieval derecho de pernada, porque incluso los «nobles» de esta corte de Monipodio, es decir, algunos muy altos y señalados representantes del Estado, se permiten el derecho de pernada en muy altos y poco independientes tribunales, según reveló para sorpresa de algunos, aunque no de todos, el senador Cosidó.
Otros escandalizados de la última hora le afean a la líder de SUMAR reunirse con Puigdemont, hemos de suponer que con la intención poco criticable de explorar vías de solución compatibles con la legalidad y la democracia. Son los mismos que no se escandalizan lo más mínimo si es Feijóo el que se reúne con un narcotraficante, vete tu a saber para qué.
Se argumenta también que esta Amnistía hipotética no estaba en el programa electoral del PSOE, lo cual nos recuerda un tanto al asunto de la entrada, de entrada no, en la OTAN, que si no recordamos mal tampoco estaba, tal cual, en el programa electoral del PSOE de Felipe González, consejero real que vistos los resultados de su consejo no aconsejó al emérito muy allá.
Pero se nos dirá que aquello se resolvió y se decidió con un referéndum. Pues oiga, no es mala idea después de todo, porque de forma bastante rara en una democracia, desde aquel referéndum de entrada (de entrada no) en la OTAN, no hemos vuelto a realizar ningún otro, que yo recuerde, y mira que ha habido ocasiones propicias para consultar a los ciudadanos en cuestiones fundamentales en las que se juegan no solo el prestigio nacional sino muchas cosas más, como es el caso de la participación en la guerra criminal y tramposa de Irak que tantas víctimas inocentes costó y que creo recordar que tampoco estaba en el programa electoral del PP.
O la reforma constitucional al objeto de que las víctimas de la estafa financiera de 2008 se hicieran cargo de pagar la factura y se libraran de pagarla sus directos autores (bancos y otros delincuentes económicos de postín, que en nuestro país tienen a algunos políticos constitucionalistas cogidos por… las puertas giratorias), delincuentes económicos que así fueron «amnistiados», lo cual tampoco estaba en el programa electoral de Zapatero.
¿Lo de retrasar la edad de jubilación estaba en algún programa electoral? La verdad es que esto último no lo recuerdo bien.
Como ven las contradicciones e incoherencias abundan, y pocos son los que pueden protestar desde una posición firme, pues se arriesgan a algo tan indigno e impropio de gente educada como ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Pero es que además de las contradicciones también abundan las dudas, que resumidas todas en la duda fundamental, que no es de carácter técnico sino político, sería de la forma siguiente: ¿Qué puede resolver de forma más rápida y sobre todo más duradera, un conflicto, el presente, originado en su último impulso histórico por los recortes neoliberales de los políticos catalanistas (corruptos) que alzaron el vuelo en helicóptero para evitar el enfado de los ciudadanos (recuerden aquella factura de la estafa ajena endosada al pueblo currante) y después se escondieron tras la bandera del separatismo, lo cual vino a unirse a la torpeza cainita y tosca de los otros, tan corruptos como aquellos, y que también escondieron sus vergüenzas tras la bandera del centralismo y la unidad?
El enfrentamiento favorecía a los unos y los otros, abonando el olvido de sus corrupciones, de la misma manera que el no enfrentamiento nos favorecía y nos conviene a los ciudadanos de a pie.
¿Será la solución mirar hacia delante y buscar vías de diálogo y reconciliación, incluyendo un perdón similar a tantos otros como hemos visto en nuestra historia política y económica reciente, o preferiremos mirar al pasado, aunque sea el pasado de antes de ayer, y empecinarnos en el castigo ejemplarizante en medio de tan malos ejemplos como nos han dado los que se dicen virtuosos constitucionalistas escandalizados?