[dropcap]U[/dropcap]no de los hechos que denuncia Naomi Oreskes en su libro «Mercaderes de la duda», libro donde pone al descubierto los motivos sectarios y de interés económico cortoplacista que han llevado a algunos a ocultar a los ciudadanos lo que ya sabían sobre el cambio climático y sus consecuencias, y a retrasar decisiones ineludibles para afrontarlo, es precisamente el largo plazo de tiempo transcurrido entre el conocimiento contrastado de los datos y la toma de decisiones políticas oportunas.
Ha habido todo un esfuerzo coordinado y sobradamente financiado de fuerzas reaccionarias y retrógradas, unidas a intereses económicos minoritarios y cortoplacistas, para impedir o retrasar que esa realidad del cambio climático saliera a la luz y fuera de dominio público. Se han dedicado, unos y otros, a poner palos en las ruedas de la clarificación de este fenómeno promoviendo y esparciendo dudas sobre los datos consolidados y sobre la ciencia climática para retrasar deliberadamente la acción. Por eso puede sorprendernos, a posteriori, que fenómenos extremos que estamos experimentando y sufriendo en este momento, ya estuvieran descritos y anunciados en trabajos y libros que cuentan con muchos años a sus espaldas.
Uno de esos libros precoces fue «La Tierra herida: ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?», donde nuestro gran escritor Miguel Delibes y su hijo biólogo e investigador del CSIC, Miguel Delibes de Castro, entablan un diálogo paterno-filial que tiene como resultado la denuncia del maltrato sufrido por la Tierra y la defensa del ecologismo como perspectiva idónea e imprescindible no solo para comprender nuestra realidad viviente, sino para coordinarnos con ella. La perspectiva correcta conlleva contemplar nuestro planeta como un todo donde para tener futuro el ser humano, la biodiversidad y los equilibrios ecológicos deben ser defendidos y rechazado, por insuficiente y anticuado, el principio antropocéntrico.
Este libro fue publicado el año 2005 y anticipa muchas realidades que después han sido confirmadas. Hoy ya sabemos todos lo que significa el concepto «antropoceno», tenemos noticia del cambio climático, y hemos experimentado en nuestras propias carnes algunas de sus consecuencias.
Sin embargo, las preocupaciones ecologistas de Miguel Delibes ya se manifestaron en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, en 1975 (fijémonos en el año):
«¿Por qué no aprovechar este acceso a tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada?», dijo nuestro gran escritor en esa ocasión. Mediante una «tecnología desbridada» y una economía «desregulada», añadimos nosotros.
En su discurso, Miguel Delibes hace referencia a su novela «Parábola del náufrago». Hace referencia también al «Manifiesto de Roma», al «Manifiesto para la supervivencia», y a la inquietud que comparte con «unos centenares -pocos- de naturalistas en el mundo entero».
Hace referencia al sentido último de su novela «El camino» y dice: «el verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revalorizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia».
E incidiendo en lo ambiguo y problemático del concepto progreso, dice lo siguiente:
«El hombre, ciertamente, ha llegado a la Luna pero en su organización político-social continúa anclado en una ardua disyuntiva: la explotación del hombre por el hombre o la anulación del individuo por el Estado. En este sentido no hemos avanzado un paso».
Y acto seguido recuerda los esfuerzos de algunos idealistas: «Dubcek 1968 y Allende 1973».
«El hombre, arrullado en su confortabilidad, apenas se preocupa de su entorno», dice Delibes y es una denuncia que podría suscribir cualquier ecologista.
En fin, todo su discurso de ingreso en la academia es de sorprendente actualidad y de lectura imprescindible. Quizás serviría para sanar y corregir tanta histeria antiecologista como hoy se promueve.
El mismo espíritu ecológico y conservacionista, a favor de la biodiversidad y los equilibrios sostenibles que guía la obra de Miguel Delibes y la de su hijo, es el que inspira una de las Encíclicas del Papa Francisco, que escogió ese nombre, Francisco, precisamente como homenaje a un santo «ecologista», San Francisco de Asís.
Su encíclica «Laudato sí» («Alabado seas») versa sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible.
Algunas partes importantes del pensamiento de Epicuro (y Epicuro nació en el 341 a. C, y es uno de los padres fundadores de la civilización occidental) pueden y deben interpretarse como «ecologistas».
El no derroche; el contento con lo parco, equilibrado, y suficiente; el jardín y el huerto como símbolo del equilibrio natural; la colaboración como base y sustento del grupo humano… ideas muy parecidas a las que
orientaron después la actividad de distintos grupos monásticos medievales, son ideas que pueden
inspirarnos y guiarnos, adaptándolas a nuestro tiempo y a nuestras circunstancias.
No todos los conservadores son víctimas de la histeria antiecologista, tan promocionada desde
determinados extremismos políticos. Al contrario, muchos de ellos son conservacionistas y apoyan las tesis
ecologistas.
El último recuerdo que guardo de Carlos de Inglaterra es un documental que vi hace ya algunos años en el
que el entonces heredero al trono se manifiesta y desenvuelve como un ecologista convencido.
Es coautor también de un libro publicado en 2010 titulado «Armonía. Una nueva forma de mirar a nuestro mundo». Este libro ha sido publicado recientemente en español en nuestro país.
En su prólogo actualizado a la fecha de hoy hace referencia al cambio experimentado en tan breve espacio
de tiempo:
«Sin embargo, aquí estamos, apenas una década después, viviendo las consecuencias del incremento de la temperatura mundial que, si no se controla, amenaza los cimientos de nuestra civilización”, afirma el actual monarca inglés.
«Mi principio ha sido trabajar con la naturaleza y no contra la naturaleza», es una de sus frases.
En otra ocasión el actual rey británico ha definido a los negacionistas del cambio climático como «una
brigada de pollos sin cabeza».
Más allá de ejemplos anecdóticos, sin duda, el ecologismo tiene una base sólida y un perfecto encaje en nuestra mejor tradición occidental. Quizás no llegamos a la finura y hondura de otras tradiciones de Oriente, pero también entre nosotros el ecologismo, el respeto y el goce estético con la biodiversidad, que no solo es bella sino útil y necesaria, tiene raíces profundas y ha de dar ahora sus mejores y oportunos frutos.
Hemos de liberarnos, eso sí, de determinadas distorsiones del pensamiento occidental que nos han ofuscado y hecho perder el rumbo, confundidos a partes iguales por un falso progreso y una falsa tradición.