Opinión

Ricardo Flecha, la expresión de lo tremendo

Ricardo Flecha. Fotografía. Pablo de la Peña.

Zamora se vistió de luto para despedir como merecía a Ricardo Flecha, uno de sus embajadores más destacados en el ámbito de las artes plásticas, en concreto la escultura. Se nos fue cuando comenzaba la madurez creativa, cuando aún le quedaba por dar lo mejor de sí mismo. Aun así, Flecha deja una obra extensa y muy valiosa. Y lo más importante, aunque esto quede sobre todo para quienes le quisimos y apreciamos como persona, el recuerdo de un hombre bueno que ponía intensamente el alma en cada uno de los trabajos que acometía.

Flecha era un creador nato. Ya de joven, apenas licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, dejó su impronta en esos locales de la noche salmantina que en los ochenta causaban sensación en toda España. Él los consideraba trabajos juveniles, simplemente una decoración que le sirvió para ingresar sus primeras pesetas. Pero se le veían maneras. Al final, como la mayor parte de los artistas que procuran la estabilidad, ingresó como profesor de escultura en la Escuela de Artes de Zamora, donde prácticamente murió siendo su director. Y con la tranquilidad asegurada, comenzó a desarrollar una obra escultórica que se conserva mayoritariamente en la zona occidental de Castilla y León, sobre todo en la provincia de Zamora, que es donde ha realizado la mayor parte de sus esculturas urbanas.

Ante todo, Ricardo Flecha se consideraba escultor. En varias ocasiones reconoció que, pese a sus intentos, había fracasado como imaginero. Él tenía su propia teoría para separar la imaginería de la escultura y venía a decir que el escultor acaba reflejando tridimensionalmente el pensamiento que lleva dentro. El imaginero, sin embargo, lo haría con el sentimiento. Era muy contundente al afirmar que la escultura tenía la finalidad de hacer pensar, a diferencia de la imaginería, que debía suscitar la oración. El escultor daba, por tanto, un sello personal a su obra, mientras que el imaginero se centraba en los estereotipos. Y a pesar de todo, a Flecha le encargaron infinidad de imágenes de devoción. Coherente con su forma de pensar, él las consideraba esculturas.

Pese a los vínculos con Salamanca, la ciudad en la que se formó y con la que mantuvo siempre una estrecha relación, tan solo dejó en ella un par de piezas significativas. Primero el Cristo de la Fraternidad Franciscana, que toma la referencia del Cristo de las Batallas para expresar el arraigo en la diócesis de la Hermandad Franciscana. Es una obra prodigiosa que ahora puede verse, exceptuando los días de Semana Santa, en el museo diocesano. Allí está, a la entrada, para recibir a los visitantes con los brazos bien abiertos sobre esta cruz de la que no separa, porque todo está tallado en un mismo bloque. La otra es Santa María Reina, la patrona de Peñaranda de Bracamonte, que ha quedado para la posteridad como su última obra y hace unas semanas, en la bendición, pudimos ver ya al autor muy afectado por la enfermedad.

Se nos fue Ricardo Flecha, un artista completo, hombre extraordinario y profundamente religioso. Su obra reflejará por siempre la búsqueda constante, a veces dolorosa, torturada y tremenda, expresiva a más no poder, de una persona que amaba profundamente el arte y su reflejo en la espiritualidad más profunda, a la par que arraigada y espontánea, del pueblo.

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios