[dropcap]E[/dropcap]n el fondo de los fondos, y sobre todo en el trasfondo más oscuro de nuestra naturaleza humana, siguen habitando sin oxidarse ni perder eficacia los detonantes de todas nuestras crisis: las del pasado, las del presente, y si un dios escéptico y benévolo (un dios menor) no lo remedia, las del inquietante futuro.
Esos detonantes son tres y no envejecen: los dioses (cada cual diseña el que más le conviene ), las razas (si es que las hay o importan para algo), y los recursos materiales.
Fantasmas y realidades que ahora enfrentan a los hombres como recién estrenadas, ya operaban en la Edad media y en la Prehistoria cavernícola, hasta perderse en el origen oscuro del tiempo, que en algunos de sus cursos y meandros sigue discurriendo igual de turbio, oscuro, y tenebroso.
El «Fin de la Historia», que anunció Fukuyama, se ha convertido en el resurgir de algunos de esos monstruos, viejos conocidos de la Humanidad.
La técnica avanza y esa porción de oscuridad perpetua que arrastramos con nosotros, la utiliza. Allí, en ese núcleo profundo y constante, a pesar de los siglos, la luz no penetra, o si penetra es la luz de la habilidad tecnológica pero no o muy poco la de la sabiduría humana.
En la película «Oppenheimer» de Christopher Nolan, el protagonista no es sólo Oppenheimer, el llamado «Prometeo americano», sino muy principalmente el debate entre inteligencia, habilidad técnica, y ese núcleo tenebroso y primigenio que todavía nos domina. La hazaña científica y técnica de la manipulación del núcleo del átomo, corre paralela al afloramiento de las sombras que encierra casi siempre el ejercicio del poder.
Algunos técnicos (y no solo en este hito histórico de la bomba atómica) añaden a su talento técnico o científico, un bagaje cultural o una experiencia biográfica que les dota de un sustrato de sabiduría. La sabiduría propende a la reflexión y a la duda, y suele enfocar la realidad y sus problemas desde una perspectiva amplia y una elaboración sosegada. Todo lo contrario de quién afronta esa misma realidad con las anteojeras estrechas del poder. El poder mal orientado suele expresarse en un mal cálculo o en un cálculo paupérrimo de las consecuencias de sus actos. El poder se mueve muy frecuentemente en el horizonte chato que determina su ignorancia y bajo el dominio de impulsos poco elaborados.
Las dudas inspiradas por el «humanismo» (si entendemos por este lo mejor y más informado que ha dado de sí la experiencia humana sobre la Tierra) son un buen consejero en el avance y el ejercicio de la tecnología, y por tanto del poder. Esa es la visión optimista.
En la película de Nolan, algunos de los técnicos (incluido Oppenheimer que cree estar dando a luz con su bomba un instrumento y una oportunidad histórica para acabar con todas las guerras), se enfrentan y se reconcomen con dudas no solo de carácter técnico (¿Se incendiará toda la atmósfera? ¿La reacción en cadena continuará sin límite ni freno? ¿Acabaremos incendiando el mundo entero?), sino también con dudas que podemos calificar de dudas morales, de carácter humanista: Una vez que Hitler ya no es una amenaza ¿Es necesario lanzar la bomba? ¿Dónde lanzarla y con qué fin? ¿Solo existe esta manera de acabar con la resistencia japonesa y finalizar la guerra o hay otras alternativas?
En el polo opuesto están los técnicos y los políticos, muy ideologizados, que ven en el proyecto de la bomba la posibilidad de alcanzar un poder sin límites sobre todos sus enemigos, los cuales -suponen- nunca tendrán en sus manos ese poder. Hasta que lo tienen.
El momento de la celebración del éxito técnico de las bombas lanzadas sobre Japón y de las matanzas logradas consecuentemente sobre la población civil, es el momento más dramático, más ambiguo, más cargado de contradicción, expresado a través de ese doble plano enfrentado de la conciencia (y la consciencia) interior de Oppenheimer sobre el daño causado y el número de víctimas inocentes, y el contraste con los oropeles, los simulacros, y los boatos del éxito tecnológico y del poder logrado con ese dominio.
En el mejor de los casos, ese sustrato de «humanismo» resistente puede matizar o reorientar las acciones del poder tecnológico, pero en muchos otros casos eso no ocurre, y casi siempre ese poder que procede del talento técnico y científico queda en un momento posterior independizado y desvinculado de su origen, y a merced de los «hombres fuertes» y sus impulsos más primitivos. Esos cuyo núcleo duro, cuyo hardware, no ha cambiado en miles de años y siguen guiados e inspirados por dioses, razas, y recursos materiales limitados, todo ello desde una ceguera nacionalista y patriotera.
Aquellos que hoy protestan por la invasión de Ucrania y ayer apoyaban con entusiasmo la invasión de Irak, responden a los impulsos ciegos de ese fondo tenebroso.
1 comentario en «En el fondo tenebroso»
Bueno, el poder siempre es negativo salvo que esté equilibrado por un fuerte contrapoder. Si no, siempre terminará abusando. De ahí que la energía atómica sea tan peligrosa: su fuerte concentración (en capital, tecnología punta, alto riesgo) conlleva un carácter antidemocrático,