[dropcap]A[/dropcap]nda, estalló la Diputación…, yo que siempre había pensado que el explosivo saltaría antes en el Ayuntamiento… Y no porque, ya desde antaño, los dimes y diretes no anduvieran de procesión por los aledaños de La Salina, por aquello de chupar de la teta tan hermosa que nos luce la fachada gloriosa del Renacimiento. Lo que pasa es que como la Diputación es esa “cosa” tan rara, tan rarita y tan complicada de contextualizar, pues cualquiera podía pensar que en la rinconera de San Pablo y Felipe Espino era complicado que saltara alguna liebre. Pero, vaya, ha sido en la misma rinconera, desde el despacho del presidente, donde ha estallado la bomba.
¡Pumba! en la Diputación. Lo que pasa es que el petardo lo ha colocado el propio presidente. Ver para creer, a la luz de los contenidos de los motivos que se echan sobre la mesa de la fiscalía. O sea, que –vamos a ver–, ¿para qué queremos presidente y diputados en la La Salina, si ocurre que ellos mismos nos demuestran que no se enteran de nada, que ni de la misa la media? Que no lo decimos “los tendenciosos”. Que nos lo rebozan por los morros ellos mismos, porque nos dan cuenta de que de esas contrataciones adjudicadas tantas y tantas veces a los mismos y con diferentes collares no tenían ni idea, porque los establecían unos señores de su confianza, y ellos confiaban, daban carrete, lo aprobaban en los plenos debajo de los dorados casetones de un artesonado que llama la atención y, claro, uno se queda embelesado y no piensa en lo que vota y vuelvo a votar…
[pull_quote_left]Que no sabían lo que ocurría… Se lo especifican al fiscal y nos lo trasladan al personal común. Ignoro qué decidirá el fiscal, pero, desde luego, este ciudadano común estalla de rabia. Sobre todo, porque no admito que sigan en el mundo tantos políticos –a los que pagamos– que encima nos dan un trato vejatorio al pensar que somos gilipollas.[/pull_quote_left]Eso nos cuentan: que no sabían lo que ocurría. Entonces, ¿para qué se les eligió –bueno, esa elección “diputacional” deja mucho que desear, pero es la norma–, y para qué se les paga? A los de antaño y a los de ahora, que no falta quien llega de antaño y sigue ahora…, como es el caso del grupo que gobierna, como es el caso del grupo de la oposición (¿dónde anda ese control?). Que no sabían lo que ocurría… Se lo especifican al fiscal y nos lo trasladan al personal común. Ignoro qué decidirá el fiscal, pero, desde luego, este ciudadano común estalla de rabia. Sobre todo, porque no admito que sigan en el mundo tantos políticos –a los que pagamos– que encima nos dan un trato vejatorio al pensar que somos gilipollas.
Perdón, lo olvidaba. Y es que al principio me refería al Ayuntamiento de la city. Es probable que haya mucha santidad en la Casa Grande –en mis iniciales tiempos periodísticos es como se denominaba al Ayuntamiento–, pero también podemos pensar que es posible, y hasta probable, que no. Desde los territorios de esta mesa llena de papeluchos en la que se asienta el ordenador en el que tecleo estas líneas (homenaje a la mujer que aguanta que su casa sea un desastre de papeluchos) en no pocas ocasiones me he dedicado a pensar sobre tal y sobre cual, pero en esos casos siempre ha sido predominante un asunto: Si nos han reventado Salamanca con una ignominiosa invasión de granito en calles y plazas –la pregunta llega sorba o no un güisqui–, ¿acaso no habría que preguntarse por el granito, por qué tanto granito, de dónde procede el granito, quién y cómo adjudica el granito, quién asienta tanto peñasco en nuestras calles y plazas? Porque, si nos paramos a pensar, pienso que no me quedaré solo en establecer que en Salamanca hemos caído en un auténtico proceso cancerígeno de la granitosis… (Le pediré a mi relevante amigo José Antonio Pascual que mire la manera de incorporar el terminajo al Diccionario de la Academia de la que es merecido vice). Es que estamos bajo el imperio, y eso marca, de la granitosis.
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