[dropcap]D[/dropcap]esde hace unos días está quedando clara la intención de una parte de la clase política de meter a los nuevos agentes políticos en eso que se llama “la picadora”. Así conocen en periodismo a esa trituradora de carne humana a la que se envía a los adversarios empleando las armas del descrédito, y se conocen muy pocos casos de gente que haya salido indemne del tratamiento.
No sé si los afectados estarán más limpios o menos limpios. En una vida humana, todo el mundo ha hecho algo que puede ser sujeto de reproche. Si cualquiera de nosotros se pregunta si de verdad ha pedido todas las facturas y las ha declarado, si de verdad jamás ha puesto por escrito nada de lo que pueda arrepentirse, es más que probable que la respuesta no sea tan clara como la que daríamos en la barra de un bar.
No niego que es preciso investigar, pero no es suficiente con eso. Fouché, que no era un individuo nada limpio pero sí un cerebro de mucha envergadura, dijo en una ocasión que un arresto que había ordenado había sido algo peor que un crimen: había sido un error. No es posible enterrar una idea echándole cubos de basura encima, por malolientes que puedan llegar a ser. La transparencia es importante, pero sin ofrecer una idea mejor, sin ofrecer ninguna idea, no saldremos de este atolladero.
Más aún: si tuviéramos la mala fortuna de que llegaran a convencernos de que, en realidad, todos somos igual de miserables, probablemente habrían destruido cualquier esperanza. La picadora no es el camino.
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