A lo largo de la historia, el estornudo ha tenido diferentes interpretaciones y significados. Uno de ellos es común en numerosas culturas y civilizaciones, que asocian este proceso fisiológico con la muerte, como ocurre en la occidental.
Más allá del significado técnico de los estornudos, a lo largo de la historia numerosas culturas y civilizaciones han dado su propio sentido a este acto fisiológico, adquiriendo estos diferentes connotaciones. El hecho de asociar el estornudo con una “pequeña muerte” es uno de los más comunes entre las diferentes interpretaciones.
Una de las referencias al estornudo más antiguas proviene de la cultura judía y está en la Biblia. Tal y como explica el neurólogo J.M. García Moreno y recoge El Confidencial, “la tradición hebrea explica que Adán dio su primer estornudo cuando Eva le ofreció la manzana para que la mordiera, lo que él interpretó como un signo del Maligno y un presagio de muerte”.
“Desde Adán hasta los tiempos del patriarca Jacob se conservó la creencia de que, cuando alguien estornudaba, el alma, que según la tradición asentaba en el cerebro, se expedía fuera de la cabeza, y anunciaba así su muerte”, añade. Por ello “Jacob suplicó a Dios para que cambiara el orden de las cosas, ya que no quería morir cuando estornudara”.
Posteriormente, siendo Jacob “ya mayor, estaba bendiciendo a su hijo cuando comenzó a estornudar, y entonces rogó a Dios: ‘Dame tiempo suficiente para terminar de bendecir a mi hijo’. Dios atendió su ruego y, desde entonces, según la tradición judía, existe la costumbre de desear salud y felicidad a quien se oye estornudar”.
En la misma línea, en culturas como la española, es común actualmente escuchar palabras como “¡Jesús!” o “¡Salud!” cuando alguien estornuda. “La teatralidad de la escena es una pequeña falla que se produce en la llanura de la cotidianidad, un recreo infinitesimal durante el que evocamos, aunque sea de manera protocolaria, la dimensión espiritual”, comenta al respecto Pablo Maurette, profesor de la Florida State University. “Se trata, a fin de cuentas, de una plegaria por la salud del cuerpo pronunciada indistintamente por creyentes y ateos”, añade.
Sin embargo, esa creencia de ‘ahuyentar’ a la muerte proviene de la Antigua Grecia. Así pues, Aristóteles fue uno de los que insistió en “la naturaleza sagrada del estornudo”, ya que “a diferencia de otros tipos de aires emanados del organismo, como el eructo, el estornudo procedía del principal y más hondo y divino de los órganos, el que contiene el espíritu”, señala García Moreno.
Finalmente, los estornudos recuperaron su connotación tanatológica a partir de las epidemias de peste que asolaron Europa en la Edad Media, ya que “volvió a considerarse como un signo ominoso de que la persona estaba afectada por la plaga y de que su muerte era inminente”.
“Todo estornudo implica una pausa”, concluye Maurette, señalando que todo lo que precede al estornudo un “espacio de suspensión en cuya intimidad acaso se nos revele un anticipo de la sensación que acompaña al final de la vida”.