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Opinión

Nos vamos

[dropcap]L[/dropcap]a tremenda situación que arrastra Salamanca, acompañando a Castilla y León en general, desde hace muchos años en relación con su población debería remover conciencias y excitar los ánimos de la ciudadanía que clamara con exigencia cargada de razonamientos ante los dirigentes de esta tierra. En un momento en el que la sociedad se encuentra apaleada por la carga de problemas de diferente tipo que han originado la incompetencia de políticos y dirigentes en frentes variopintos, entre esos problemas sobresale entre los más destacados y necesarios de afrontar el referido a la población. Es decir, atajar la gavilla de problemas que motivan que en la provincia, la ciudad, la región se reduzca permanentemente el número de habitantes. Y no sólo se reduzca, sino que aumente el de personas mayores, mientras cae el brío que aporta la juventud.

Algunos expertos llevan años y años –con mucha insistencia y notables razonamientos lo ha puesto de relieve el profesor salmantino Valentín Cavero— apuntando esa deriva. Con esos conocimientos, más los que nos aportaba la mera realidad plantada ante nuestros ojos, también desde hace demasiados años algunos hemos machacado con textos y voz sobre esa situación imparable y lamentable, pero entre otras lindezas (qué majaderías se les ocurren a veces a algunos políticos, a sus allegados y a serviles) quizá la más repetida fue la de contribuir a “destruir los avances” o similares, aparte de la de “disolvente” con que me calificó un alto mando de la Junta por mis comentarios en un periódico regional. Se conoce que se dedicaban a leer el periódico, y no para sacar conclusiones útiles, en lugar de romperse el caletre y el cuerpo entero, con los recursos adecuados, para modificar una situación evidente.

[pull_quote_left]En lugar de buscar recursos para asentar población, se la espantaba a base de escobazos de todo tipo. Ni siquiera se procuró arrastrar a inmigrantes que pudieran atender al campo y a la reproducción poblacional[/pull_quote_left]A lo largo del tiempo, la respuesta de las instituciones, y el Gobierno regional tiene una responsabilidad mayúscula, ha consistido en elaborar planes y programas y no sé qué más nombres para denominar la simulación de actuaciones que nunca aportaron nada. Porque, además, en ese mismo tiempo, las políticas que se establecían desde Valladolid –también desde Madrid–consistían en reventar los núcleos rurales para que la gente joven saliera de estampida de esos pueblos. En lugar de buscar recursos para asentar población, se la espantaba a base de escobazos de todo tipo. Ni siquiera se procuró arrastrar a inmigrantes que pudieran atender al campo y a la reproducción poblacional, aprendiendo las peculiaridades que en cada punto requieren las explotaciones ganaderas y agrícolas…, cuando aún había quien se las pudiera transmitir.

La ciudad, como el espacio rural, ha sufrido las mismas políticas de látigo. Se muere más gente que la que nace. Y se marchan muchos fuera, bien a otros territorios del país, bien al extranjero, como ocurre con jóvenes formados…, incluso científicos ya bregados. Y una cosa es que esas gentes se marchen para completar su formación y otra que se vayan porque los echamos, que es lo que sucede de forma sostenida.

En esas estamos. Y por eso no quiero dar ni un dato. Y aunque creo que no he soltado ni un gramo de demagogia ante el tremendo panorama salmantino, ya sé lo que soy, lo que en determinados círculos se soltará: disolvente.

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