«Decretada la muerte de las ideologías… » estas siguen vivas y coleando. Y es lógico, o incluso preferible si el marco en el que nos movemos es el de la democracia.
¿Qué era en realidad aquel decreto de muerte o aquel acta de defunción que algunos, con mucho interés, propalaron a los cuatro vientos?
Básicamente los que anunciaron aquel final de las ideologías con el mismo acierto y olfato que el fin de la Historia, estaban expresando como si fuera un fenómeno objetivo lo que solo era un deseo íntimo: que no hubiera sobre la faz de la tierra más ideología que la suya, sin alternativa, sin posibilidad de confrontación y cambio, para siempre.
¿Y esto de dónde surgió?
Como ocurrió que, erróneamente, una política más social y progresista fue identificada con el «bloque soviético», que a esas alturas de la Historia era mayormente una «nomenklatura» corrupta, como tantas otras de Occidente, se pensó que la caída del muro de Berlín era la excusa perfecta que daba alas al pensamiento único y radical de los ideólogos de la ultraderecha, siempre incómodos con la alternativa política y las urnas, y evidentemente contrarios a cualquier política social, o incluso contrarios a la misma existencia del Estado.
Ese deseo y objetivo inconfesable de totalitarismo ideológico se vistió con diversos ropajes y se adornó con distintas retóricas, de las que la más exitosa, por sibilina, fue la retórica del «centro» como símbolo del equilibrio perfecto y la equidistancia moderada. Y efectivamente hubo durante un tiempo un equilibrio aparente y casi perfecto si no fuera porque era el equilibrio mefítico de la ciénaga, con su turnismo corrupto y bien acompasado que iba incubando en su seno las miasmas que explotarían después.
Y efectivamente esas miasmas explotaron, desgraciadamente no siempre en la dirección más coherente con las causas que las habían provocado, pero es lo que tienen las explosiones de este tipo de las que la más paradigmática fue la estafa financiera de 2008.
Por ejemplo, que la desesperación y la ira incubada en el mundo global monopensante por obra y gracia del neoliberalismo y sus excesos, exploten luego en forma del triunfo político de Trump en USA o de Milei en Argentina, no deja de ser un chiste, pero un chiste trágico, porque ambos sujetos vociferantes y extremistas son radicalmente neoliberales, de esos que privatizan hasta el aire que se respira y el agua que se bebe. Es como intentar apagar el fuego con gasolina.
Más fascistas incluso que Perón fueron los militares de la junta militar argentina, y sin embargo Milei defiende y excusa sus secuestros, robos de niños, torturas, y asesinatos.
Como ven todo es bastante irracional, pero para la cuestión que aquí se trata, debemos considerar significativo que Margaret Thatcher defendiera a Pinochet, y Milei haga lo propio con los asesinos de la dictadura militar argentina.
Esto demuestra que entre el totalitarismo ideológico del neoliberalismo (sin alternativa) y el totalitarismo en armas, la distancia es muy corta. El Chile fascista de Pinochet fue utilizado como laboratorio de prácticas del neoliberalismo de los «Chicago boys».
Los supongo informados además y conscientes de la falsificación y manipulación que desde esas premisas ideológicas se hace de la palabra libertad, que en esas manos cada vez parece más irreconocible y amenazadora: muñecas hinchables y empaladas como símbolo de misoginia, motosierras en ristre como metáfora de la violencia, representantes políticos acosados que tienen que reforzar su escolta.
Ese equilibrio mefítico del que hablamos, el equilibrio del «extremo centro», constituyó para esa ideología extremista -el neoliberalismo- el disfraz perfecto, macerado todo ello con la costumbre y el olvido, que permitieron el encaje pausado y sin resistencia de un número cada vez mayor de recortes en prestaciones sociales y derechos.
Sólo desde una costumbre dosificada hasta el embrutecimiento y la inopia puede explicarse que se haya llegado a considerar normal o aceptable que los muy ricos no paguen impuestos, o que de vez en cuando se les exonere y favorezca con una amnistía fiscal. O que las distintas comunidades autónomas de nuestro país compitan en su objetivo último de convertirse en paraísos fiscales y países de Jauja para los más ricos o los más corruptos.
«Según el Eurobarómetro 534, de junio de 2023, casi nueve de cada diez españoles creen que en España hay mucha o bastante corrupción. De acuerdo con los expertos, España sigue teniendo más corrupción que la que corresponde a su desarrollo económico y social, y así se refleja repetidamente en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional. La Comisión Europea ha manifestado en sus informes sobre el Estado de derecho la preocupación por las debilidades institucionales de nuestro país y los informes GRECO nos recuerdan continuamente que faltan deberes por hacer» (Manuel Villoria Mendieta, EL PAÍS, 22 nov 2023).
Este caldo de cultivo ideológico (porque lo es, aunque reniegue de las ideologías) explica muchas de las crisis y anomalías que arrastramos sin que lleguemos a acostumbrarnos del todo.
Y más vale que no nos acostumbremos porque no es sano ni propio de una cultura política occidental y avanzada.
Nuestra cultura occidental, junto con sus muchos defectos tiene en la democracia y la alternativa política basada en el debate de ideas y proyectos uno de sus pilares más sólidos y más fértiles. Conviene defender esos cimientos porque lo que se presenta a veces como ultramoderno y sobre todo como ultraliberal, ensayando un nuevo disfraz, deviene con excesiva frecuencia en el polo opuesto, y oculta un proyecto de involución hacia jerarquías medievales que nada tienen que ver con el mérito y sí con la fuerza bruta, el poder del dinero, y la corrupción desregulada.
Coherente con el deseo de poner fin a las ideologías (ajenas), es la promoción y exaltación de las pasiones más bajas, una promoción de la ceguera necesaria que permita al pensamiento único crecer en un régimen de monocultivo.
Se trata de llenar un vacío fabricado (el de las ideas y el debate) con aquella masa amorfa y maleable que lo puede suplir: el de las pasiones turbulentas, tales que el odio y la ira. Cómo no, con la ayuda inestimable y bien pagada de la telebasura política, que en nuestro país ha proliferado en los espacios de «entretenimiento».
Es lo que estamos viendo desde hace tiempo como apuesta estratégica de la ultraderecha global, incluida la nuestra, consolidada en torno al tándem reaccionario y extremista PP-Vox.
3 comentarios en «Pensamiento único y pensamiento totalitario»
gracias sentenac todavia quedan personas coherentes
una pena que estas clases magistrales no se expongan en programas de máxima audiencia
con la foto de cabecera me vale