«El discurso de Felipe VI, que este año ha querido abordar no lo cotidiano sino lo esencial…»
Así abordaba la prensa la interpretación del discurso navideño de Felipe VI que decidía en su discurso especial dejar en un segundo plano lo cotidiano para centrarse en lo esencial.
¡Qué gran error de términos y de conceptos! Error que puede venir del emisor o del receptor del discurso, depende.
Y depende fundamentalmente de la interpretación que cada cual haga y de la esperanza de futuro que cada uno albergue, así como de la experiencia individual y colectiva que haya consolidado el tiempo ya transcurrido.
Pero digamos para aclarar cual es nuestra interpretación y nuestra postura, que si recortamos y maltratamos lo cotidiano, lo esencial no funciona. Esto lo saben hasta los niños de párvulo.
Pero esto es sin embargo lo que llevamos viendo y se lleva haciendo desde hace ya demasiado tiempo. Por eso algunos arrepentidos breves del «pensamiento único», forofos del neoliberalismo, la desregulación, y el anarcocapitalismo, dijeron que había que refundar el capitalismo.
En un momento de dura realidad, el de la estafa financiera de 2008 (una estafa anarcocapitalista), aparentemente esos arrepentidos vieron momentáneamente la luz.
Por supuesto no se ha hecho nada al respecto y todo ha quedado en agua de borrajas. La indignación por aquella estafa financiera que animaba al rechazo del viejo sistema y la refundación de uno nuevo, fue sustituida enseguida por el olvido y por el pienso de los bulos y la telebasura que permitían continuar con el viejo «sistema».
Y es que lo que hay que refundar si se quiere salir de este hoyo histórico es la socialdemocracia, que siempre nos ha permitido remontar los desastres provocados por el capitalismo desbridado.
Es absurdo poner un empeño fanático en demoler lo cotidiano, los servicios públicos, los equilibrios sociales, ahora con una desatada y loca motosierra, y pretender al mismo tiempo que lo esencial, lo trascendente, lo formal: la patria, la unidad, el Estado español (por decirlo de alguna forma), salgan indemnes.
Recordemos que el último separatismo catalán arranca y toma impulso en unos recortes neoliberales. Y en ese orden de factores hay que buscar el origen que casi todas las rupturas y enfrentamientos que estamos viendo.
Sí se maltrata el contenido, la forma se resiente o incluso se deshace. Si se gripa el engranaje, el motor se para, y ya vimos durante la pandemia cual es el engranaje que hace que el motor se mueva, y no son las finanzas de casino precisamente.
Sí lo cotidiano se hace invivible, lo esencial parece y surge el caos, el enfrentamiento, la polarización, el separatismo.
Y es que si hay un separatismo peligroso, silencioso pero radical, que hace una labor de zapa, de desintegración del tejido social, que luego se traduce y deriva en «otros separatismos» secundarios, ese es el separatismo neoliberal o anarcocapitalista.
Una de las áreas esenciales de la vida pública donde ya se notan plenamente los efectos del separatismo neoliberal es la asistencia sanitaria. Cada vez son más los ciudadanos españoles que cuando acuden a su centro de salud se les comunica que no tienen médico de cabecera o si lo tienen no es accesible (han quedado separados de ese derecho fundamental), mientras que otros ciudadanos españoles aún conservan ese derecho y otros lo adquieren ya en forma de privilegio pagado a tocateja.
Recientemente Wolfgang Münchau lo describía así: «el tejido social se deshace».
Ya digo: esto lo perciben hasta los niños de escuela. Y es que no hay más que asomarse a lo sufrido en forma de recortes y privatizaciones por nuestros servicios públicos (único bálsamo contra la desigualdad creciente) en estas últimas décadas para saber en qué derrotero estamos.
Están empeñados (los de la motosierra, los del «sistema») en una vuelta al pasado, porque el neoliberalismo es un arqueocapitalismo. Lo único que quieren refundar estos iluminados es el pasado peor.
Quizás lo más triste e inquietante de este presente nuestro, que mediante una especie de acrobacia histórica nos reinstala en algunos fenómenos políticos, económicos, y sociales, característicos de los años 30, incluidas esas nuevas máscaras del fascismo racista, es que recalifica como lección inútil la segunda guerra mundial con todos sus desastres. Se actúa como si no hubiera ocurrido.
Lo «esencial» español es una gota de agua en este océano de desmemoria y retroceso.
No es que la Historia se detuviera en nuestro tiempo, sino que se disponía a ensayar un tremendo y anómalo revival, una vuelta al pasado, ya veremos con qué consecuencias, aunque algunas de las que ya están aquí, son penosas.
No obstante, el discurso navideño de Felipe VI, que dicen centrado en lo esencial: la Constitución, la patria, etcétera, y cuyas palabras en algunos momentos no concuerdan con la realidad vivida por los ciudadanos al suponer y dar por descontado que esta Constitución garantiza los servicios públicos y protege lo cotidiano, acaba bien, al menos en el plano de las buenas intenciones, ya que en su tramo final hace mención precisamente a esos servicios públicos. ¡Algo es algo!