En la variedad está la vida, y en la uniformidad la muerte. Esto lo describe incluso una ley física: la Ley de la Entropía.
También se dice que en la variedad está el gusto, porque la vida gusta, y la muerte no tanto.
Conviene no olvidar sin embargo que hay gustos para todo o para todos, y que sobre gustos no hay nada escrito, aunque esta última afirmación no es muy sólida porque lo cierto es que sobre gustos hay bastante escrito … Por ejemplo, hay bastante escrito y dicho en relación aquellos forofos del ¡Viva la muerte!, que al parecer se declaraban o se declaran aún en nuestro tiempo enamorados de esa dama. Se llaman a sí mismos «novios de la muerte” y cosas parecidas, un gusto, la verdad, bastante morboso, pero bueno…. Para gustos los colores, y este en concreto tira bastante a negro marrón.
Por tanto, si somos partidarios de la vida, apoyemos la variedad y la mezcla, porque en la variedad está el gusto.
Que haya dos (o varios) polos de ideas enfrentadas dialécticamente, es lo normal en un debate. Y si hablamos de política y economía, lo verdaderamente anómalo es el pensamiento único y raquítico en el que ha querido encajarnos a todos el «centro» neoliberal, por mera exigencia de los intereses de una minoría.
Esa mala costumbre nos ha llevado a interpretar cualquier diferencia de criterio como «polarización», o incluso como «antisistema», o sea, como anomalía, lo cual es absurdo. No, lo anómalo era aquel falso centro (un centro además poco centrado), que era en gran medida un conformismo forzado e impuesto bastante antinatural.
La proliferación de ideas y de opciones políticas (algo que siempre ha rechazado el totalitarismo de cualquier signo) introduce complejidad y dificultad en el debate, pero al mismo tiempo lo enriquece y lo hace más fértil. Esa dificultad y ese esfuerzo para conjugar intereses varios, genera músculo democrático.
Y lo contrario ocurre en aquellos que se apoltronan en el poder y la corrupción consensuada, que no solo pierden habilidad política sino que atrofian su músculo demócrata. Y esto ofrece un paralelismo con la realidad biológica en la que la riqueza de opciones favorece la evolución y la adaptación a las circunstancias cambiantes, mientras que las opciones escasas y rígidas (mucho más si es solo una la opción) conduce al fracaso y la extinción por inadaptación al medio.
Casi lo mismo que decimos de la política y la biología podemos afirmarlo de la cultura.
Nadie ignora que vivimos inmersos en una cultura simbiótica y mestiza, que bebe de muchas fuentes, que une y cose muchos retazos, y cuyas múltiples raíces se hunden en la oscuridad de los tiempos. Desconocer este hecho lleva a esa otra inflación del lenguaje que consiste en añadirle a la palabra «guerra» el adjetivo “cultural». Y una vez más es la ultraderecha la que abusa de estas manipulaciones del lenguaje. Incluso cuando se refieren a la cultura utilizan un tono violento y belicista. Nada extraño si pensamos que uno de los principios fundacionales del fascismo es la veneración de la violencia. El otro principio que defienden y está en su código genético es la irracionalidad. Quizás por eso les resulta tan atractivo y tan fácil el concepto «guerra cultural». No en vano aquel fascista declarado pudo decir: «Cuando escucho la palabra cultura saco la pistola». O aquel otro clamaba con gesto animalesco: «Viva la muerte» y «Muera la inteligencia».
Pensemos en el jazz, por ejemplo, desde una cultura que se quiere no solo «blanca» sino xenófoba y racista. Y pensemos en que todo lo que no encajaba en su canon cultural estirado y estreñido, los nazis lo llamaban «cultura degenerada». Como era de esperar lo que degeneró rápido fue su propuesta cultural racista y uniforme, y en cambio el jazz, que podemos calificar como música mestiza, impura según el criterio de aquellos fanáticos, es una de las manifestaciones más ricas, más dúctiles, y sin duda con más futuro de nuestra cultura.
Si esta mezcla de aportes culturales siempre ha existido desde que el hombre es hombre dada su inagotable capacidad de absorción y aprendizaje, hoy, cuando cualquier frontera es ilusoria y probablemente inútil, esta simbiosis ocurre con más intensidad y a mayor velocidad. Otra cosa es que esa mezcla acelerada conduzca al mestizaje y la riqueza de propuestas, o por el contrario nos lleve a una uniformidad global un tanto plana.
En cualquier caso, las alternativas múltiples siempre son fuente de riqueza y aportan flexibilidad. Y hemos de temer que los que hacia fuera son xenófobos, hacia dentro sean verdugos del pluralismo político y cultural. La Historia nos demuestra que suele ser así.