[dropcap]H[/dropcap]acia dónde va la Rusia de Putin, con una crisis económica y finan-ciera sobrevenida de dimensiones sólo comparables a la de 1998? Recuerdo muy bien que por entonces fui enviado especial de un diario español a Moscú, donde estuve varios días tratando de encajar el puzle de las dificultades por las que entonces atravesaba el país gobernado por el desequilibrado Yeltsin; que aún no se había recuperado, ni mucho menos, de las consecuencias que comportó la disgregación de la Unión Soviética en 1991: en lo que fue un impacto derivado de la caída del muro de Berlín sólo tres años antes.
Hoy la crisis tiene, también, un claro origen político: las turbulencias ucranianas, subsiguientes a la solicitud de Kiev de lograr un acuerdo con la Unión Europea, frente a la alternativa ofrecida por Moscú de incorporarse Ucrania a la unión aduanera ya formada por Rusia, Belarús, Kazajistán y potencialmente de otras repúblicas, caucasianas y centroasiáticas, de la antigua URSS. Confrontación que acabó resultando en la virtual división del país entre quienes querían la aproximación a Bruselas, los ucranianos occidentales, y los que, en cambio, miraban a Moscú como el origen de su propia existencia política: las zonas rusófonas de Occidente y la península de Crimea.
La acción decidida de Putin de anexionarse el entorno del gran puerto de Sebastopol, base de la marina rusa en el Mar Negro, llevó a una crisis política de primer orden. A raíz de la cual, EE.UU. y la Unión Europea establecieron fuertes sanciones económicas que acabaron teniendo fuerte incidencia en la ya debilitada economía rusa.
Y además, en esas estábamos, cuando llegó el cisne negro de la caída de los precios del petróleo y del gas, desde un nivel Brent de 115 dólares/barril en junio de 2014, hasta situarse en 60 en diciembre; brusco descenso resultante de una serie de causas.
En el panorama que estamos esbozando, hay que precisar que antes de complicarse todo tanto, Rusia ya tenía sus propias dificultades, a causa de la debilidad del rublo –derivada de una fuerte inflación in-terna—, con cambios sostenidos por el Banco Central a un elevadísimo coste, que se ha calculado en 30.000 millones de dólares; hasta el momento en que se decidió, en octubre, no seguir quemando las reservas internacionales del país, equivalentes en ese momento a 428.000 millones de dólares. Lo que derivó a una volatilidad extrema de la divisa nacional, y a su final hundimiento desde 35 rublos por dólar en junio, a 60 en diciembre.
[pull_quote_left]La compleja situación que vamos analizando, llena de conflictos de todo tipo –con la caída dramática de los ingresos del erario, depen-dientes en más del 70 por 100 de los hidrocarburos—, condujo a una ingente fuga de capitales de las grandes empresas; e incluso vía el declinante turismo[/pull_quote_left]La compleja situación que vamos analizando, llena de conflictos de todo tipo –con la caída dramática de los ingresos del erario, depen-dientes en más del 70 por 100 de los hidrocarburos—, condujo a una ingente fuga de capitales de las grandes empresas; e incluso vía el declinante turismo, y con el paralelo fenómeno del gasto anticipado por los consumidores, en la compra de toda clase de productos ante la previsión de mayores subidas de precios e incluso desabasteci-miento del mercado.
Se ha hablado de que, como sucedió a una mayor escala en 2007/2008, estamos ante una “tormenta perfecta”, cuyas consecuencias son difíciles de prever. En una situación límite en la que han cesado de fluir las inversiones extranjeras para los proyectos de desarrollo de todo el área energética y de materias primas, tan importantes en la Rusia europea y en Siberia. Con graves dificultades de financiación ya en las mayores empresas; que se encuentran, además, con la ingente carga de un endeudamiento cifrado en dólares, que actualmente, en rublos, valen el doble.
A las cuestiones ya mencionadas, se agrega el hecho de que, a dife-rencia de 1998, Rusia nada puede esperar ahora del Fondo Monetario Internacional, pues las sanciones establecidas por su política ucraniana, hacen que el FMI –virtualmente controlado por EE.UU., que dispone de derecho de veto—, no permitan la concesión de créditos de emergencia para afrontar la situación.
En un escenario tan complicado como el que hemos ido esbozando, la única tabla de salvación financiera a medio plazo de Rusia sería un acuerdo con China; que podría estar negociándose ya en estos momentos, para conseguir créditos que puedan compensar la rápida disminución de las reservas internacionales del Banco Central de Rusia, que deben estar ya muy por debajo de los 300.000 millones de dólares. Posibilidad que nos hace recordar lo que sucedió entre México y EE.UU. en 1982, cuando con ocasión de la moratoria mexicana de su deuda exterior, EE.UU., de la noche a la mañana, inyectó en el Tesoro de su vecino del sur un total de 26.000 millones de dólares (con el alto valor adquisitivo que tenían en aquellos tiempos), ante la urgencia del caso, y sin esperar a ninguna clase de acciones del FMI.
[pull_quote_left]Es difícil prever el futuro, salvo en que las turbulencias que están generándose anticipan una nueva etapa que en algunos aspectos va recordando los tiempos de la guerra fría[/pull_quote_left]Se dirá que la relación Rusia/China es muy diferente de la de EE.UU./México. Pero también está claro que China podría estar considerando dar un paso importante para mejorar, aún más, su posición como gran demandante de toda clase de energías y materias primas que acumula su gran vecino del Norte.
El pasado 18 de diciembre, Putin no tuvo más remedio que afrontar una conferencia de prensa, en la que valoró como muy grave la crisis por la que atraviesa el país que él mismo dirige, con una autocracia que tanto recuerda la del zarismo o incluso la nomenklatura soviética. Y aceptó que el estado de cosas que se ha creado puede comportar dificultades muy serias durante por lo menos dos años; reconociendo, al tiempo, que en las últimas dos décadas, los sucesivos gobiernos de Moscú no han sido capaces de instrumentar una política de diversificación de la economía rusa, que tanto sigue dependiendo de los hidrocarburos.
En definitiva, habrá que monitorizar, como ahora tantas veces se dice, la evolución de los acontecimientos. En lo que va a ser una fase de tensiones crecientes entre Rusia, EE.UU. y la Unión Europea –con un excesivo seguidismo de esta última de las iniciativas crispantes de Obama—, en lo que podría derivar a un fortalecimiento de los lazos de Rusia con Oriente (Eurasia aparecerá cada vez más como concepto estratégico), y de distanciamiento de los países occidentales.
En cualquier caso, y por muchas conjeturas que se hagan, es difícil prever el futuro, salvo en que las turbulencias que están generándose anticipan una nueva etapa que en algunos aspectos va recordando los tiempos de la guerra fría.
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