Opinión

Izquierda internacional

Hubo un tiempo en que la izquierda era internacional y por tanto contraria a los nacionalismos y patrioterismos baratos. En cuanto que la estrategia capitalista en sus modos de explotación y vasallaje rebasaba fronteras, el modo de oponerse a esa agresión también tenía que ser transfronterizo e internacional.

En ese contexto hablar de «Izquierda española» sería un oxímoron, no tendría sentido.

¿Y en nuestro tiempo actual? ¿Han cambiado mucho las cosas? El anarcocapitalismo que hoy hace su agosto y que tanto nos recuerda al de los años previos al crack del siglo XX, precursor del nazismo y de la segunda guerra mundial ¿No parece también una estrategia transfronteriza y global?

Las órdenes que nos ordenan y conminan (bajo la amenaza de sanciones) a retrasar la edad de jubilación y a demoler los servicios públicos ¿No vienen de fuera, de allende nuestras fronteras? ¿No proceden de un poder global, transnacional y transfronterizo? ¿No están inspiradas esas órdenes por una ultraderecha económica que no reconoce naciones ni fronteras, y que solo reconoce y defiende paraísos fiscales?

Así visto, la izquierda que quiera oponerse a ese vasallaje, a esa explotación de nuevo cuño (o no tan nuevo), a esa estafa que promueve el pensamiento único y global de la ultraderecha económica, no puede ser española, ni francesa, ni catalana, ni vasca, porque no puede ser nacionalista, sino que debe ser internacional y global en su estrategia de oposición.

El catalanismo de derechas (presuntamente nacionalista) entonces en el poder y que activó la espoleta del último impulso separatista para desviar hacia otros el malestar de los ciudadanos catalanes por los recortes decididos, obedecía dócilmente apenas unos momentos antes las órdenes de la ultraderecha económica global, transnacional, y transfronteriza, para ejecutar esos recortes. Y no lo olvidemos: esos recortes suponían endosar la factura de la estafa financiera de 2008 (una estafa anarcocapitalista) a sus víctimas, por miedo a hacérsela pagar a sus autores, mucho más poderosos que las víctimas.

Y también apenas unos instantes antes de ese movimiento centrífugo, ese catalanismo de la derecha económica en el poder, participaba plenamente de los privilegios del bipartidismo corrupto y «constitucionalista» (centrípeto o centrífugo, según dicte el interés) a las órdenes del anarcocapitalismo global, con su cuota consensuada y silenciada de corrupción.

Vemos pues que los tales presuntos nacionalismos catalán, español, vasco, o francés, y así toda la lista, no eran (no son) sino comodines al servicio del internacionalismo económico de la ultraderecha anarcocapitalista para la que el «paraíso fiscal» es la medida de todas las cosas y la única frontera que cabe respetar. Por eso no nos debe extrañar que esa última aventura separatista del nacionalismo catalán de derechas estuviera impregnada de una ensoñación transfronteriza con el objetivo de constituirse en última instancia en insolidario e independiente paraíso fiscal.

Que como sabemos es la misma ensoñación que rige los delirios separatistas y neoliberales de Díaz Ayuso para la Comunidad que preside. O sea, rumbo al anarcocapitalismo internacional y global a través del separatismo fiscal. Para estos liberales patrioteros no hay más nación que el dinero, y venderían cualquier patria, incluida la suya, por un paraíso fiscal. Frente a una agresión (porque agresión es) que se coordina globalmente, internacionalmente, solo cabe hacer lo mismo. Fuera izquierdas nacionales y nacionalistas (¿en qué se diferencian?) y aboguemos por una izquierda global coordinada internacionalmente.

Si la ultraderecha internacional se coordina para explotar a los trabajadores y demoler los servicios públicos, la izquierda internacional debe coordinarse para justo lo contrario: defender los derechos de los trabajadores y proteger los servicios públicos.

Si para la derecha internacional la política tiene que estar al servicio del mayor poder del dinero, congruentes con la plutocracia que defienden, para la izquierda internacional la política y el interés público deben prevalecer sobre las especulaciones y los privilegios del dinero.

A medida que se multiplican los nacionalismos se incrementa la xenofobia, algo bastante incongruente con el tiempo que vivimos. No es que esté fracasando la globalización en sí (la cual está determinada por el estado actual de la civilización y la tecnología), sino que lo que está fracasando es una globalización concreta, aquella que se basa en la explotación humana y la codicia, y que además es totalmente ciega a los efectos ecológicos de la explotación que practica.

Más éxito y aceptación tendría una globalización basada en criterios diferentes, de cooperación y solidaridad, y sujeta a imperativos ecológicos de conservación de la riqueza natural. Que al final es la única riqueza que nos garantiza el futuro.

Frente a una globalización neoliberal que persigue la riqueza desproporcionada de unos pocos a expensas de los demás y de la Naturaleza, debemos impulsar una globalización que conciba la Humanidad y la Naturaleza como un todo integrado y sin fronteras posibles.

La primera forma de globalización ha fracturado las sociedades (a este efecto lo llaman «polarización») y ha llenado el paisaje internacional de guerras. Un fracaso en toda regla.

Debemos aspirar a una globalización distinta que nos lleve a unas sociedades integradas, equilibradas, no fracturadas, y que entienda el escenario natural como el soporte real de todo. Diríamos incluso que más que como escenario, la Naturaleza debe ser concebida de ahora en adelante como un actor principal de nuestra Historia.

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