[dropcap]C[/dropcap]reo no equivocarme si señalo que el único “monumento” del siglo XX con el que cuenta Salamanca es el Palacio de Congresos, obra de Juan Navarro Baldeweg. Y lo demás, una sequía que se palía con algunas obras de interés, pero no “monumentales”, de arquitectos como Joaquín de Vargas Aguirre –la Casa Lis, sí, y el Mercado Central–, y fachadas “neos” de Joaquín Secall, Santiago Madrigal, Francisco Gil…, el par de edificios de Alejandro de la Sota en la calle del Prior y en la plaza de los Leones, el buen tratamiento de la ampliación del Rectorado por Jesús Marcos Nevado, aparte de algunos otros edificios con dignidad. No hay más que darse una vuelta por la ciudad mientras se mira.
Pero el monumento que quedará para el futuro es el Palacio de Congresos. Ya es una referencia internacional, han sido muchos –muchos, la verdad– los arquitectos de diferentes puntos del orbe que han acudido a Salamanca para conocer ese edificio y su suspensión, su juego con la luz. El atrevimiento que en su día supuso ese edificio. Tuve el privilegio de conocer directamente del propio Navarro Baldeweg cómo explicaba de forma tan didáctica el desafío que representaba esa cúpula de hormigón que ampara la sala central.
Ese edificio, esa sala, esa cúpula, esa luz, ya están en la historia de la arquitectura. Disponíamos de algunos detalles, pero lo he podido contrastar abiertamente en la exposición “Juan Navarro Baldeweg. Un zodíaco” que hasta final de enero permanecerá en la sala del ICO en Madrid. “Qué gran exposición”, me comentaba recientemente el arquitecto salmantino Adolfo Domínguez. Sí, yo creo que es una exposición obligada para salmantinos interesados en su ciudad, porque allí se advierte el peso que aporta el Palacio de Congresos entre el conjunto de una obra con dimensión de proyección internacional. Fue una obra que proyectaron gobiernos progresistas y que remataron gobiernos conservadores…, cuando eso era posible. Hoy, seguramente, no.
[pull_quote_left]“La siguiente” de Navarro Baldeweg en esta ciudad fue el proyecto de teatro en el espacio que ocupó el cuartel de la Guardia Civil y que, desdichadamente, hoy son los Juzgados en la plaza de Colón. Aquel edificio en la plaza de Colón no fue posible porque en el sectarismo partidario –a pesar de que la pluralidad política amparaba la obra– del alcalde Lanzarote no entraba desarrollar un proyecto conveniente de la Corporación anterior [/pull_quote_left]Lo señalo porque “la siguiente” ya no fue posible. “La siguiente” de Navarro Baldeweg en esta ciudad fue el proyecto de teatro en el espacio que ocupó el cuartel de la Guardia Civil y que, desdichadamente, hoy son los Juzgados en la plaza de Colón. El alcalde Jesús Málaga (después de alguna deriva hacia otro campo) planteó con notable acierto –como hizo con el Palacio de Congresos– el encargo a Navarro Baldeweg de un teatro en ese ámbito privilegiado de la ciudad. Yo, que soy vulgar, dije entonces y aún sostengo: pistonudo. Era perfecto. Y por eso así lo plasmaron con su firma el Gobierno Central (Carmen Alborch), el presidente de la Junta (Juan José Lucas) y el alcalde (Jesús Málaga), en aquel día de 1993 en que se abrieron Las Edades del Hombre en las catedrales de Salamanca. Pero –amigos míos– no contábamos con la furia de Julián Lanzarote, que ganó las elecciones. Además de destruir tanto y tan relevante –no se me olvida el intento de progreso y conciliación, colaboración por una vez, que supuso Salamanca Emprende–, se cepilló el proyecto del teatro en el antiguo solar del convento mercedario. Sin contemplaciones. Era el teatro que Salamanca necesitaba, en el lugar adecuado, con las dimensiones adecuadas, con un edificio asentado en el proyecto de un autor prestigioso (aún recuerdo el diálogo del edificio nuevo con el viejo de la Torre del Clavero), y que eché de menos en la exposición sobre el arquitecto…, porque sólo se presentan obras realizadas.
Aquel edificio en la plaza de Colón no fue posible porque en el sectarismo partidario –a pesar de que la pluralidad política amparaba la obra– del alcalde Lanzarote no entraba desarrollar un proyecto conveniente de la Corporación anterior. Y el espacio se dispuso para albergar unos juzgados que, antes de abrirse, ya se sabía que iban a resultar insuficientes para acoger las instalaciones de la Justicia…, además de un edificio ramplón en lugar tan privilegiado. Los Juzgados, en ese punto, no han hecho más que generar problemas, y el teatro seguro que hubiera contribuido a aportar dinamización cultural en un ámbito especial de la urbe. Y, al lado de la Torre del Clavero, contaríamos con otro edificio más de Navarro Baldeweg, que por lo que vimos en el proyecto, figuraría como otro monumento más en el siglo XX, tan escueto en obras con relieve.
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