Opinión

La refundación fallida

En su último artículo para El País Fernando Vallespín se preguntaba «¿Cómo se combate a la ultraderecha?»

Buena pregunta.

A la cual cada uno responderemos de forma distinta en función de los hechos que consideremos que han conducido a ese auge, ciertamente intempestivo y anómalo.

Yo soy de los que interpretan que el auge de la ultraderecha, un invitado a la fiesta occidental que nadie esperaba a estas alturas de la Historia, deriva del auge previo del neoliberalismo como corriente hegemónica y excluyente. Y esto ¿Por qué?

Aquel lema «No hay alternativa» de los neoliberales, que se complementaba con aquel otro de «La sociedad no existe», ya atufaba a autoritarismo incipiente y a totalitarismo bien visto desde las «Instituciones».

Considero que la hegemonía en las últimas décadas del pensamiento y la práctica neoliberal (que incluso absorbió hecha papilla a una socialdemocracia feble y vendida a ese catecismo ultra en tiempos de Felipe González y Tony Blair) condujo a la orfandad de una parte importante del electorado, sobre todo, perteneciente a la clase trabajadora y a la clase media profesional.

La constatación definitiva de esa orfandad vino de la mano de un momento «crítico» que por otro lado cabía esperar: la estafa financiera de 2008, un hito de esta Historia. Y no solo porque esa estafa fuera previsible (favorecida sin duda por el estado de desregulación que propugna y exige el neoliberalismo) sino por las soluciones que se implementaron para hacer frente a la misma.

Solo desde esa orfandad y la desorientación anexa puede explicarse que tantos votantes hayan caído en años posteriores en las redes engañosas de la ultraderecha. Y son engañosas por cuanto los políticos de ultraderecha, desde siempre, son operarios al servicio del capitalismo salvaje que propugna el dogma neoliberal. Lo estamos viendo ahora -en tiempo real- en Argentina. Milei es un político de ultraderecha que no solo admira el fascismo de Videla, sino que al mismo tiempo es el cancerbero más fiel y fanático del neoliberalismo.

Lo que sorprende es que desde posiciones supuestamente liberales que han contemporizado todos estos años con el neoliberalismo se lance ahora la voz de alarma sobre el autoritarismo iliberal que avanza, cuando es obvio que el neoliberalismo es matriz y un caso más de ese autoritarismo excluyente, quizás mejor camuflado con la retórica del centro y el supuesto respeto a las instituciones, pero extremismo autoritario, al fin y al cabo. Ante la prueba del algodón, los que se dicen respetuosos de las instituciones, han dado a luz las cloacas policiales y una instrumentación corrupta de la justicia. O sea, un iliberalismo de lo más cutre.

Las «cloacas policiales» del gobierno de Rajoy, esa sí que es una «línea roja», un invento solo concebible desde un poder descontrolado (o sea, iliberal) que quiere ciudadanos borregos o amedrentados.

El concepto «cloaca policial» conjuga mal con el concepto «democracia». El problema de nuestro país es que nuestras indigestiones antidemocráticas duran demasiado. Pasa el tiempo, pasan los años, y seguimos sin saber quién estaba al frente de esas cloacas policiales, aunque “el presidente lo sabe”. De la misma manera que seguimos ignorando quién era el señor X.

¿Qué le pasa a nuestra justicia? O más ampliamente ¿Qué le pasa a nuestro país?

Sorprende la sorpresa. Es como si esta involución tan previsible y que hoy causa espanto a muchos, no se hubiera previsto.

Que la cosa estaba mal encarrilada y que se necesitaba corregir el rumbo para evitar que el barco se fuera a pique, se supo pronto y además desde posiciones políticas poco sospechosas de «antisistema» o de «progres». Por ejemplo, Sarkozy, que fue de aquellos que enseguida y tras la estafa financiera de 2008 dieron la voz de alarma y dijeron que había que refundar el capitalismo. Lo cual se entendió como que el neoliberalismo desregulatorio tocaba a su fin, como tocaron a su fin, y de manera estrepitosa, los alegres años veinte, y comenzaba entonces, tras ese desfalco global, un periodo más razonable, evidentemente de inspiración socialdemócrata en lo político y lo económico.

No fue así, el mal neoliberal siguió avanzando, las rupturas de todo tipo se extendieron y se tornaron globales, y por eso hoy tenemos una ultraderecha que escala posiciones por doquier. Entonces ¿Cómo se combate a la ultraderecha?

Pues siguiendo las pistas del crimen.

Y sin duda algunas de esas pistas las encontramos en la entrevista a Gabriel Zucman en El País de 30 de enero, donde entre otras cosas este eminente economista dice: «Sin impuestos, no hay acción colectiva que sea posible. No hay sociedad». Y también: «El motor fundamental del crecimiento económico ha sido y seguirá siendo el acceso a una educación y salud de alta calidad para todos, buenas infraestructuras públicas».

El auge de la ultraderecha procede de aquella refundación enunciada en tiempos de desastre y lucidez y enseguida olvidada y fallida. Hoy es evidente para todos el retroceso de la democracia con todo lo que la llena de contenido, y por contra el gran avance de las técnicas que manipulan la realidad. Goebbels está de moda, pero aún estamos a tiempo de evitar que Hitler resucite.

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