Hablamos con y de Ricardo Flecha

El escultor fue recordado en Zamora como maestro en humanidad y artista diferente
Ricardo Flecha. Fotografía. Pablo de la Peña.

El destino tenía reservado para Ricardo Flecha Barrio (Zamora, 1958-2023) un puesto destacado en el grupo de escultores e imagineros españoles que dejaron su impronta con gubia y cincel, con desgaste y pulido, con alma y esfuerzo. Ser aprendiz en el taller del mítico Ramón Abrantes ya fue un claro indicador del futuro que esperaba a un escultor que nunca pensó en que su forma de entender el arte le convertía, directamente, en universal desde Zamora.

Juanma de Saá / ICAL. También imprimió un carácter decidido en el ámbito docente, donde es citado como criterio de autoridad, de manera que haber asistido a sus clases se convierte en una línea destacada en el currículum.

Apenas cuatro meses antes de morir, se le dedicó una exposición en la iglesia de la Encarnación, en la capital zamorana, que hacía un recorrido por su densa obra. El escultor mostró una aparente y leve mejoría en la grave enfermedad que padecía y se fue pocas semanas después, sin querer hacer ruido pero dejando un estruendo que todavía se oye y que hasta se ve.

En aquellas semanas, mientras repartía entre personas amigas, poco a poco, retazos de su taller, materiales, parte de su vida, que “podrían dar utilidad” a elementos dirigidos al arte, tuvo la amabilidad de sacar unos minutos para atender al redactor de la agencia Ical.

A partir de estas líneas, el uso del tiempo presente hace que la charla siga teniendo vigencia, entreverada con impresiones de amigos, de artistas que también le consideran inmortal a través de su obra.

“El arte se transforma en universal desde el rincón donde quieras hacerlo. Ricardo estaba en plena ebullición y una formación interna tremenda. Un hombre que se fue convirtiendo en un escultorazo fenomenal. Tenía una proyección enorme y ahí está su legado”, destaca el pintor Antonio Pedrero.

“Sentí muchísimo su pérdida, no solo por el arte en sí. Era un muchacho que empezaba a recoger los frutos de lo duro que es esto, un mundo lleno de incomprensiones. Familiarmente, su padre fue un segundo padre para mí. Una persona querida. Lo sentí muchísimo por esa familia”, recalca. 

Ricardo Flecha es puntual. Queda con el redactor de la Agencia en el banco de un parque, cerca de su casa. “Ahora no estoy para subir al taller. Estoy pasando un bache como los que todos tenemos en la vida. Algunos, más intensos; otros, menos. A todos nos toca cargar alguna vez con la cruz de nuestros pecados”, asegura. 

“Llevo mi problema como tiene que ser. La enfermedad, como la muerte, es algo propio de la vida. Estás vivo, te vas a morir y tienes que estar convencido de ello”, añade.

Con la serenidad que da el propio conocimiento, un saber renacentista, y haber vivido con intensidad, menciona la muerte de forma premonitoria, sin aspavientos y sin lamentaciones y habla ya en pasado mientras mira directamente a los ojos.

“No he trabajado buscando la inmortalidad, eso es una chorrada Yo he trabajado en esto porque me gusta y porque es mi profesión. He disfrutado mucho y todo el mundo sabe que yo he regalado casi más obra de la que he vendido porque me gusta trabajar y porque, a lo mejor, era una manera de que saliera del taller y darme a conocer”, explica.

“La enseñanza también me encanta. Me encanta, disfruto. Eso es lo que más me ha dolido, fíjate. Más que dejar el taller, dejar la enseñanza. Tuve que ponerme a dar clases porque, aquí, en Zamora, era difícil vivir de la escultura”, apunta. 

En este contexto, José María García de Acilu, arquitecto, amigo y compañero de trabajo de Flecha durante 30 años, hace hoy hincapié en la “grandísima imaginación” del escultor. “Lo hacía como nadie. Le imprimía un sello tan personal a su trabajo que cualquiera de sus obras era reconocible. Como se quedó en Zamora, su escultura de Semana Santa fue muy relevante. Si llega a irse a otro sitio, habría sido un escultor absolutamente universal. Podría haber hecho escultura para el mundo porque tenía una imaginación desbordante”, señala.

“Ricardo fue una persona divertida y muy culta. Viajar con él fue un auténtico placer. Te contaba la realidad de una forma increíble”, agrega.

La conversación con el escultor pocas semanas antes de su fallecimiento, bascula hacia la Semana Santa, no en vano es autor de obras como el Cristo Yacente de la iglesia de Manganeses de la Lampreana (Zamora), el Barandales de Zamora; el Cristo del Perdón, de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla, de Toro (Zamora), entre otras muchas obras repartidas por toda España. “Hay una que desfila en Medina del Campo (Valladolid), que es el ‘Cristo en brazos de la muerte’. Cuando lo hice, pensé que se iba a quedar en el taller de por vida y, mira, la tienen allí y es casi el paso principal de la ciudad”, comenta.

“Una vez, estuve modelando, sin que nadie me mandara, un cofrade, tal y como iba en la procesión, que lo único que se veía son las manos, que a mí me encantan. En esas túnicas blancas ves aparecer unas manos que han trabajado la tierra. La tenía en el taller, la vieron en la cofradía, en Bercianos, y se hizo un bronce. Todas esas cosas que he hecho yo, sin que nadie me haya mandado, que se hacen y que no se venden, esas son de las que estoy más orgulloso”, rubrica.

“Ha destacado por haber sido un maestro en humanidad, cercano, afable, amigable y generoso; por haber manifestado sin rubor alguno su condición de creyente, y por haber creado un universo artístico propio, empleando materiales inusuales y renovando la iconografía religiosa de manera tan personal, expresiva e impactante”, describe el historiador del Arte y deán de la Catedral de Zamora, José Ángel Rivera.

Ricardo Flecha recuerda que Rivera de las Heras es “amigo” y apostilla: “Es el sacerdote que más me ha entendido”, antes de considerar que “seguimos anclados en el siglo XVI” por lo que a las imágenes religiosas se refiere.

“No somos hombres del XVI, sino del XXI, pero tenemos muchísimo miedo a ver reflejadas imágenes del siglo XXI. El arte, muchas veces, es un arte feo. Para nosotros, tiene que ser el Cristo guapo, aunque estamos llegando a aberraciones que se están viendo en Andalucía de cristos hormonados”, advierte.

“Nosotros somos Castilla, que tiene un arte completamente diferente al que tiene el sur. Y ese tipo de arte, como castellanos, lo estamos rechazando. No lo he entendido nunca. Seguimos anclados en un siglo XVI y adorando un arte que no es nuestro, que no refleja nuestros sentimientos, solo que es muy bonito”, insiste.

“Ricardo fue un fantástico amigo y compañero en la Facultad de Bellas Artes. Íbamos a Salamanca y veníamos juntos todos los días, desde 1985 hasta 1989. Después, fuimos compañeros de trabajo durante 30 años. Fue un excelente profesor y, también, director de la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Zamora”, recuerda Leo Pozo, creativo publicitario de Spectre Adv.

“Hemos estado 40 años juntos, viajando, pasándolo bien. También fue un gran creativo, una persona con una ironía y una visión de las cosas absolutamente creadora, diferente y llamativa. Salía a buscar lo que los demás no veían. Madera, piedra, dibujo… Colaboramos en muchas obras que hizo. Le echo mucho de menos”, reconoce.

Por su parte, José Antonio Pérez, maestro de talla en madera, quien dio clase con él en la EASD durante más de 20 años, valora el carácter “absolutamente personal” de su obra. “Muy propia, con una personalidad muy marcada. Era consciente de que su obra tenía muy difícil encaje en la imaginería más tradicional, donde los cánones están muy marcados y se puede innovar poco”, denota. 

“Donde los demás no se atrevieron, él fue capaz de revolucionar, de crear una iconografía nueva y distinta. ‘Cristo en brazos de la muerte’ es un ejemplo de lo que nadie se había atrevido a hacer”.

Ricardo Flecha no fue uno de esos artistas enclaustrados en su taller y aislados de la realidad mundana. Desplegó una gran actividad para hacer valer y defender la cultura y las tradiciones de la provincia de Zamora en diversos ámbitos, aunque fue especialmente llamativo su papel como miembro fundador e impulsor de la Asociación para la Promoción y el Estudio de la Capa Alistana, que colocó con fuerza en el mapa, dentro y fuera de España, esa prenda de especial raigambre y significado. Asimismo, presidió la Cofradía de Nuestra Señora de San Antolín o de la Virgen de la Concha, como siempre puntualizaba.

“En verdad, se llama Nuestra Señora de San Antolín. Lo que pasa es que, en el siglo XIV, nos unimos a la Cofradía de Santiago y la Virgen, en el XVI, al suprimir la figura de Santiago, recibió los atributos del santo, la concha y el bordón y el pueblo la empezó a llamar la Virgen de la Concha”, explica.

Ricardo hablaba con gran orgullo zamorano de la romería de La Hiniesta, probablemente, el acto social y religioso celebrado en una sola jornada más multitudinario de la provincia, con ediciones en las que se habló de hasta 20.000 personas.

Además, dedicó mucho tiempo a intentar dar la relevancia que merece a la subida a la Cruz del Rey Don Sancho. “Tenemos en Zamora la actividad más antigua lo de Europa. No hay ningún pueblo de Europa que lleve 950 años haciendo una actividad, que es la subida a la Cruz del Rey Don Sancho. En las últimas investigaciones, ya podemos casi afirmar que la Cofradía se fundó en el año 1073 y que se fundó para preservar la memoria del rey Sancho II”, subraya.

“¿Por qué lo hacía el lunes de Pentecostés? Porque, según al rito mozárabe, ese lunes es el día de difuntos. El domingo de Pentecostés venía el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios a la Tierra, y era el día de recordar el espíritu de aquellos que se habían ido”, anota.

Flecha aprovecha la ocasión para recordar, con cordialidad pero sin pelos en la lengua, a las administraciones públicas que “merecería la pena poner en valor” esa tradición casi milenaria. “Cuando se lo comento, se quedan en silencio, seguramente, porque no la conocen. Esto debería ser una subida de todos los zamoranos”, critica. “De verdad que no hay ningún pueblo que lleve 950 años haciendo lo mismo. Creo que tendríamos que explotar eso en Zamora, como promoción de la ciudad”.

“Destacó su faceta como imaginero, con el fondo grande de un buen escultor. Ha sabido captar como nadie el espíritu de la imaginería castellana y ha engrandecido nuestra Semana Santa con obra maravillosa. Me encanta el Barandales de Santa María la Nueva, que recoge a la perfección el espíritu ascético de la imaginería castellana”, expone el pintor Fernando Lozano Bordell.

Precisamente, entre los múltiples reconocimientos que acumula Flecha, figura, a título póstumo, el Barandales de Honor de 2024.

“Tenía un alma grande, amaba su tierra, la Semana Santa, la capa alistana y era muy sensible. Su obra tenía vida, alma. Una obra de verdad, sin saltos mortales ni tirabuzones, el sentimiento personificado. En cada cincelada y forma dejaba una impronta específica, un sello personal”, declara Ángel Almeida, director de la galería de arte Espacio 36.

“Amaba lo que hacía. Era un hombre virtuoso y vocacional. Cuando se juntan esas dos características es cuando fluye el arte en estado puro. Se ha ido una persona que aportó mucho a la ciudad y al arte, especialmente en la talla en madera, que hablaba con ella”, lamenta.

Ricardo Flecha deja clara en la charla con ICAL su condición de creyente y expresa su tendencia a intentar cumplir con los postulados de la fe. “Yo soy un hombre religioso. Creo en Dios y, además, me considero católico. Intento vivir mi vida religiosamente e intento asistir a misa, comulgar, pero no todos los días. Me ayuda mucho y, más, ahora, a la hora de la enfermedad. Yo, con ese halo de esperanza, vivo y espero la muerte, esa muerte del que espera algo más”, sentencia.

El escultor benaventano José Luis Alonso Coomonte, una leyenda de lo mejor del arte procedente de la provincia de Zamora, se muestra disgustado con las veleidades del destino, que se llevó “antes de la cuenta” a Flecha. “El fallecimiento de Ricardo me dejó tocado. En la vida no hay nada decidido pero era demasiado pronto para él. No le tocaba todavía. Fue una mala suerte terrible. Ha sido un artista muy importante, maestro, con una forma absolutamente personal de entender el arte. Hablábamos de cosas que tendría que haber heredado de mi estudio y fíjate”, indica a ICAL, sacudiendo la cabeza con pesar. “Que se haya ido Ricardo tan pronto no se lo perdono al más allá”, asegura.

La charla con Ricardo Flecha termina con una declaración firme y resuelta del escultor: “Yo he visto morir sin creer y me parece tristísimo. Quizás tengamos una religión que, por lo menos, además de ayudarnos a vivir, nos ayuda a morir. He hecho paz con todo el mundo, he arreglado las cosas que tengo aquí y, si tiene que pasar, pues mire, muy contento”, concluye. 

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