En los tiempos posmodernos que nos ha tocado vivir hay que hacer un hueco en el espectro político a un nuevo sector de opinión: el delirante.
Teníamos el centro conocido por todos, que era un falso centro, neoliberal y extremista. Teníamos la derecha moderada que es en realidad ultraderecha económica y ahora también «cultural», y la izquierda moderada que se queda en derecha a secas. Y luego la llamada izquierda radical, que no pasa de socialdemocracia de toda la vida, la de después de la guerra, que tantos beneficios aportó en su momento, pero que ahora le cuesta tocar poder porque hasta los grandes desastres bélicos y sus causas económicas se olvidan pronto.
Pues bien, en ese puzzle tan distorsionado por la evolución de los tiempos, el olvido, y las falsas etiquetas, en ese espectro desplazado hacia la derecha, hay que hacer hueco ahora a un nuevo sector del pensamiento político, o si se quiere de la irracionalidad política: el sector delirante.
Y esto es así porque para sorpresa de algunos aunque no de todos, los delirios de todo tipo han empezado a formar parte importante de la acción política posmoderna (no podemos decir de la discusión política en sí, porque sería absurdo, pero sí de la acción), y ya constituyen de hecho un elemento con peso en ese escenario.
Por supuesto están los políticos avispados que si en otro tiempo patrocinaban aquello de “Miente, que algo queda» hoy se apuntan al “Delira, que algo queda», sabiendo que al votante que antes se manipulaba fácilmente mediante la mentira hoy se le manipula mejor mediante el delirio y la conspiranoia. Ayuso es maestra en este arte.
Pero lo verdaderamente preocupante no son los políticos avispados que van a lo suyo sino esa gran masa de auténticos delirantes -con fe- sujetos a una especie de hipnosis colectiva. No sé si servirá de algo volver a mencionar aquí el efecto intoxicador y desinformador de la telebasura.
Podríamos remontarnos en la historia reciente sobre este asunto al grupo QAnon y el pizzagate, todo ello en la onda trumpiana y surgiendo con poderío demente en el mismo centro del imperio. Por supuesto no hay mejor maestro de ceremonias para el delirio colectivo que Donald Trump.
<<“Por favor, no coman pastillas de detergente ni se inyecten ningún tipo de desinfectante”. El mensaje fue difundido por Twitter por el servicio de emergencias del Estado de Washington el jueves por la tarde, después de escuchar la rueda de prensa diaria del presidente del país, Donald Trump, sobre la crisis del coronavirus>> (El País).
El presidente Trump, no solo se había manifestado como un experto practicante en delitos económicos y financieros, sino que ahora proponía, sin cortarse un pelo, combatir el Coronavirus con inyecciones de lejía o con luz solar. Sin duda, un estilo que atrae votos. Lo vemos también en España.
«Supongamos que golpeamos el cuerpo con una tremenda luz ultravioleta, o simplemente con una luz muy poderosa”, proponía Trump como medida terapéutica.
<<“Por favor no hagan eso. Atentamente, todos los toxicólogos”, tuiteaba el profesor de Harvard Bryan D. Hayes. “Inyectarse o ingerir cualquier tipo de producto de limpieza”, recordó el neumólogo Vin Gupta en la NBC, «es un método habitual para las personas que quieren matarse”.>> (El País)
De la riqueza y variedad de conspiranoias surgidas con motivo de la pandemia, qué les voy a contar que no sepan. No estaría mal recuperar ahora todos los disparates que se dijeron entonces y quién los dijo. Hubo quien afirmó muy convencido que las vacunas contra la COVID nos convertirían en dinosaurios por no se qué extraña combinatoria genética. Y también se dijo aquello otro de los chips inyectados mediante las vacunas para una más fácil manipulación de las mentes a distancia (como si no existiera ya para esa finalidad la telebasura).
Están luego los que salieron a la calle con rosarios porque pensaron que una Ley de amnistía o una coalición de gobierno progresista solo podían ser obra del diablo, cuando lo cierto es que el perdón y la misericordia siempre tienen un componente divino, o incluso cristiano, y las coaliciones de gobierno son la cosa más normal del mundo. La rutina política arrastrada por el fanatismo al campo de la conspiración teológica. Es decir, puro medievo.
Estos días causa furor (y nunca mejor dicho) un nuevo delirio en torno a la mujer del presidente francés, que aunque se llama Brigitte, en realidad es un hombre, según afirman algunos conspiranoicos.
En este nuevo disparate confluyen dos ejes de irracionalidad: por un lado lo increíble y chocante de la afirmación (a mí la verdad me da igual que Brigitte sea una mujer o un hombre). Pero sobre todo espanta que haya una gran masa de homos sapiens (así clasificados según Linneo) que consideran que ese hecho puede ser soporte de una acción política específica (¿cuál?) o motor de una conspiración concreta.
En este supuesto crimen marital y político de Macron y su pareja no solo falta el cuerpo del delito sino su motivo o finalidad.
Quiero decir, el hecho de que la pareja del presidente francés (que responde al nombre de Brigitte) sea mujer o sea hombre ¿Va a determinar que en la república Francesa (donde los ciudadanos de bien tienen por costumbre defender sus derechos con uñas y dientes) se retrase o no la edad de jubilación?
O enfocado desde otro ángulo: ¿El rezo del rosario en las calles de Madrid va a impedir que se hundan nuestros servicios públicos, o será más eficaz de cara a ese logro no votar a políticos como Ayuso?
Sin embargo no se dejen confundir por esta variedad de delirios de difícil catalogación, e intenten descifrar en ese maremágnum el elemento común, el elemento clave.
Si se fijan bien, en todos los delirios aquí referidos y en muchos más que no mencionamos, subyace un elemento político común de intoxicación y de conquista del poder, impulsado y financiado por elementos neofascistas y desde posiciones de ultraderecha. ¡Qué casualidad!
Ahora bien ¿Es esto una novedad o solo un revival?
Nos atrevemos a decir que novedad no es si pensamos que la irracionalidad militante y el delirio eran elementos fundacionales y muy queridos del fascismo primigenio.
Fíjense sin embargo que así como siempre hubo en el ámbito del fascismo auténticos delirantes como Himmler, que incluso aprovechó su visita al colega Franco para buscar el Grial, siempre hubo también gente sensata que les hizo frente, como por ejemplo el prior de Montserrat que no le quiso recibir cuando el jerarca nazi acudió a su monasterio en busca del referido tesoro mágico.
El problema de un delirante como Himmler es que además fue uno de los más despiadados y prolíficos criminales de la Historia.
Pero si pensamos que aquí hace poco hubo militares retirados que proponían fusilar a 26 millones de españoles, incluidos niños, vemos que de las mismas fuentes suelen brotar los mismos tóxicos.
En todo caso y para más información sobre este tema lean al maestro Umberto Eco en sus obras «De la estupidez a la locura» y «Contra el fascismo».