Del campo de batalla a las casetas

El 23 de abril se conmemora la derrota comunera de 1521, una revuelta fiscal y social que hoy se recuerda en Salamanca con pinchos en las casetas de día y una vuelta a la manzana corriendo
Las casetas de día en la Plaza de la Concordia, este martes.

Este año la Junta ha intentado sembrar el espíritu de comunidad desintegrando la fiesta del Día de Castilla y León, con la organización de diferentes actividades sin sustancia en las capitales de provincia de la Comunidad, con el fin de tratar de desactivar los actos donde se conmemora la batalla de Villalar, en el marco de la Revolución de las Comunidades de Castilla. La Asociación Foro Castellano 23 de Abril de Salamanca recuerda lo que ocurrió.

Nadie pensaba que los recelos originados durante la presencia de Carlos en las Cortes de Valladolid, originarían una rápida contestación a sus exigencias fiscales que cristalizarían más tarde, en un movimiento que pondría en jaque toda la estructura social y política heredada de la Edad Media.

Carlos quería ser emperador; cargo que precisaba un importante desembolso de dinero para desbancar al otro candidato, el rey de Francia, y mucho más dinero para mantener la política imperial posterior. Las fuentes de financiación de la aventura imperial de Carlos I, fueron dos: los impuestos a Castilla (600.000 ducados iniciales) y los préstamos de los banqueros alemanes, que por supuesto no devolvió de su bolsillo. Pero había, un problema; para sufragar estos costes, Carlos tenía que recibir la aprobación de las Cortes en las que se hallaban representadas las ciudades castellanas cuyas economías se encontraban mermadas desde 1517 por algunas epidemias y malas cosechas. 

Aunque el fundamento inicial de la rebelión comunera era de tipo fiscal, rápidamente evolucionó hacia una protesta transversal sobre la situación social y el papel de Castilla en el entramado imperial. El completo desconocimiento de la personalidad de Castilla que tenía el príncipe Carlos, su incapacidad para expresarse en la lengua del país, sus codiciosos asesores extranjeros (a quienes pretendía nombrar en los principales cargos sufragados con el erario castellano), y sus exigencias de nuevos impuestos con los que acceder a su status imperial, provocaron la alerta en las ciudades con derecho a voto.

Para orgullo de Salamanca quedará el haber sido la primera ciudad en manifestar por escrito, su oposición a las pretensiones de Carlos y la primera ciudad en bautizar con el término “comunidad” al hermanamiento de ciudades castellanas y de sus capas sociales contrarias al sometimiento de Castilla.

La historia es conocida. A petición de los regidores salmantinos, los frailes franciscanos, agustinos, y dominicos, elaboraron una misiva, con el conjunto de exigencias que habrían de plantear los procuradores en las Cortes que habría de convocar Carlos. Dichas reclamaciones, iban desde  el control de las finanzas del reino, a la negativa al pago de nuevos servicios (impuestos), o a lograr que la designación de cargos públicos recayera exclusivamente en naturales de Castilla.

La carta, dirigida a Zamora, y de la que se dio traslado a todas las ciudades representadas en Cortes, contenía además una advertencia asombrosa para el lenguaje y el contexto político de la época: en caso de que el rey se negase a tener en cuenta las peticiones formuladas, “las Comunidades tomarán en sus manos la defensa de los intereses del reino.”.

Desde la llegada de Carlos, el debate político originado entre los regidores de Toledo y otras ciudades castellanas estaba evolucionando rápidamente. La virtualidad de la carta salmantina es que por primera vez se documenta por escrito la existencia de una feroz oposición al futuro emperador. Empezaban a delimitarse perfectamente los bandos y el campo de batalla ideológico. A un lado, el derecho al bien común defendido por las ciudades, al otro los intereses dinásticos del soberano. A un lado la comunidad, al otro el imperio.

A pesar de la evidencia, el torpe Carlos, pesimamente asesorado, no sólo despreció las reclamaciones de las ciudades, sino que minusvaloró su capacidad de maniobra. El recién designado emperador, eludió convocar las Cortes, en tierra llana como querían los frailes salmantinos y las ciudades con derecho a voto en Cortes, se vieron obligadas a enviar a sus representantes a Compostela, si bien, con el mandato expreso de rechazar los impuestos requeridos por Carlos.

Fallida la intentona regia de obtener el servicio en las Cortes de Compostela, se convocaron unas segundas Cortes, días después, en La Coruña. A finales de abril de 1520, los manejos y la compra de voluntades perpetrada por los consejeros de Carlos, -las mismas prácticas que le habían allanado el acceso a la corona imperial- hicieron posible la traición de algunos de los procuradores a sus ciudades, votando a favor de conceder el servicio reclamado por Carlos.

El bloque más radical, formado por Salamanca y Toledo, no tuvo protagonismo en estas decisiones.

De regreso a Castilla, los diputados que traicionaron la posición acordada con sus ciudades, sufrieron diferentes suertes. Unos sólo fueron despreciados públicamente, otros extrañados y derruidas sus casas y algunos, como en el caso de Segovia, terminaron directamente linchados. Un mes después, en julio de 1520, la ciudad del acueducto sería sitiada por las tropas imperiales. El socorro efectuado desde Toledo, Madrid y Salamanca, obligó a los realistas a levantar el sitio, e intentar hacerse con la artillería del reino depositada en Medina del Campo. Los medinenses enterados del propósito de los imperiales, de usar la artillería para arrasar Segovia, bloquearon el acceso a su ciudad y en represalia, el ejército de imperial incendio la villa.

Dichos sucesos, demuestran a la perfección que el común había tomado las riendas de la confrontación con el emperador. La guerra estaba servida. Las milicias aportadas por las ciudades conformaron un ejército cuya dirección militar recayó en Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado.

El bando comunero integrado por clérigos, pecheros, artesanos, comerciantes, letrados y universitarios se articuló en torno a la Santa Junta de Ávila. Ésta elaboró la Ley Perpetua de Ávila, una suerte de constitución política castellana. Los espías de Adriano de Utrecht, no daban crédito, le remitían informes escandalizados, señalando que los procuradores comuneros exigían “reformar la justicia que estaba perdida y redimir la república, que está tiranizada”. Pocas semanas después la Santa Junta, en una convocatoria de Cortes de las ciudades comuneras se proclamó en Tordesillas, el gobierno legítimo de Castilla.

El resto de la historia ya es conocida. En la madrugada del 22 al 23 de abril de 1521, Juan de Padilla decide mover sus tropas hacia Toro, habiendo perdido un tiempo enorme que los realistas aprovecharon para alcanzarles en la localidad de Villalar. Padilla intentó formar a sus hombres, pero bajo la intensa lluvia, la caballería realista destrozó a los comuneros cuyas bajas ascendieron a casi 1.000 hombres y sus cabecillas fueron apresados.

Tras la batalla, el día 24, en un cadalso en la plaza de Villalar, Juan de Padilla (toledano) y Juan Bravo (segoviano) fueron decapitados y por la presión de los soldados, más tarde también lo fue Francisco Maldonado (salmantino).

La derrota hizo que las demás ciudades rebeldes fueran sucumbiendo a la presión realista, quedando Toledo como Bastión Comunero.

Castilla perdió aquella guerra. Muchos historiadores consideran esta derrota, el origen del declive que arrastrarían los campos y ciudades de nuestra tierra durante los siguientes siglos. Las ciudades castellanas fueron obligadas a pagar indemnizaciones durante decenas de años, pero la aventura imperial del primero de los Austrias, produciría una debacle económica y social de doscientos años. Las sucesivas Cortes quedaron convertidas en una ceremonia palaciega cuyo trámite principal era sufragar las necesidades económicas del rey a costa de la hacienda castellana.

Hoy, con la extrema derecha en el gobierno de CyL se conmemora la derrita de la batalla en la campa de Villalar con una carrera o vuelta a la manzana y unos pinchos en las casetas de día en la Plaza de la Concordia, además de unos bailes charros y un concierto local.


Lugar de celebración
: Plaza de la Concordia.

Horario:

  • 11:00 – Carrera popular (4,3 km).
  • 11:15 – Marcha familiar (2,5 km).
  • 12:00 – Acto institucional.
  • 12:15 – Entrega de trofeos.
  • 12:30 a 21:00 – Feria gastronómica. Acompañada todo el día con música de fondo.
  • 13:00 a 14:15 – Bailes regionales.
  • 19:30 a 21:00 – Grupo de música local.

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