El 25 de abril de 2024, aniversario de la Libertad portuguesa, Manuel Viejo y J.J. Gálvez firmaron un artículo en El País: «Del bulo tránsfobo contra Begoña Gómez al “me gusta la fruta…», donde hacen referencia a una serie de técnicas de acoso e intoxicación que nos pueden remitir tanto a la «nueva normalidad» de la posmodernidad desorientada como a la herencia póstuma de quien ya cría malvas: Joseph Goebbels.
No hay mucha diferencia entre estos procedimientos y los que llevaron al asalto fascista del Capitolio de Estados Unidos.
También nos recuerdan al acoso de que fueron objeto Podemos y su líder Pablo Iglesias desde las cloacas de una supuesta policía patriótica, cuyo responsable máximo («el presidente lo sabe», decía su ministro de interior) todavía están buscando los jueces.
El fanatismo extremista donde este tipo de campañas toman su origen, el odio por un lado y los procedimientos fríos y calculados para desinformar y manipular, por el otro (léase «De la estupidez a la locura», de Umberto Eco), salen del mismo fogón: una ultraderecha resucitada.
No hace muchos días se aplicaba el mismo manual de Instrucciones en Francia, donde se atacaba al presidente Macron, perfectamente criticable desde una perspectiva política, a través de la persona interpuesta de su mujer, de la que también se aseguraba que era un hombre (léase el artículo citado). Los nuevos bárbaros de la extrema derecha, tan parecidos a los que les precedieron, tienen una fijación extraña con este tema.
Quien se haya preocupado de abrir los ojos ante las «nuevas normalidades» de nuestra época ya sabe que contienen bastantes rasgos de anormalidad.
Podría pensarse en una especie de hipnosis colectiva o en un hechizo contagioso que ha encontrado terreno favorable en un escenario devastado por el mismo fanatismo ideológico que propició la estafa financiera de 2008.
Aquellos delincuentes de la estafa financiera neoliberal y global, actuaban -según decían- en nombre de la libertad. Se les olvidó mencionar que se referían a la libertad de delinquir.
Son los mismos que hoy proclaman también su derecho a intoxicar y engañar libremente, a fabricar bulos en sus cloacas infectas y propagarlos. Y lo han conseguido incluso con las víctimas, aún confusas, de aquella estafa financiera que fue la culminación de un proceso: el asalto al Estado democrático y social.
Pensamos en Trump como un hito de esta historia, y acertamos (luego vinieron sus copias en serie: Bolsonaro, Ayuso, Milei), pero la historia es más compleja.
Más allá de lo que constatamos a diario, es decir que una nueva oleada de barbarie ha inundado el mundo, existen capítulos perfectamente perfilados en este proceso.
Y algo de eso, de ese proceso, es lo que vemos descrito por ejemplo en el documental «La red antisocial: de los memes al caos», que se puede ver en Netflix.
Ese documental se puede complementar con otro en la misma plataforma, que se titula «El dilema de las redes sociales».
A través de estos documentales podemos ver una historia evolutiva, un desarrollo que a quienes no tenían nada que ofrecer, les vino muy bien. Encontraron instrumentos y método para potenciar la manipulación y desencadenar el caos.
Si unos profetas del caos proclaman por ejemplo que «La sociedad no existe» y que «El Estado es el problema», al final los problemas no paran de crecer y el caos llega. Y en eso están porque ese es su objetivo.
Como hace pocos días se celebró el día del Libro (más arriba he mencionado uno de Umberto Eco, autor y pensador al que, por cierto, Sánchez menciona en su carta), y parece que el hábito de la lectura pervive y sobrevive a través de los milenios, sigo siendo optimista, todavía hay esperanza.
Esa estupidez de los fanáticos a la que se refiere Eco en su libro, no tiene futuro. Eso sí, en el plazo corto (dicho en términos históricos) puede hacer mucho daño, como ya lo hizo en el pasado.
Hay que leer e informarse para desentrañar y desenmascarar lo que acontece. Aparentemente no es complicado, porque el método y los bulos que utilizan estos nuevos profetas del caos son muy burdos, pero no hay que confiarse. La memoria es frágil. La prudencia y la vigilancia se imponen.