Opinión

Mirar para otro lado

Fantasmas. (Foto: Pixabay)

No les descubro nada nuevo si les digo que en nuestro país han proliferado como hongos los cazadores y lanceadores de fantasmas.

Acometer con lanza en ristre fantasmas, espejismos, y molinos de viento, es algo que nos viene de tradición, y ya lo consignó con humor Cervantes en el Quijote. No son pocas las hazañas épicas, cómicas, y trágicas, en las que el caballero de la Triste figura acomete con ardor heroico enemigos inexistentes, puros fantasmas de su mente febril nacidos de una intoxicación: el consumo excesivo de los bulos encerrados en los libros de caballería. Una intoxicación en toda regla que le condujo al delirio y la paranoia. También al fracaso.

Tenemos que suponer que los verdaderos gigantes, los auténticos malandrines y follones de su época, pasaban a su lado sin que Don Quijote los percibiera (Cervantes sí), obnubilada como estaba su mente por aquellas fantasías retromedievales. Es decir, vivía fuera de su tiempo, y por ello cabe declararlo inocente de toda culpa, pues su locura era involuntaria.

Todo concluye en «mirar para otro lado» y no ver, pero en esa desviación de la mirada que evita o no percibe la realidad cabe la inocencia del que está ciego y la negligencia del que escoge no mirar.

Un ejemplo de esto último sería esa ceguera voluntaria, cortesana, servil, en parte consensuada y sobre todo cómplice, que alimentó y protegió la corrupción de nuestro rey demérito durante tanto tiempo.

Otro ejemplo de esta ceguera guiada por el interés o el sesgo partidista, lo encontramos en ese grupo de analistas y pensadores, brotado en poco tiempo y como obedeciendo a un mismo impulso, que parece salido de un cómic de los años 50 y de los oscuros tiempos del senador McCarthy, con todas sus telarañas ideológicas adheridas, los cuales ante la estafa financiera de 2008 y la muy justificada reacción de la ciudadanía, no tuvieron mejor ocurrencia que decir y asegurar que volvían los “bolcheviques”, los “comunistas”.

¿No hubiera sido más lógico señalar la realidad y denunciar que el «mercado» y el neoliberalismo impuesto a golpe de Decreto nos habían estafado?

¿Y desde dónde se suponía que volvía ese fantasma «bolchevique» que hacía ya mucho tiempo reposaba debidamente etiquetado en los museos de Historia?

Nunca lo aclararon (sería mucho que se creyeran su propia fábula), y debemos suponer que confundieron a sabiendas y voluntariamente la socialdemocracia que intentaba recuperar un estado del bienestar arruinado por la estafa neoliberal y el pensamiento único, con el estalinismo resucitado. La exageración retórica de los términos utilizados en esa campaña de desinformación (además de la policía “patriótica” y las cloacas del Estado), nos recordó bastante a los instrumentos de la persecución impulsada por el senador McCarthy y su «caza de brujas».

En consecuencia, estos nuevos perseguidores se dispusieron como un grupo cerrado, de los que solo manejan un ojo, a lancear fantasmas inexistentes (mucho más fáciles de combatir), mientras franqueaban el paso libre a los verdaderos monstruos que -estos sí- retornaban: esa ultraderecha neofascista que gracias a su colaboración inestimable no solo ha resucitado sino que sigue creciendo. He ahí el resultado, he ahí el resumen, he ahí la hazaña. Recordaremos el término «cordón sanitario» como un vestigio de aquellos tiempos nobles en que Europa se mantenía fiel a la deuda contraída con las víctimas del Holocausto y los combatientes contra el fascismo.

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