El bipartidismo PPSOE, de servidumbre monárquica, nos llevó al desastre porque se basaba en algo así como «repartirse los cromos». Ellos se lo guisaban y ellos se lo comían, con una idea del «consenso» no solo bastante mejorable sino bastante tóxica.
En ese cambalache no solo se repartían los cromos del poder institucional, incluido el poder judicial para lograr sobre todo una determinada protección y aforamiento en sus problemas ante la justicia, sino que también se repartían los cromos de la corrupción económica, tomando ejemplo o haciendo participe en este tipo de negocios sucios al mismísimo jefe del Estado.
Quién inició antes esa deriva, no puede asegurarse, pero una vez iniciada luego creció como una bola de nieve gracias al “consenso”.
El bipartidismo PPSOE fue la vía hacia la corrupción sistémica de nuestro país, al menos en las altas instancias, y como la factura de esa corrupción tenía que pagarla alguien, la pagaron los ciudadanos de a pie.
Aquel sistema de reparto de los frutos de la corrupción se puso más difícil con el 15M, de ahí que la reacción del poder ante este fenómeno popular de necesaria y justa indignación, fuera tan violenta, implicando en su réplica a las cloacas del Estado y los medios afines, y utilizando para ello procedimientos mafiosos y criminales.
Para situarnos y refrescar la memoria sobre lo que subyace con excesiva frecuencia en este tipo de cambalaches, sobre todo tras la noticia de un acuerdo PPSOE para la renovación del CGPJ, que esperemos no sea un reinicio (reset) del bipartidismo corrupto, o de lo que otros llaman la «Gran coalición», conviene recordar la afirmación del senador Cosidó, del PP, comentando la jugada entre colegas para adiestrar a los más novatos, en el sentido de que ellos (el PP al menos) tenían en ese momento o tienen aún la costumbre de toquetear a los jueces del Tribunal Supremo por detrás. Esa fue la afirmación literal del senador Cosidó, del PP.
Esto nos recuerda bastante a la afirmación hecha en público por Donald Trump (y no en «petit comité», como Cosidó) explicando que él, en su papel de rico potentado corrupto, ayudaba a financiar la campaña electoral de algunos candidatos políticos, sobre todo republicanos (aunque no solo), con el convencimiento y la seguridad de que después, y sin más que descolgar un teléfono, podría toquetearlos por detrás para que tomasen decisiones que le beneficiasen a él, como potentado corrupto, aunque fueran contrarias al interés general.
Como decimos esta afirmación fue hecha por Donald Trump en público, lo cual demuestra que no es precisamente una mente florentina, sino un fascista corrupto y sin complejos, perteneciente a esa tropa de energúmenos que se han enseñoreado de la posmodernidad.
Tal procedimiento de «consenso», que al igual que determinadas apologías de la «libertad» no le hacen ningún favor al concepto original, sino que lo desprestigian y ensucian, ha estado también implicado en la defensa de la institución monárquica ante su corrupción probada, de manera que la corrupción descubierta no tuviera consecuencias mayores para la corona, esencial en este régimen de intercambio de cromos. Fue necesario defender con un frente común PPSOE la impunidad del monarca y su falta de igualdad ante la Ley, hechos que sin duda desprestigian y quitan credibilidad a nuestra democracia.
Estamos por tanto ante la duda de considerar la renovación del CGPJ como una noticia excelente, en cuanto que -teóricamente- supone el fin del secuestro antidemocrático y anticonstitucional de un órgano primordial del Estado por parte del PP, o como una noticia preocupante si concluimos que de hecho supone el relanzamiento de la «Gran coalición» y el regreso del bipartidismo corrupto.
Lo que impidió a Pedro Sánchez en sus inicios y durante bastante tiempo acceder al poder fue su empeño inicial en hacer «gran coalición» con el PP (como le aconsejaba la derecha de su partido y la ultraderecha económica), hasta que se percató que los votantes, tras el 15M, no estaban ya en esa onda. Lo que le puede echar definitivamente del poder ahora y hacerle perder una gran parte de sus votantes progresistas es reincidir en ese error de la «Gran coalición» neoliberal y corrupta.
Con esto queremos decir que la política democrática exige tolerancia, negociación, y acuerdos, pero también afirmamos que volver al bipartidismo corrupto, a un intento de «Gran coalición” neoliberal, no es el camino del futuro sino del pasado. Al menos desde una perspectiva de izquierdas, socialdemócrata y progresista.