Opinión

El factor humano

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Comentábamos en un artículo anterior el documental «Inside job», estrenado el 8 de octubre de 2010 en Estados Unidos, o sea en un tiempo todavía próximo a la estafa financiera de 2008. Su director es Charles Ferguson y recibió el premio Óscar al mejor largometraje documental de 2011.

Aquella «crisis» (estafa) supuso un hito histórico y no creo que caiga fácilmente en el olvido, entre otras cosas porque sus consecuencias siguen estando entre nosotros en forma de recortes y deterioro del Estado del bienestar, pero también porque parece que algunos no han extraído las lecciones necesarias de aquel golpe. Y no es que afirme que interpretada como «vacuna» contra el neoliberalismo y la desregulación, esa estafa necesite una dosis de «recuerdo», o sea, otra estafa financiera similar a aquella de 2008 para acabar de crear los anticuerpos necesarios contra esa teoría tóxica, pero sí que me atrevo a decir que, dado que los dirigentes del mundo global no parecen haber cambiado de chip ni de paradigma, se necesita recordarles a menudo aquel “fallo”.

En su carta de presentación se afirma que el documental en cuestión «expone la terrible verdad sobre la crisis económica de 2008». Y está claro que para un objetivo tan ambicioso como exponer la verdad y que convenza hasta obtener premios importantes en el género documental, se necesita aportar muchos datos, cifras, gráficas, etcétera.

Todo eso abunda en este largometraje. Pero también abundan las entrevistas a los distintos protagonistas y testigos de aquel pufo, y esas entrevistas son un elemento fundamental que además de aportar información, reflejan el «factor humano” implicado en aquel desastre.

La entrevista es un elemento imprescindible en la práctica indagatoria de distintas disciplinas, como la psicología, el psicoanálisis, y la psiquiatría. Y aquí también cumplen una misión parecida en cuanto que nos ayudan a comprender la mente y la personalidad de los que nos condujeron a aquella estafa.

Y la primera conclusión que se extrae de muchas de esas entrevistas es que impresiona el cinismo y la cara dura, pero también la inmadurez y la falta de sustancia de algunos de los principales responsables de aquel desastre, altos dirigentes muy bien remunerados de instituciones trascendentales, que toman decisiones que afectan a millones de personas.

El desenmascaramiento psicológico de las motivaciones y la personalidad de esos responsables, es uno de los méritos de este documental. Y nos hace preguntarnos si a cada teoría del mundo o paradigma económico corresponde un determinado carácter y una determinada actitud moral. De tal forma que incluso podemos sospechar que el «tipo humano» que favoreció aquella estafa (neoliberal), al no verse contrarrestado con un cambio de paradigma ni tampoco con la acción de la justicia (muchos de aquellos estafadores profesionales se lo llevaron crudo), luego ha favorecido el ascenso político de personalidades como Trump o Milei, que sin duda habrían tenido muy pocas posibilidades en otra época anterior educada en valores muy distintos, pero tampoco las habrían tenido en nuestra época si se hubieran extraído las lecciones necesarias de aquella estafa.

Podría incluso decirse que el ánimo delictivo que subyace en las acciones que llevaron a la estafa financiera de 2008 y la “gran recesión”, es tan grosero que requiere de un maquillaje bastante mejor que el del fanatismo ideológico disfrazado con ropajes académicos.

No es aquello de: «Yo creía en una teoría -el neoliberalismo- y ha fallado». Es todo bastante más turbio.

Aquí no son solo las agencias de calificación las que se venden y se compran, y califican el producto, no con la independencia y el rigor que se les supone a los técnicos, sino con la codicia de quien busca incrementar sus ganancias.

Los propios académicos del neoliberalismo se venden y se compran faltando al rigor académico y ocultando sus servidumbres y conflictos de intereses.

Sobre todos estos aspectos el documental arroja una luz que penetra como un bisturí hasta la trama profunda de podredumbre y corrupción. Que por otra parte cabe decir que es el sustrato natural del neoliberalismo, tal como ha quedado demostrado por la experiencia. Y es el mismo sustrato que ha conducido a la mayor falsificación de la palabra «libertad» que ha conocido la Historia.

Nunca deberíamos mezclar ni ensuciar el concepto «libertad» con el concepto «desregulación», es decir, con la falta de control ante la estafa y el fraude. No solo por rigor lingüístico, sino por un hecho incontestable: ya no vivimos en la selva.

Esa regulación necesaria e imprescindible, que no coarta la libertad, es el núcleo de la civilización.

Y volviendo al plano de la actualidad, y concretamente a la actualidad francesa, que hoy atrae todas las miradas, cabe decir que las dudas de estos días en Francia de cierta derecha «moderada» o incluso de cierto falso «centro» para colaborar en un frente común contra el neofascismo, apunta a que a ellos el «cordón sanitario» que más les interesa establecer es el que pueda oponerse a cualquier intento de implementar o reforzar una política socialdemócrata en Francia. Es decir, la que en nuestros años de juventud se llamaba precisamente política de «centro». Y hablamos claro está del que, con alguna lógica, podía llamarse centro, no del que vino después, a partir de los años ochenta, como camuflaje del extremismo neoliberal.

El problema es que esta distorsión de la mirada que interesadamente mezcla y confunde «extremos» hasta considerar el «extremo» socialdemócrata más peligroso que el extremo (este sí) neofascista, abunda mucho en Europa desde los años ochenta entre las «élites» del pensamiento único, o sea entre las élites del extremismo neoliberal. Lo cual tristemente nos indica que el pasado reciente y el presente actual, repletos de crisis encadenadas, no han ayudado a corregir ese engaño.

Si la ultraderecha resulta ganadora en Francia, deberá mucho a la obcecación de esta derecha supuestamente “moderada» y supuestamente de “centro”.

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