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Opinión

19 de julio en Salamanca: la historia de una conspiración, una promesa y una traición

Tarjeta Postal de 1958. Fotografía. Blog Salamanca en el ayer.

Durante varias décadas, el 18 de julio fue fiesta nacional en España, conmemorando la fecha de la traición de una parte del Ejército y de la sociedad civil contra el orden constitucional. Sin embargo, en Salamanca esa traición no se consumó hasta el 19 de julio.

El 18 de julio de 1936 comenzaron los primeros síntomas de lo que iba a ser la salvaje pesadilla de la que trata la recomendable obra sobre la Guerra Civil y la represión en Salamanca, coordinada por Ricardo Robledo, en la que Severiano Delgado y Santiago López explicaban de manera pormenorizada los primeros compases del ignominioso golpe contra la democracia en España del que se cumplen 88 años. Un golpe de Estado que fue la causa unívoca de la Guerra Civil, tal y como describía el profesor Julio Fernández en este mismo medio.

Las noticias que leyeron los salmantinos aquel sábado 18 de julio carecían de contenido informativo sobre la terrible situación por la que estaba pasando el país, pues las comunicaciones con Madrid habían sido escasas debido a los movimientos militares que comenzaron durante la tarde del 17 y la madrugada del 18. Ante esas primeras noticias, a mediodía fue movilizada y enviada a la capital del país una tropa de Seguridad y Asalto al mando del capitán Jesús Valdés y del teniente Honorio Inés.

Como explicaba el catedrático de Historia Contemporánea, Mariano Esteban, pese a las primeras noticias del golpe a la democracia, el Consistorio de la capital charra celebró en la calurosa tarde salmantina una triple sesión, compuesta por dos sesiones extraordinarias y una ordinaria, con toda la normalidad que podía existir al borde del abismo.

Las sesiones extraordinarias consistieron en la aprobación presupuestaria de cuestiones relativas al municipalismo, como la expropiación de unos terrenos para la construcción de una sede para la delegación de Hacienda, medidas que lograron el consenso entre concejales de izquierdas y derechas.

Por el contrario, la sesión ordinaria pivotó en torno a la polémica sobre la restitución de los concejales suspendidos por los sucesos de octubre de 1934. La victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 en la provincia y el Estado había posibilitado que el catedrático de Anatomía, Casto Prieto, de Acción Republicana, regresara a la alcaldía de la que fue cesado tras haber sido acusado sin pruebas por alentar a la huelga en los citados sucesos de octubre de 1934. El prestigioso médico estimuló la aprobación unánime de una declaración de apoyo al Gobierno y al régimen por parte del Ayuntamiento, además de condenar toda actividad que pudiera poner en riesgo la legalidad.

Al final de la calurosa tarde de aquel fatídico día, el alcalde y diputado, Casto Prieto, el gobernador Civil, Antonio Cepas y el diputado del Partido Socialista, Andrés Manso, se reunieron con el general Manuel García Álvarez, jefe de la XIV Brigada de Infantería y comandante militar de Salamanca, quien estaba supeditado al general Nicolás Molero Lobo, exministro de Guerra al mando de la VII División Orgánica de Valladolid en la que se encuadraba el organigrama militar salmantino. Las palabras del general García Álvarez tranquilizaron a los políticos salmantinos, inquietos con la escalada de tensiones por parte de los militares. Todo quedó en eso, palabras y promesas de una lealtad a la democracia que se diluyó entre fusiles.

Los políticos salmantinos descartaron entonces la huelga general que promovían las izquierdas ante el golpe de Estado, creyeron que en Salamanca no llegaría la violencia de la sublevación al orden constitucional y se equivocaron. La conspiración en Salamanca llevaba mucho tiempo forjándose entre elementos del Ejército y de la sociedad civil organizada. Los oficiales de Infantería implicados en el golpe fueron los comandantes Francisco del Valle Martín y Francisco Jerez Espinazo, los tenientes Agustín Jerez Espinazo y Marcelino Velasco Grande. Otros personajes involucrados en la siniestra operación en Salamanca fueron el comandante de la Guardia Civil, Lisardo Doval Bravo y el jefe y subjefe de Falange en Salamanca, Francisco Bravo y Ramón Laporta, estos últimos habían viajado a Portugal para hacerse con armas.

La conexión con uno de los principales instigadores del golpe, el general Mola, se dio por el establecimiento en nuestra capital del comandante retirado Fortea quien logró conectar al comandante Francisco Jerez y al fascista Francisco Bravo con el grupo de conspiradores vallisoletanos.

Aunque Casto Prieto y José Manso decidieron convocar un comité de enlace con el Gobierno y los jóvenes relacionados con las izquierdas patrullaron la Casa del Pueblo y los cuarteles de la ciudad, la suerte de su destino se escribía al compás del avance de la rebelión y no al de su prevención. Ninguno era consciente de lo que se avecinaba. La conspiración siguió su curso, la misma tarde del 18 acudieron a Valladolid dos enlaces que regresaron por la noche a la capital del Tormes para informar a los mandos salmantinos. Enrique Salazar, teniente coronel de Caballería y Manuel Palenzuela Arias, coronel de Infantería pidieron a García Álvarez que se sublevara, sin embargo, faltaba la orden directa desde el cuartel de Valladolid. Durante la noche del 18, los generales golpistas Andrés Saliquet y Miguel Ponte detuvieron al exministro Nicolás Molero por permanecer fiel al orden constitucional y sacaron las tropas a la calle en la capital del Pisuerga.

La VII División había sido tomada, Saliquet llamó al general García Álvarez, informándole de la sublevación en Valladolid, Burgos, Galicia, Zaragoza y Pamplona, dándole un par de horas para decidir si sumarse a la rebelión o no. Como dice el relato de Severiano Delgado y Santiago López, el general que prometió lealtad a la legalidad republicana y a los políticos salmantinos, ya declaró el estado de guerra en octubre de 1934, por lo que apenas dudó en elegir sumarse a los rebeldes.

En la mañana del 19 de julio de 1936 se consumó la ruptura de una promesa, de una ciudad, de una provincia y de un país. Tras una carrera de patinetes organizada por El Adelanto: Diario político de Salamanca, el capitán José Barros Manzanares entró en la Plaza Mayor junto a un escuadrón de Caballería, pronunciando un bando en el que declaró el estado de guerra por orden de Saliquet y la violencia comenzó en ese mismo escenario con la descarga de los militares contra la población civil, asesinando a varias personas, como respuesta a un tiro que alguien disparó desde el público contra los militares en el denominado “tiro de la plaza”.

La violencia indiscriminada dio comienzo cuando los militares rebeldes dejaron en libertad a los fascistas encarcelados por la violencia que emprendieron tras su contundente derrota en las elecciones de febrero de 1936, dando rienda suelta a la peor de las pesadillas para la democracia. Casto Prieto, José Manso y, según las cifras del historiador Luis Castro, más de 2.500 salmantinos y salmantinas fueron asesinados y más de 5.100 fueron encarcelados, depurados, multados o expropiados en el proceso de represión que dio comienzo hace 88 años.

Existió cierta resistencia en algunas zonas de la ciudad y la provincia hasta agosto, mes en el que Salamanca comenzó a posicionarse como una capital segura en la que Franco asumió el mando único de los Ejércitos a finales de septiembre, estableciendo en nuestra capital su cuartel general. La ciudad que dio origen a una de las sedes más antiguas del conocimiento universal caía en manos de quienes despreciaban la inteligencia, enalteciendo la muerte e infundiendo el terror durante más de cuarenta años.

Por. Antonio Castilla, investigador de la Universidad de Salamanca

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