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Opinión

La novedad del asunto

Isabel Díaz Ayuso. (Archivo)

Escucho con atención unas declaraciones de José Mujica (expresidente de Uruguay) en que nos viene a decir que en esta especie de posmodernidad retrógrada que nos ha tocado en suerte «Nos están cambiando el diccionario», y que los profetas de este cambio extremista (en esas declaraciones él tiene en mente a Milei y compañía) han olvidado y echado por la borda el «humanismo» que está presente incluso en los clásicos del liberalismo, como Adam Smith.

José Mujica suele hacer reflexiones certeras, como cuando dijo que «el término populismo vale para un barrido y un fregado», queriendo dar a entender que el establishment neoliberal utiliza este término para confundir y para desechar todo lo que no encaja en su pensamiento único, aunque sean opciones políticas legítimas y democráticas, y lo hace precisamente para deslegitimarlas en una especie de totalitarismo neoliberal y posmoderno.

No nos extrañe por tanto que con este «cambio de diccionario», al hecho de dejar sin cobertura sanitaria a los ancianos de las residencias se le llame «libertad». Son cambios que nos recuerdan mucho a la «neolengua» orwelliana.

De la novedad del asunto, o sea de la posmodernidad retrógrada, da cuenta también el hecho de que el relato tipo macarthista y de «caza de brujas» que utiliza sin complejos Ayuso, que dice verlas a las “brujas” (o sea, a los «comunistas») por todos lados, ya fracasó en los años cincuenta.

Y no solo eso, sino que se consideró un relato nocivo para la democracia y como una «reacción» aparentemente histérica (en realidad muy controlada) con el objetivo de deslegitimar a adversarios políticos legítimos, y de volver a tiempos predemocráticos próximos al fascismo.

Ya ha llovido desde entonces.

Esa es la novedad del asunto y del relato «libertario» de Díaz Ayuso. Si no servía entonces, mucho menos ahora.

Por cierto, José Mujica en esas declaraciones también explica el cambio en el significado del término «libertario» como otra de las operaciones de esta neolengua orwelliana. Es otro de los cambios del diccionario impuesto por los extremistas a base de insistir en su mal uso.

El senador McCarthy tuvo un éxito fugaz y luego acabó malamente, entre otras cosas porque se descubrió que era un falsario, con un discurso paranoico y disparatado, que además ocultaba bastantes cosas poco claras o directamente oscuras. Esa “caza de brujas” que impulsó y promovió este senador funesto era contraria a la Constitución de Estado Unidos, de la misma forma que la persecución de Podemos por la policía “patriótica” de Rajoy es contraria a la Constitución española. Aunque eso sí, nuestra justicia sigue sin pedir explicaciones a Rajoy sobre esa persecución anticonstitucional.

Opino sin embargo que se interpreta mal la «actuación» de Ayuso cuando se dice que «delira» (se lo he escuchado a algunos).

Si bien es cierto que con su relato paranoico induce al delirio a muchos (esto ya ocurrió en el caso famoso del delirio colectivo de las brujas de Salem), ella no delira porque ella no se cree su relato, simplemente actúa y recita lo que le dictan desde arriba.

Que el resultado sea el delirio colectivo y que algunos acaben rezando el rosario frente a la sede de algunos partidos políticos, no significa que el delirio esté en el origen, sino que allí lo que hay es una factoría que lo fabrica: el delirio.

Ayuso simplemente actúa como actriz flexible y moldeable, que lo mismo puede hacer de relaciones públicas del perro de Aguirre que de loro de Aznar.

Su papel consiste en eso: en desarrollar un «papel» y hacer creíble ese papel, que además ante la falta de control por parte de Feijóo, ha adquirido tal grado de hipertrofia y tales rasgos esperpénticos a base de desfiles, condecoraciones, y otras «performances», tal dosis de exageración y extravagancia, que corre el riesgo muy cierto de que sus propios seguidores acaben pensando que les está tomando el pelo.

¡Y acertarán!

Evidentemente el delirio inducido no siempre es motivo de diversión, ni inocente.

Pensemos por ejemplo que el delirio inducido, mediante la confusión a la que da lugar, puede multiplicar los muertos durante una pandemia, o condenar a la hoguera como brujas a mujeres cuyo único “pecado” era tener un conocimiento empírico de las propiedades de las plantas.

Recuerden que más recientemente ha habido una importante facción de delirantes durante la crisis COVID (incluso después de su control mediante las vacunas) que aseguraban que la pandemia COVID era un invento de los «comunistas». O sea que no solo veían su entorno plagado de «comunistas» sino que además afirmaban que los virus COVID eran falsos, un invento de los “rojos”, igual que las vacunas, cuya finalidad era injertarnos un “chip”.

Cuando se llega a esos extremos en el delirio, se acaba la diversión y la gente empieza a hacer cosas raras, como por ejemplo asaltar Capitolios o rezar rosarios delante de sedes políticas.

Un caso particular en aquella trama de confusión inducida durante la pandemia COVID, fue el del expresidente Donald Trump, que participó con ahínco en la intoxicación informativa a pesar de que tuvo, al mismo tiempo, que abrir fosas comunes para enterrar a los muertos descontrolados de su país.

Semejante personaje puede volver a ser presidente de USA y recibe las visitas de vasallaje de otros personajes ilustres como Abascal. Así están las cosas. Poca broma.

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