Deberíamos preguntarnos una vez más, a la vista del tiempo presente, ¿por qué el hombre es el animal que tropieza dos veces o, incluso tres, en la misma piedra?
Podríamos aventurar como hipótesis que esto es debido a una tendencia muy poderosa e incorregible en nuestra especie, en determinados periodos históricos, a ignorar lo que le conviene, y también a la estupidez resistente a los consejos de la experiencia.
Parece que estamos en uno de esos momentos y hoy tenemos prueba fehaciente por ejemplo a partir de esa actitud ampliamente extendida de indiferencia hacia el cambio climático y el deterioro acelerado del medio ambiente, como si ese entorno natural del que el mismo hombre ha brotado, como lo hace una planta del terreno que le es propicio (no es que le hayan puesto ahí, es que ha surgido de ahí), y que le permite seguir viviendo, fuera algo ajeno a él y que no le concierne directamente.
En su ofuscación posmoderna, que tanto recuerda a un espejismo o a un deslumbramiento, cree que el «medio ambiente» se limita a esa burbuja egoísta y ególatra en la que vive, de manera que si se adentra en el bosque o en cualquier otro espacio natural no será para intentar entender algo de lo que importa, sino para depositar allí colchones viejos y otros trastos y desperdicios de su consumo obsesivo, pensando que con un mando a distancia apropiado y universal, su burbuja será autosuficiente y durará para siempre. Una insensatez del mismo orden que la que le inspira levantar muros como solución a la desesperación que su sistema de organización favorece y promociona por doquier.
O quizás no deberíamos dar tanta importancia a la ignorancia, y sí a la desmemoria, ya que por alguna razón que se nos escapa, olvida rápido y desde luego antes que otros animales aquellas circunstancias que le trajeron dolor, daño, y destrucción.
Es como si hubiera perdido incluso el aliento de esa sabiduría instintiva, vital, que no necesita de elaboraciones sofisticadas y sobreañadidas. Desmemoria profunda y atrofia del instinto impulsadas por la artificialidad extrema.
O si queremos entrar en oscuridades profundas y tirar de psicoanálisis, esa obcecación en el daño y en la elección de lo que le perjudica, podríamos referirlo al instinto de muerte y destrucción, es decir a lo que los psicoanalistas como exploradores del inconsciente y los estratos profundos de la mente nombraban con el término griego de “tánatos», término escogido para el impulso ciego opuesto a la vida.
Y aquí deberíamos hacer referencia, porque no es mera casualidad, a los símbolos tan queridos por los nazis y otros fascistas, y rememorar esas calaveras que portaban en sus gorras y uniformes, y que de manera simple y sin palabras lo dicen todo (esa es la función de los símbolos), y que ya indican a las claras y sin ambigüedad el derrotero y objetivo de sus intentos, que no es otro que el de extender el imperio de la destrucción y la muerte.
Nosotros nos inclinamos más por esto último, es decir por la hipótesis de que de manera cíclica la humanidad se deja invadir y arrastrar por «tánatos», por el instinto de muerte y destrucción, y da rienda suelta a sus peores impulsos a través de sus peores elementos, no solo en forma de una nueva hornada de bárbaros, como lo fueron en su día los nazis, sino permitiendo que estos impulsos de destrucción y muerte ocupen el poder incluso a través de elementos aparentemente sofisticados y suficientemente instruidos, al menos en las escuelas de comercio. Y no es que seamos “enemigos del comercio”, pero sí del pensamiento plano que su imperio ha producido en nuestra posmodernidad.
En cuanto a los bárbaros posmodernos de hoy ya los tenemos aquí, instalándose en el poder impulsados por los efectos del neoliberalismo feroz, en un tándem de íntima alianza entre barbarie obscena y aparente sofisticación ultrainformada. Nada muy distinto al tándem que impulsó la destrucción global en los años treinta del siglo XX.
Y todo esto no deja de sorprender porque si algo abunda en nuestro medio cultural y desde hace mucho tiempo es la información de todo tipo y en todo tipo de formatos sobre los orígenes y consecuencias del nazismo (y otros fascismos).
Las películas de ficción, documentales, libros, que hacen referencia a este fenómeno histórico, se constituyen casi en avalancha informativa proporcional al daño inmenso que produjo y la huella de ese daño en la memoria, hoy olvidadiza. Esto ha construido, guiado por esa memoria (al menos hasta ahora) el paradigma de lo que entendemos por «Occidente».
Las obras de ficción, trabajos de investigación, testimonios personales, y documentos de todo tipo relativos a este fenómeno y los desastres que provocó, son innumerables y casi inabarcables. Y aun así hoy se impone el olvido y la ignorancia de todo ello. Y a partir de esa ignorancia la ceguera que impide reconocer al mismo monstruo resurgiendo de sus cenizas.
Titulares en la prensa:
«La extrema derecha de AfD logra su primer triunfo electoral en Alemania» (El País).
Sí, han leído bien… en Alemania. «Un 26% de los jóvenes varones prefiere “en algunas circunstancias” el autoritarismo a la democracia» (El País). Sobran los comentarios