Opinión

Magia parda

Foto: Pixabay

Los lectores de Carl Sagan ya intuíamos que de la mano del neofascismo, en esta posmodernidad líquida que nos ha tocado en suerte, vendrían los magos. O viceversa.

Son magos de magia parda, tirando a negra. Nada nuevo bajo el sol en esa simbiosis de oscuridades si pensamos que Heinrich Himmler, uno de los más siniestros responsables del Holocausto, ya llamó (aprovechando una visita a su amigo Franco) a la puerta del monasterio de Montserrat, en busca del Santo Grial, uno de los muchos desvaríos místicos y mágicos que perseguía con ahínco aquel genocida mientras gaseaba seres humanos con métodos industriales.

Claro que el prior de Monserrat ya le tenía cogida la medida a este sujeto (que sin embargo fue bien recibido por Franco), identificado ya por muchos como criminal, y por tanto muy poco digno de llamar a aquella puerta monástica, y menos aún de que se atendieran sus demandas, que para más inri eran descabelladas, delirantes, y absurdas.

Es de suponer que solo desde un delirio extremo como el que encerraba la cabeza (una calavera en su gorra) de este gerifalte nazi, pudo dedicarse a buscar un objeto místico –dicen que cristiano- sin pesarle en la conciencia el volumen de sus crímenes.

A todos los efectos, los de la calavera en la gorra ya están de nuevo aquí, aunque todavía no hayan sacado la gorra ni la calavera del armario, y con ellos llegará también el auge de los magos y los ataques a la ciencia, cuyo primer capítulo ya vimos desarrollarse durante la pandemia, manifestado en aquella inquina sostenida contra las vacunas y el consejo asociado de inyectarse lejía, auspiciado entre otros por el mago de las finanzas tramposas, Donald Trump, que no solo es un mago de las estafas económicas, sino que además es el maestro de ceremonias preferido y un guía de comportamiento para Ayuso y Abascal.

Dada la insistencia de la Historia (que no se detuvo, pero retrocede) en repetir los episodios más oscuros del pasado (gracias a la ignorancia y la desmemoria) se impone volver a recomendar lecturas saludables que nos disipen las nieblas del espíritu y nos corrijan la barbarie en auge.

Y entre las numerosas lecturas de este tipo que podemos recomendar, ninguna de las cuales ocupa los primeros puestos en las listas de bestseller, ni siquiera el magnífico «De rerum natura» de Lucrecio, traducido por el abate Marchena, o la «Vida de filósofos ilustres», de Diógenes Laercio, que ya es perderse lo que es bueno, hay que volver a recomendar al lúcido y profético Carl Sagan, que ya nos advirtió contra la magia parda (y negra) en su libro «El mundo y sus demonios».

El subtítulo de esta obra reza (aunque de manera laica): «La ciencia como una luz en la oscuridad». La oscuridad ya la tenemos encima, amenazante y bien financiada. Ahora hace falta volver a reivindicar la luz, y no en el sentido místico (que también puede ser luz sana y saludable, mientras no se mezcle con las tinieblas), sino en el sentido utilitario, prosaico, y racional que ofrece el método científico.

Ya digo, tiempos de reacción, magos, y oscuridades varias. Tiempos extraños, pero reconocibles, donde un nuevo feudalismo como forma recuperada de poder basado en la riqueza se alía con poderosos medios de manipulación, con epidemias globales, y con guerras salvajes.

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