Cuando se producen sucesos trágicos relacionados con la climatología, como los ocurridos estos días en nuestro país a consecuencia de la Dana, lo primero es lamentar esa tragedia y apoyar y acompañar en su dolor, en la medida de lo posible, a los que han sufrido ese golpe de cerca.
Hay que decir también que estos fenómenos producen turbación y confusión, muy comprensibles, que suelen conducir a expresar quejas, en unos casos por la falta o el retraso de la alerta oportuna, que hubiera permitido ponerse a salvo (cuando se producen tragedias), y en otros casos por un exceso de la misma (cuando la cosa no fue para tanto).
Esto probablemente es inevitable debido a la complejidad y en algunos casos la novedad de estos fenómenos, ligados a un «cambio» climático que rompe esquemas previos.
Cada vez vivimos más fenómenos climáticos extraordinarios en forma de sequías extremas, aumento de las temperaturas, calentamiento de los mares y los océanos, calimas que se extienden geográficamente más allá de lo acostumbrado y duran más tiempo de lo habitual, tal y como Miguel Delibes y su hijo Miguel Delibes de Castro habían advertido ya hace años en su libro “La Tierra herida”, libro que tanto anticipó las preocupaciones actuales. Lluvias torrenciales, inundaciones… «Filomenas», etcétera.
Y ese es el contexto de novedad que perfila un cambio y amplia el margen de lo desconocido o incluso de lo imprevisible.
Si bien puntualmente o localmente puede haber fallos en esa previsión exacta y en esa alerta oportuna que justifiquen o expliquen la existencia de esas quejas en una materia de por sí compleja y con dinámicas nuevas, de lo que no podrá haber queja es de que no se haya alertado suficientemente, una y otra vez, de forma exhaustiva y desde hace tiempo, desde todos los foros científicos cualificados, sobre el fenómeno global del cambio climático.
Y el caso es que el negacionismo de este cambio desde sectores políticos muy concretos, así como su postergación ante otras prioridades que ahora se anteponen, como financiar guerras, parece que nos preocupa menos cuando debería preocuparnos más.
Hay todavía políticos que consideran una buena estrategia política reírse de la ecología o de activistas como Greta Thunberg, porque parece que eso da votos.
Y ahí tenemos también a algunos políticos posmodernos, descentrados y desalertados, felicitándose por suprimir carriles bici que ahorren gases de efecto invernadero a la atmósfera.
“Tenemos una situación de sequía tremenda y cuando llueve lo hace de manera torrencial. El cambio climático nos está afectando muchísimo y esta situación es insostenible porque genera enormes pérdidas en el sector”, declaraba al periódico El País estos días la secretaria ejecutiva de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) en Almería.
La amenaza y la tragedia que se concreta y se hace presente nos produce dolor y queja, y esto es lógico porque lo estamos viviendo en tiempo real. Pero deberíamos ser lo suficientemente responsables y lúcidos para expresar esa preocupación y esa queja antes de que la tragedia se materialice. Sobre todo, cuando vemos la pasividad con que en algunos ámbitos de decisión y “gobernanza” política se afronta el origen de todo esto: el cambio climático.
Mal vamos si esta amenaza no se constituye en una prioridad de primer orden.
1 comentario en «Alerta»
El calentamiento global debería ser la primera preocupación de los gobiernos en todos los niveles (local, autonómico, estatal, Unión Europea, etc). No lo es. Se han hecho estudios sobre las políticas ambientales y se ha llegado a la conclusión de que menos del 5% son verdaderamente efectivas y tienen como finalidad la protección ambiental. El resto, el 95%, es relato para seguir con la misma política de crecimiento económico a toda costa. A pesar de que ese fracaso tiene como consecuencia daños económicos mucho más importantes que si se llevaran a efecto políticas realmente mitigadoras del cambio climático. Es decir, los desastres climáticos y ambientales producidos por el hombre son más caros que evitar las causas que los producen.