Nadie nos avisó que la «aldea global» acabaría convertida en una alquería dedicada a la explotación intensiva de bulos, y que de esos purines iban a salir ganadores de elecciones.
Este proceso además ya se automatiza con «granjas» de Trolls y se perfeccionará con la inteligencia artificial.
GOEBBELS 3.0 garantiza el triunfo de la neobarbarie. Sus tres pilares son la telebasura, las granjas de Trolls y el neofascismo, con su vieja y aún eficaz apología de la violencia.
Telebasura, bulos, y violencia, se retroalimentan, y si no siempre salen de la misma fabrica, concurren a un mismo fin. Los bulos son ya la clave de nuestro tiempo.
Sea por lo que fuere, cuestión de tradición o cuestión de elección, nuestra derecha, que ya es indistinguible de la ultraderecha más radical, tiene una relación muy insana y conflictiva con la verdad. En este rasgo, si nos fijamos en la cronología, nuestra derecha local se ha anticipado incluso al trumpismo yanqui.
Temen más a la ciencia que los vampiros a la luz. No soportan la verdad –siempre relativa y humana- que está ineludiblemente construida sobre los hechos demostrados.
Ahora bien, el método científico es a la investigación de los hechos lo que la democracia es a la acción política, y ninguno de estos métodos instrumentales es del gusto de nuestra derecha política.
Y se trata al parecer de una enfermedad antigua, un defecto de fábrica, porque ya en el medievo quemaban científicos y naturalistas. Hoy, como aún está mal visto quemar científicos (ya veremos con Trump), se dedican a fabricar bulos.
En nuestra historia reciente, esta relación insana y fóbica con la verdad, ese defecto de fábrica de nuestra derecha -o de las derechas en general, se ha manifestado con toda su crudeza en momentos críticos, o sea cuando más necesario era distinguir las mentiras de los hechos contrastados.
Su afición a la mentira se manifestó a plena luz del día (valga la paradoja) ya durante los atentados del 11M, y ahí ya cogió el carril y siguió con los embustes repetidos y letales que se expandieron durante la pandemia de COVID.
Pero ya antes, nuestro ultraderechista de cabecera, Aznar, había puesto su granito de arena (y los pies en la mesa) en la mentira consensuada para la comisión de un crimen de guerra contra la población civil de Irak.
Y ahora en caliente, durante los desastres de Valencia, en los que ha habido tantos bulos como fango, repiten su estrategia mendaz, porque tumbar un gobierno que no es de su gusto, bien vale un quintal de mentiras.
Desastres mayúsculos y trágicos que deberían haber propiciado una mayor dosis de escrúpulos y de respeto a las víctimas, de discreción, y de respeto a la verdad. Pero no, prima la estrategia de Goebbels y los postulados de Maquiavelo.
Y decimos en caliente, en relación con el desastre de Valencia, pero algunas de las mentiras fabricadas sobre este suceso, requieren tanta frialdad como la del reportero de Iker Jiménez que se hinca de rodillas en el lodo para mancharse los pantalones un instante antes de entrar en el directo. Y no sin antes comprobar que no hay en los alrededores ningún testigo de su acción.
Probablemente ese saludo y abrazo sonriente (quedó grabado) de Mazón al extremista Javier Negre (el que avisaba qué sitios iban a visitar las autoridades y el que alentaba “si os pilla cerca ya sabéis…), cabe enmarcarlo también en esa frialdad de la estrategia.
Lo de Iker Jiménez, que supone pasar del nivel de los misterios nebulosos, los fantasmas y los ovnis, al nivel de las cosas de comer en materia de información seria y contrastada (lo cual implica de hecho jugar en otra liga), permítanme que les diga que no augura nada bueno en materia de credibilidad, y es un síntoma notable de nuestro tiempo, definido por el embrutecimiento a través de la telebasura.
El show del misterio y el terror, implica no tener miedo ni reparo en mentir, porque tanto el emisor como el receptor del producto conocen las reglas de ese juego falso, y saben que el producto es un producto pret a porter. Es como jugar a las mentiras y al terror que no da miedo, porque no tienes mejores cosas que hacer.
En nuestro tiempo los mentirosos y los bulos están proliferando como setas. Esto es un hecho cuya evidencia es aplastante. Nadie duda ya que la mentira esté triunfando y que nuestra época pueda ser definida como la del imperio de la mentira y la telebasura. Los programas más exitosos en nuestro país, en términos de audiencia, son precisamente los de la telebasura. La telebasura es hoy el opio del pueblo.
El descrédito fabricado del siglo de las luces y la venganza contra la razón, da forma a nuestra posmodernidad reaccionaria. Volvemos a aquello tan posmoderno y contemporáneo de «Viva la muerte» y «Muera la inteligencia». O aquello otro de: «Cuando escucho la palabra cultura, echo mano de la pistola».
El umbral de paso desde el marco conceptual del Estado de derecho al del fascismo, ha sido ya sobrepasado en sendos llamamientos a la violencia muy notorios: primero fue Abascal, que fantaseo a modo de propuesta con ver a Pedro Sánchez colgado de los pies por las turbas trumpistas (que aquí también las tenemos). Y estos días ha sido un literato el que ha hecho un llamamiento a ahorcar y descuartizar a nuestros representantes legales.
Lo de Abascal no sorprende porque este tipo de personajes no dan para más. Pero que incurra en ese llamamiento a la violencia un profesional de la «palabra» nos deja confusos.
No es necesario recordar que la apología de la violencia es el eje vertebrador del fascismo.
Los mentirosos compulsivos y los telepredicadores de ultraderecha ganan ya elecciones (ahí tienen a Trump). Han dado con la fórmula mágica y hoy el bulo es el producto estrella, la llave que abre todas las puertas. Y es una gran paradoja porque a quien se abre la puerta de par en par mediante esta llave es a un ladrón y a un villano.
El bulo, en definitiva, tiene una doble vertiente: por una parte es una estrategia política elaborada con frialdad (incluso en medio de un desastre con muertos), y por otra es un gran negocio. De ahí que los directores de programas de telebasura se hayan enriquecido a toda velocidad en nuestro país, donde abundan los crédulos y el negocio de la mentira es boyante.
Pero también han proliferado influencers de ultraderecha que aprovechando que el criterio de nuestros jóvenes se conforma en las redes sociales, montan su chiringuito de bulos para sacar unas perras intentando meter la cuchara en la misma sopa (o potaje), o al menos comer de las migajas que caen de la mesa del rico Epulón.
Así que uno de los sectores del periodismo serio que tiene más futuro y trabajo por delante es y lo será durante bastante tiempo el dedicado a desmentir bulos y desenmascarar falsarios. Pudiera pensarse que es una pena o que no merece la pena emplear tantas energías en desmentir bulos y en descubrir a los mentirosos (y ojo que no hablamos de errores, hablamos de mentiras deliberadas), pero si pensamos que un mentiroso compulsivo y peligroso como Donald Trump, a pesar de lo absurdo y grotesco de sus afirmaciones puede hacerse con el poder en uno de los países más poderosos de la tierra, hay que concluir que desmentir bulos y quitar la careta a estos embusteros, empieza a ser una de las acciones humanitarias más necesarias y urgentes en nuestro presente confuso.