El predominio de la mentira sobre la verdad es un fenómeno histórico que existe desde las sociedades clásicas hasta la actualidad. En la Grecia antigua Platón diserta en La República sobre la “mentira noble», usada por los líderes para preservar el orden social establecido. En Roma, la mentira política era una herramienta común utilizada por senadores y emperadores conscientes del poder de la palabra para manipular la opinión pública.
El escenario y los medios de propagación de la mentira se han ido modificando a lo largo del tiempo, pero los principios básicos en los que se fundamenta se mantienen incólumes. Hoy la mentira persiste como una herramienta de influencia y manipulación, amplificada por los medios de comunicación clásicos (periódicos, radios y cadenas de televisión), por los medios digitales y por las redes sociales. La inmediatez de la información digital favorece que la mentira se difunda rápidamente y se asiente en el imaginario público antes de poder ser verificada, pero ¿por qué funcionan? ¿Cómo operan los bulos en el cerebro de las personas?
Nuestra mente combina dos sistemas: un modo de pensamiento rápido, que opera sin esfuerzo e instintivamente, confiando en la intuición y las experiencias pasadas, y un modo de pensamiento lento, involucrado en un análisis lógico que requiere un esfuerzo mayor. Además, nuestro cerebro utiliza el “sesgo de confirmación” que lleva a las personas a aceptar información que reafirma sus creencias y rechazar aquella otra que las desafía, reforzando la prevalencia de las mentiras. Creemos aquello que estamos predispuestos a creer de antemano.
Daniel Kahneman, autor de Thinking, Fast and Slow, explica que el cerebro humano suele optar por lo que resulta familiar y comprensible de inmediato, lo que facilita la aceptación de información falsa. Además de la familiaridad los bulos tienden a generar una carga emocional que facilita su aceptación e involucra en su transmisión: las personas prefieren historias coherentes con su forma de pensar, aunque sean falsas, porque se alinean con su forma de ver el mundo.
Robert Cialdini en Influence: The Psychology of Persuasion señala que la emoción, especialmente las emociones intensas, desempeñan un papel central en la adhesión a ideas y aumentan la probabilidad de que la gente comparta esa información. «Las personas están más dispuestas a creer información que provoca una respuesta emocional, ya que se percibe como más real o relevante». Este fenómeno se intensifica en las redes sociales, donde los rumores se amplifican al compartirse rápidamente sin verificación. Así, el difusor de bulos no solo busca desinformar, sino también provocar una respuesta emocional en su audiencia, para que colabore amplificando el bulo.
Otro factor clave es la repetición del bulo. El psicólogo Tom Stafford menciona que la repetición es clave en la propagación de los bulos: «la exposición reiterada a una idea hace que sea percibida como verídica». Este sesgo conocido como «efecto de verdad ilusoria» hace que, aunque una persona sepa racionalmente que algo es falso, pueda terminar creyéndolo si lo escucha repetidas veces. En las redes sociales ese papel lo juegan los “bots” que son programas informáticos automatizados que realizan tareas repetitivas en una red y simulan que son interacciones humanas.
Así, la psicología del bulo muestra cómo la combinación de emociones, sesgos cognitivos y la exposición repetida contribuyen a que las mentiras prosperen y se mantengan en el tiempo, afectando profundamente la percepción social.
El cerebro del difusor de bulos opera bajo influencias psicológicas complejas que, en muchos casos, son inconscientes. Estos individuos suelen compartir rumores o información falsa por una combinación de sesgos cognitivos, emociones intensas y recompensas económicas, políticas y sociales. El acto de compartir bulos produce una recompensa social, especialmente en entornos digitales. Al compartir una información sorprendente o escandalosa, el difusor suele recibir atención en forma de “me gusta” o comentarios, lo que genera una sensación de reconocimiento, pertenencia e influencia social. Esto se relaciona con el sistema de recompensa cerebral, donde la dopamina juega un papel importante al reforzar comportamientos que generan gratificación, aun si la información es falsa.
En conclusión, la psicología del bulo aprovecha la inclinación humana hacia la confirmación, la familiaridad y la repetición, logrando que ciertos rumores y falsedades influencien de manera profunda y persistente la percepción pública y la toma de decisiones en función del contenido del bulo.
La propagación de bulos es inmoral porque altera la realidad, juega con la confianza de las personas y puede causar daños profundos como generar alarmas infundadas, destruir reputaciones y sembrar odio o desconfianza. En el ámbito de la salud son especialmente peligrosos: pueden llevar a la gente a rechazar tratamientos efectivos o a adoptar prácticas dañinas. La mentira se convierte en una herramienta de manipulación que busca aprovecharse de la vulnerabilidad y del desconocimiento de las personas, socavando los cimientos de una sociedad informada y responsable. Combatir los bulos es un deber ético.
Por. Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario
@BarruecoMiguel