Querido Suso, es la primera vez que escribo por encargo. No estoy muy seguro de cómo resolver este artículo, pues imagino que tendrás una idea preconcebida de lo que esperas leer. Algo me has contado de tu experiencia con los mensajes y fotografías que me enviaste al whatsapp estos días, pero no lo suficiente como para que yo pueda revivir lo que no me pertenece.
Intentaré estructurar esta columna de opinión con la emoción que pude captar en tu voz y la información que recibí sentado en el sillón del comedor, mientras devoré atónito los informativos de televisión en esta semana trágica, que nos sumió a todos en un carrusel emocional de dolor, estupor, impotencia e indignación.
El pasado 29 de octubre, 78 pueblos de Valencia quedaron anegados por el agua, el barro y la más profunda desolación tras el paso de una Dana de proporciones descomunales, algo que nunca vimos tan cerca. Acostumbrados a mirar estas catástrofes atmosféricas televisadas en otros lugares del mundo, está vez bastaba con asomarnos al balcón para escuchar el llanto y la desesperación.
Agua sedienta de si misma, atragantando cauces, desagües y alcantarillados urbanos, que vomitaban todo lo que habían engullido durante años, obstruyendo puentes, arrasando campos, caminos, vías férreas y carreteras. Arramblando vehículos, animales, mobiliario urbano, hogares y más de doscientas vidas humanas, que no respondieron a la última llamada. El día después, las despedimos con un minuto silencio que se hizo eternidad.
El 1 de noviembre sobre las cuatro y media de la tarde recibí un whatapp en el que me decías: “Voy camino de Valencia… si llegamos te envío información para Lira”. Sin decirme nada más. Ya estabais en carretera Sergio, Jaime y tú subidos en una furgoneta prestada por Frutas Tardáguila para ayudar a la familia de Sergio, que vive en Benetúser cerca de Alfafar, uno de los pueblos más afectados por la Dana.
Todavía os faltaba parar en Madrid para recoger los utensilios de limpieza y otros enseres que os tenia preparados el sindicato Jupol: carretillas, palas, botas de goma, agua, comida, etc. Ya entrada la noche conseguisteis llegar a vuestro destino. Estoy seguro que al pisar le barro por primera vez, una bofetada de realidad os corto la respiración.
En tu primera mañana enviaste una crónica con tres frases que deberían hacernos valorar más lo que tenemos: «Compramos 50 barras de pan y las repartimos entre los que no tenían”. “Hasta donde hemos llegado nosotros está todo destruido”. “Huele a barro a húmedo y las calles están secas”. Era como un prólogo de lo que viviríais a partir de ese momento.
Mientras en los telediarios, los que no fuimos, vimos como España entera donaba brazos, aliento, alimentos, dinero, material sanitario o de limpieza. En todos los hogares conocíamos a alguien que estaba allí. Yo te conocía a ti, pero también sabia de Sergio, por el trabajo que hicisteis durante dos años con la producción de Burujú el último Unicornio de forma altruista, para ayudar a los niños con cáncer del Hospital de Salamanca.
Teníais previsto volver a Salamanca el primer lunes, pero como bien describes en tu segunda crónica del domingo 3 de noviembre, os quedasteis “porque hay sitios aislados con mayores enfermos”. Ha vuelto a llover y escribes: “Ahora huela a tristeza”, no parasteis de llevar ayuda a enfermos en diferentes poblaciones: Pincaya, Poiporta, Algemesí, Masanasa, Sedaví, Catarroja.. e intuyes que «la tragedia está por descubrir”.
Al final decidisteis volver el martes 5 de noviembre y cuando pude hablar contigo por teléfono, tal vez sin darte cuenta, describiste a la perfección lo que habíais vivido: «Al pasar por Valencia, gente en las terrazas de los bares, la tiendas abiertas, las calles sin barro, de repente era como volver a la civilización”. Estuvisteis sumidos en escenario apocalíptico durante cuatros días, que gracias a gente como vosotros volverá a ver la luz y quién sabe si también a Burujú.
1 comentario en «Querido Suso, gracias»
Gracias..por escribir tan bien