Escribía en esta misma columna la semana pasada sobre los mecanismos psicológicos en los que se basan los bulos para operar sobre nuestro cerebro. Esta semana la columna versa sobre su empleo en la esfera política.
El bulo y la propaganda en política son herramientas estratégicas diferentes utilizadas para influir en la opinión pública para conquistar o consolidar el poder y evitar la rendición de cuentas. Aunque ambos conceptos, bulo y propaganda, difieren en su forma, ambos comparten la intención de manipular la percepción de la realidad por los ciudadanos (usted y yo) para obtener réditos políticos y económicos a través de su difusión. En la actualidad el propagador de bulos desempeña un papel similar al antiguo “agitador político” al que ha sustituido. El bulo es una información falsa o distorsionada que se difunde en un momento concreto, frente a un hecho puntual, para engañar y provocar una reacción emocional, mientras que la propaganda es un conjunto de mensajes sistemáticos organizados que buscan influir en las actitudes y comportamientos a favor de una causa o ideología.
Su empleo es muy común en la esfera política, donde las identidades y lealtades partidarias son generalmente acríticas y muy fuertes, para influir en la percepción de la realidad y llevan a las personas a validar y compartir bulos sin verificar. Los bulos políticos suelen propagarse rápidamente, especialmente en tertulias televisivas y redes sociales, donde la difusión es inmediata, el alcance amplio y la verificación de la información limitada. Tiene un efecto polarizador que debilita el debate racional, favorece la manipulación y erosiona la confianza en las instituciones democráticas.
Hannah Arendt (1906-1975) fue una filósofa y teórica política alemana reconocida por sus análisis sobre la naturaleza del poder, la política y el totalitarismo. Nació en Alemania, fue perseguida por el régimen nazi por su origen judío y se exilió en Nueva York donde se convirtió en una influyente pensadora. Entre sus obras destacan Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958), y Eichmann en Jerusalén (1963). En esta última obra, inspirada en la denuncia de los crímenes del nazismo, acuña por primera vez el término “banalidad del mal” para describir cómo personas normales pueden cometer actos atroces por obediencia ciega y conformidad oportunista.
Arendt mantuvo siempre un enfoque crítico y valiente para abordar temas incómodos. Su obra explora la fragilidad de la democracia, la importancia de la acción política y la necesidad de que los ciudadanos defendamos activamente la verdad y la libertad.
En su obra Verdad y mentira en política, escrito en 1967 en Estados Unidos, en el contexto de la guerra de Vietnam, analiza la compleja relación entre la verdad, la mentira y el poder político, y reflexiona sobre cómo las mentiras utilizadas como herramientas políticas tienen implicaciones éticas y sociales importantes, por lo que destaca la trascendencia de que los individuos y las sociedades defiendan vivamente la verdad. Este ensayo, cincuenta años después, sigue siendo una lectura necesaria para comprender el papel de la verdad en la política y el potencial destructivo de la manipulación de la realidad por la mentira en la vida pública.
Arendt diferencia entre dos tipos de verdad: la “factual” que se basa en hechos objetivos y observables, y la “racional”, relacionada con ideas y principios lógicos. Sostiene que ambas son cruciales para la sociedad, pero advierte que la verdad factual es especialmente vulnerable a la manipulación, ya que es más fácil de distorsionar para servir a intereses políticos espurios. Explica que el poder político puede transformar hechos o incluso «hacer desaparecer» verdades factuales, reescribiendo la realidad para ajustarla a sus intereses. Esta manipulación va más allá de mentiras aisladas: es una estrategia de control que reconfigura la percepción social de la verdad, con el riesgo de alterar incluso el curso de la historia y reescribir el pasado.
Para Arendt la verdad y el poder no siempre son compatibles; sostiene que existe una “tensión intrínseca entre la verdad y el poder”, pues mientras la verdad busca aclarar la realidad, el poder suele buscar su conveniencia mediante la manipulación de hechos; por ello “la mentira se convierte en una herramienta política poderosa”, utilizada para controlar la sociedad. Sin embargo, advierte que el uso de la mentira mina la confianza de los ciudadanos y puede desestabilizar los sistemas políticos.
Arendt subraya la “responsabilidad de los ciudadanos” en la defensa de la verdad. Una ciudadanía crítica y atenta puede resistir la manipulación política, preservando la integridad de la verdad factual. En un contexto donde la mentira política amenaza la cohesión social, Arendt advierte de los peligros de una política que desprecia la verdad y llama a los individuos a defenderla como un valor fundamental para la democracia.
En resumen, Arendt destaca cómo las mentiras y la manipulación de la verdad son elementos centrales de la política moderna, con efectos profundos en la percepción de la realidad y el ejercicio del poder, advierte sobre los riesgos de una política que desprecia la verdad y utiliza la mentira y destaca la importancia de que los individuos y las sociedades la defiendan activamente.
Desde 1967 cuando Arendt escribió su libro la sociedad ha cambiado mucho y los instrumentos de manipulación de la verdad al servicio del poder se han perfeccionado y multiplicado. A los instrumentos tradicionales de “modelar” la opinión pública como los periódicos, se han unido cadenas de televisión ocupadas por tertulianos que, mayoritariamente, son “la voz de su amo”, y las redes sociales como instrumentos de difusión de bulos y manipulación de la opinión pública, por lo que los ciudadanos debemos permanecer especialmente atentos y recordar que “solo la verdad nos hará libres” (Evangelio de Juan 8:32).
Los ciudadanos no debemos aceptar la mentira en política como un mal necesario o un mal menor. La exigencia de integridad debe ser una constante en cualquier sistema democrático. La verdad en política no es simplemente una cuestión moral, sino que constituye los cimientos de la estabilidad y legitimidad de cualquier sistema de gobierno.
En un campo donde el poder y la persuasión suelen primar sobre la honestidad, la verdad enfrenta constantes desafíos, pero sigue siendo un pilar fundamental para la legitimidad de las instituciones y la confianza ciudadana. Es preciso un cambio regulatorio que penalice severamente la desinformación y la manipulación y fortalezca la confianza en los procesos políticos. La defensa de la libertad de información no puede amparar el uso continuado de la mentira. La lucha contra la desinformación es, en última instancia, una defensa de la verdad y la democracia. No hacerlo supone sumir a la sociedad en el cinismo, la apatía y más pronto que tarde en el nihilismo político.
Por. Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario
@BarruecoMiguel