Opinión

Hospital

[dropcap]E[/dropcap]sta es la ocasión en la que uno no entiende que Salamanca, ciudad y provincia, no haya saltado en bloque a la calle a gritar que el Hospital no se toca, que el Hospital se tiene que terminar como una emergencia, que el Hospital tiene que recuperar la fuerza asistencial, docente e investigadora que tuvo. Gritarle a la Junta, y exigirle, que no se consiente que sigan eliminando personal, que sigan deteriorando servicios, que sigan llevando por delante las posiciones punteras que se habían logrado, que sigan con las obras en fuera de plazo. Uno no se explica que Salamanca, desde todos los tintes y colores sociales y políticos, no esté reclamando con plena justicia que con la salud no se juega, que no se puede destrozar las posiciones que se habían alcanzado.

Tal como se están desarrollando las situaciones en relación con el Hospital, sean referidas a personal o a instalaciones, nos están obligando a pensar que se aplican posiciones intencionadas para reducir la potencia puntera que en muchos aspectos alcanzó hasta época cercana. Se están desnutriendo, incluso destrozando, los prestigios asistenciales, aparte de las repercusiones docentes y de investigación, que colocaron a ese Hospital en primera línea. Hoy ya no lo está, y no por causa de los profesionales –aunque no faltan los que se han ido a otros puntos con mayor atractivo–, sino por culpa de la Junta de Castilla y León que está reventando –y no es ninguna exageración– el esfuerzo de muchos años de trabajo bien hecho. Además, y no deja de guardar relación con lo anterior, se ha sumado la increíble situación relacionada con las obras del nuevo hospital, que deberían haber terminado –según su propio plazo– en 2013… y ahora alargan hasta 2019. ¿Quieren obligarnos a que pensemos en una cierta intencionalidad en relación con el trato que se está arreando a los salmantinos en ese ámbito? Quienes no creemos en las brujas, a veces no queda más remedio que pensar que haberlas, haylas.

Salamanca ya está pagando caro lo que ocurre con el Hospital. Y aún le costará más dolor y más lágrimas. Más pobreza y más riesgo. Pero esta ciudad –salvo algunos intentos de poner en órbita esa preocupación, que lamentablemente no han encontrado eco– está tranquilamente apoltronada en su inquietante estatismo de ciudad que no salta en la defensa de derechos esenciales como es el referido a la salud. Y es que, lamentablemente, no se trata sólo de recortes, sino que lo que se advierte es una concepción de destrozo, unas posiciones de reventar logros alcanzados o en fase de crecimiento y avance.

Uno recuerda aquellas carnavaladas –que eso fueron, realmente– que se organizaron años atrás en esta ciudad con motivo del “robo de los papeles”, los documentos del Archivo de la Guerra Civil devueltos a Cataluña. Por unos papeles (y ya no entramos en la procedencia o no de la devolución), que aunque hayan salido del Archivo no han causado ningún perjuicio a Salamanca (al contrario, han venido cientos de miles más que los enviados), se montaron unas algaradas de mil demonios. Y bien, ahora que nos están segando servicios asistenciales, docentes e investigadores en el Hospital, con la enorme repercusión que ello tiene en la población –y más aún en una población envejecida como es la de la ciudad y la provincia–, resulta que permanecemos sentaditos, cargados de resignación. ¿Por qué se protesta por unos papeles y no se sale a la calle con fuerza, con contundencia y con toda razón a exigir al Gobierno regional que no maltrate a Salamanca? No debe ser posición de un partido o de otro, de una organización o de otra, sino que debe ser el grito firme, basado en la reflexión y en el derecho, de los ciudadanos salmantinos.

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