Que hoy el deporte se venda a dictaduras crueles y sin escrúpulos no implica fatalmente que su espíritu se haya arruinado del todo y en todas partes, sino que al menos en alguna medida y en algún sitio, su espíritu noble y competitivo se conserva, probablemente de forma amateur y con la energía y la pasión de los amantes primerizos.
En otro orden de cosas -o quizás en el mismo- leía yo estos días el relato «El hombre natural y el hombre artificial» de Santiago Ramón y Cajal, contenido en su libro «Cuentos de vacaciones», y meditaba en la polarización presente inspirado por la sustancia polémica de ese cuento antiguo:
«Formulábamos un solemne mentís contra el evolucionismo, exigiendo a darwinistas y hekaelianos nos mostrasen las transiciones morfológicas entre las actuales especies, el tránsito, por ejemplo, entre el reptil y el ave o entre el orangután y el hombre, y nos respondían echándonos en cara nuestra ignorancia y describiendo con todos sus pelos y señales un extraño bicharraco fósil, el Archaeopterix macrurus, especie de lagarto con plumas en posesión de caracteres mixtos de pájaro y reptil, y el hombre-mono de Java, con un cráneo intermedio entre el orangután y el malayo»…
«Proponíamos, en fin, cual redentora y universal medicina para los males y desigualdades sociales, la caridad de los ricos y la resignación de los pobres, y nos replicaban que remedios fracasados durante mil ochocientos años de empleo no son remedios, sino sarcasmos, y que la verdadera panacea no consiste en la piedad, sino en la justicia…» Se lee en el cuento de Cajal.
¿Qué tiene de nueva, qué de vieja, y qué de intemporal esta polarización de ahora que ocupa tantos titulares de prensa?, me preguntaba a raíz de esa lectura de Cajal que me hizo recordar el contubernio antievolucionista y anticientífico, vivido hace pocos días en el senado español para vergüenza de nuestra patria.
Como a mi juicio se trata de una polarización -esta nuestra de ahora- con olor a naftalina, muy publicitada sin embargo como posmoderna y novedosa, polarización reconocible como heredera de una saga, y que de vez en cuando se actualiza con temas y modos nuevos, o incluso con los mismos temas de siempre (o parecidos) y con los mismos malos modos de costumbre, conviene tomar distancia y perspectiva mediante el conocimiento de los antecedentes para apreciar una especie de constante histórica.
Y opino también que esa constante histórica, si la sabemos manejar con prudencia y elegancia, incluso con la deportividad que el contexto democrático favorece, sin renunciar por ello a las sales y agudezas que permitan evaluar con más énfasis los contrastes, puede tener un resultado muy positivo de avance y mejora, que de eso se trata.
Alcanzar esa dialéctica beneficiosa y positiva, desarrollada en buena lid, requiere un esfuerzo por parte de todos, pero ese esfuerzo debe estar presidido por algunos principios irrenunciables:
Uno: la violencia y las amenazas no son admitidas en este club. Tampoco las mentiras cuando son descubiertas y desenmascaradas, pues se considera, entre gente honesta, que eso es hacer trampa.
Dos: los postulados del adversario político no por ser distintos de los nuestros son por ello ilegítimos.
Tres: las Legislaciones y Constituciones son obras humanas y perecederas, se adaptan, avanzan, y se transforman. No son inmanentes ni tienen un origen divino, y no están dadas de una vez para siempre. Por consiguiente, las propuestas de cambio de los marcos legales y constitucionales, no equivalen a una traición, sino que por lo general son el resultado del análisis racional y la observación empírica. Es parte del juego democrático.
Cuando esos marcos normativos permanecen hieráticos y como «fosilizados» tras décadas de cambios y transformaciones en su entorno, hay muchas posibilidades de que esos referentes se conviertan en rémoras inútiles sin más utilidad que un fetiche.
Observando como se manejan otros países vecinos de nuestro entorno, con más elasticidad y flexibilidad que nosotros, hemos de suponer que nos contemplan como bichos raros, o como cavernícolas aferrados a un tótem.
Cuarto y como resumen: en la confrontación política mediante debate y argumentos conviene mantener y alentar un espíritu deportivo similar al que pueda darse -por poner un ejemplo- en el debate científico, en el que las distintas hipótesis o propuestas respetan unas reglas del buen hacer, o lo que ha dado en llamarse el método científico.
En definitiva, y como en cualquier deporte, unas reglas iguales y acordadas, que pueden evolucionar para su mejora, permiten a los contendientes competir en igualdad de condiciones para obtener una victoria justa o una derrota transitoria siempre reconvertible en victoria en el próximo match.
Ahora bien, al que comete una falta tras otra y pega patadas, se le saca tarjeta roja y se le expulsa del partido. No desmerezcamos de nuestra herencia griega, raíz y fundamento de Europa, que junto al espíritu olímpico nos trasmitió el espíritu democrático. Es en ese clasicismo sabio, y no en el feudalismo medieval, donde hemos de buscar nuestro futuro.