Opinión

Involución y memoria

El paredón del cementerio donde los franquistas fusilaban a los republicanos.

La superación del pasado no consiste en su olvido, antes al contrario el olvido supone un obstáculo para esa superación y un aliciente para su repetición.

Esto es algo que entiende todo el mundo. Por eso allí donde las tiranías y las dictaduras han sido superadas, está institucionalizada la memoria de sus desmanes.

Resulta paradójico que los mismos que aún ven bolcheviques (eso dicen) hasta debajo de las piedras, como le acaecía en su tiempo al infame y deshonesto senador McCarthy, el famoso inquisidor de la «caza de brujas», y que también vislumbran todavía hoy conspiraciones judeo-masónicas a cada vuelta de la esquina (alucinaciones típicamente franquistas), que por cierto son los mismos que proponen en momentos de furor «desacomplejado» fusilar a 16 millones de españoles -niños incluidos- para dejar limpia España, su España y de nadie más que de ellos (cosas similares proponían por cierto los verdugos de Franco), digan ahora que sobra y está de más recordar al dictador, sus fechorías, y sus secuelas, como dando a entender que eso ya está superado y no tiene vuelta atrás. No sé yo.

Parece este un caso más de la práctica preferida últimamente por nuestra ultraderecha liderada por Ayuso y Abascal: soplar y sorber al mismo tiempo. Práctica que ya utilizaron con profusión durante la pandemia COVID y durante la última dana de Valencia.

Consiste esta práctica, poco honesta y poco útil para el bien común, en jugar al despiste y la confusión general bajo el principio guía de que cuanto peor mejor y «a río revuelto ganancia de pescadores».

Y así conviene decir de cara a la galería que ya no existe franquismo en España porque estamos inmunizados en buena hora y todo él se ha disuelto o trasmutado en neoliberalismo posmoderno, de motosierra, con su toque de piratería financiera, en neoliberalismo feudal en suma (que sería el acto de soplar), al mismo tiempo que se incurre en la alabanza incorregible y nostálgica, o incluso en la reivindicación apasionada de lo que aquello fue (que sería el acto de sorber): en síntesis 40 años de dictadura fascista .

Ya digo: soplar y sorber al mismo tiempo y en complicada sincronía.

Como precisamente todos somos conscientes de un retroceso en España en materia de condena del franquismo (condición sine qua non de una democracia occidental y verdadera), y hemos asistido en nuestros días a escenas y fenómenos que no creíamos posibles ya, tal que alabanzas infames del dictador en sedes institucionales; rezos de rosarios ante sedes políticas y como práctica política, algo menos intimidatoria desde luego que las amenazas directas a políticos electos, que sin embargo también han proliferado; apología descarada del regreso al monopolio cultural del nacional-catolicismo medieval (aquí siempre hemos de recordar la armadura feudal con que se retrataba Franco perdido ya todo el sentido del ridículo); el resurgir potente o el desvelamiento (probablemente esto último) de la actividad siniestra y sórdida de las cloacas «franquistas», bien sea para perseguir en pleno siglo XXI a políticos electos o para enmascarar las fechorías del rey emérito…

Todo ello junto parece indicarnos que no parece que esté de más un recuerdo a tiempo que nos refresque la memoria sobre lo que es y supone en último término una dictadura fascista, que además duró la friolera de cuarenta años, caso insólito en el ámbito europeo.

Y ya que mencionamos como parte de este revival nostálgico a las «cloacas» franquistas, persistentes aún hoy (Villarejo y compañía; guerra sucia contra Podemos…), conviene recomendar una magnífica serie de televisión del año 2023, «Pacto de silencio», sobre el caso de la desaparición de «El nani». Puede verse en RTVE PLAY.

Estos sucesos, que tuvieron lugar durante los años ochenta, gobernando Felipe González, aúna todos los elementos propios de la persistencia recalcitrante del franquismo.

Aparece por allí, en medio del fregado policial y delictivo, incluso un aristócrata delincuente, Jaime Mesía Figueroa, nieto del primer conde de Romanones.

A partir del minuto 45 del episodio primero de esta serie -imprescindible como ejercicio de memoria-, asistimos a las explicaciones del periodista Javier Valenzuela (entonces en El País) sobre las presiones que sufrió y él y su medio por parte del gobierno de Felipe González y Barrionuevo (su ministro del interior), al objeto de echar tierra sobre el asunto y no avanzar más en la investigación. Conviene recordar esas cloacas porque aún están activas aquí y ahora.

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