Parece que los incendios recientes de California vuelven a marcar un hito de sorpresa y estupor, no solo por la época en que ocurre (invierno) sino por su magnitud desaforada. Pérdidas humanas (las más importantes), pérdidas económicas, impotencia, y devastación general.
Un dato común a todos estos desastres que ya se suceden sin solución de continuidad (y aquí podemos incluir la última dana de Valencia) es precisamente su costo económico, de tal envergadura que hace tambalearse la seguridad de los seguros. Hoy día, y gracias al cambio climático, los seguros empiezan a ser negocios inseguros.
Parece razonable que el cambio climático y sus desastres, aconsejan no solo reforzar las medidas preventivas contra ese cambio, sino también las medidas defensivas contra su impacto actual. Es decir, reforzar y hacer respetar las normas de urbanismo, pero también reforzar los servicios públicos de emergencias, de bomberos, servicios forestales, y sanitarios, que puedan hacer frente a esas catástrofes en el momento en que se producen, además de prevenirlos, si no queremos acabar como en algunos países «libertarios», regidos por la «Ley de la selva», o mejor dicho, por la «Ley del capitalismo salvaje», donde unas famosas multimillonarias (por poner un ejemplo) pueden salvar su hacienda y bienes contratando bomberos privados, mientras los de los demás ciudadanos del común se queman y se van al garete.
Como suele ocurrir durante este tipo de desastres, la ultraderecha política y cultural ya ha buscado explicaciones irracionales y paranoicas, como que
Hollywood había ofendido a Dios, y de ahí que los vientos de Santa Ana, llenos de furor divino en esta ocasión, hayan esparcido por doquier torbellinos de ascuas incendiarias, sumando al huracán el fuego.
Esperemos que al menos los negacionistas no reciban subvenciones públicas y se conformen con la jugosa financiación que reciben por otro lado.