En un discurso que pronunció en Munich hace pocos días J. D. Vance (hay quien lo califica de «histórico» cuando lo único que pasará a la Historia es la simpleza de considerarlo relevante), el vicepresidente de Trump abogó por la libertad de expresión, incluyendo en esa libertad también la libertad para mentir, intoxicar, y engañar sin consecuencias punibles. Algo que a todas luces está muy alejado del espíritu humanista.
A lo mejor ese discurso es un encargo de su colega plutócrata Elon Musk, que le tiene manía a Europa, está metido en el negocio de los algoritmos, y controla una red llena de bulos.
Igual tesis podría haber defendido Goebbels, que hizo también en su tiempo amplio uso de esa libertad para el engaño, la mentira, y el odio, mientras censuraba y suprimía la libertad de expresión de los demás, en un régimen totalitario y antidemocrático que paradójicamente había salido de las urnas.
Goebbels habría disfrutado hoy con el control en régimen de monopolio de los algoritmos, tanto como lo hizo en su día con el control de las ondas de radio.
Sobre este tema de la libertad de expresión recomiendo ver en Youtube las caras de los que ahora se dicen sus abogados (o sea toda la tropa trumpiana, incluido el propio Vance) cuando la obispa Mariann Edgar Budde tuvo el atrevimiento de expresarse libremente y decirles a la cara, durante un oficio, educadamente y con palabras medidas, su opinión cristiana y humanista sobre la deportación de emigrantes que ya había puesto en marcha la Administración de Trump.
Si los gestos pudieran matar (y me refiero a las caras que ponen Trump, Vance, y compañía, al escuchar las palabras de la obispa), esta eclesiástica digna y valiente no habría salido viva de esa ceremonia, por el atrevimiento de expresarse libremente ante gente tan poderosa como prepotente.
Lo cual desnuda el fondo verdadero, violento y tendente a la tiranía, oculto tras la máscara publicitaria de muchos de los que hoy se dicen «libertarios».
Y una vez aclarado de qué tipo de abogados del diablo y de qué tipo de «libertad» de expresión estamos hablando (libertad para mentir y engañar al personal incauto), señalemos la relación de esta pseudo libertad con otros tipos de «libertades» que estos «libertarios» defienden, casi siempre apoyados en el concepto eufónico de «desregulación», que suena hasta romántico, moderno, y liberal, siendo así que supone y persigue todo lo contrario a lo romántico, liberal, y moderno, pues los objetivos últimos de esa «desregulación» son básicamente la impunidad de la estafa (ahí están Milei y sus chanchullos con criptomonedas, en la estela de la estafa financiera de 2008), la impunidad ante el crimen de guerra y el fraude económico, y como resumen de todo, la plutocracia y la cacocracia investidas de poder absoluto y justificadas como tiranías posmodernas que no tienen que responder ante nadie.
Estos «libertarios», cuyos únicos intereses y derechos defendibles son los suyos, y para los que la palabra libertad se refiere a la suya propia -muy exclusiva- para delinquir y engañar, tienen lógicamente fobia a las regulaciones y por extensión al Estado de derecho. Como no creen en la sociedad organizada ni en el Estado que la articula, tampoco creen en el Estado de derecho ni en el Derecho internacional, que derivan precisamente de la vida organizada en sociedad. Aquel «Derecho de gentes» de la escuela salmantina del padre Vitoria, se les antoja poco menos que leninista y consideran que durante el feudalismo se vivía mejor, porque entonces no se reconocía más derecho que el derecho de pernada y el que deriva del
ejercicio de la violencia.
Ahora bien, si por una parte podemos encontrar dentro de este club, «libertarios» finos que se envuelven, para disfrazarse, en una retórica casi académica de eficacia tecnócrata y darwinismo «social», y también libertarios épicos que adoptan el papel de héroes de tragedia frente al Leviatán opresor, los cuales aspiran a fusionar en un mismo tronco literario el superhombre de Nietzsche y al poeta romántico y bohemio, luego viene Trump, más directo y simple, y los resume (o desnuda) a todos ellos desvelando el secreto de la libertad a la que aspiran en dicho club, que no es otra que la de hacer lo que les dé la gana, como si vivieran en Marte y sin respetar la libertad ni el espacio vital de los demás.
Y todo ello no es sino el resultado de confundir libertad con impunidad, que en el rango de las confusiones no solo es una confusión torpe sino una confusión interesada.
A partir de ahí, fronteras de soberanía, Derechos humanos, o Derecho internacional, son cosas que corresponden a un pasado «progre», menos «libre» y superado ya por la posmodernidad, porque lo que cuenta a la hora de la verdad es la libertad «libertaria» del más fuerte para imponerse y abusar de los demás.
La guerra y la violencia, o incluso los golpes de Estado, siguen siendo, como antaño, los medios más idóneos para este tipo de «revoluciones» que añoran el pasado y nos quieren regresar a él. Y la mentira sigue siendo el medio más útil y rápido para el triunfo. Lo cual enlaza con el discurso de Vance.
La libertad «libertaria» no es libertad, y probablemente a eso es a lo que se refería Timothy Snyder cuando decía: “En Rusia observamos la transición de la definición de la libertad como falta de barreras a una política de fascismo donde no existen barreras para los caprichos del Líder”.
Una reflexión que apunta a la conexión oculta entre los pseudoliberales en boga y el fascismo, y cómo en un escenario de posverdades, la libertad que predican estos «libertarios», puede ocultar la tiranía y sus métodos. Empezando por dejar sin valor ni soporte el Derecho internacional. Pero también dejando al arbitrio de cada cual los fundamentos de la ciencia y el método científico.
Traigamos brevemente a la memoria un par de nombres directamente relacionados con el falseamiento actual de la palabra «libertad» y la consecuente manipulación del término «libertario»: Ayuso y Milei.
Ambos se declaran admiradores de Trump y potenciales imitadores del trumpismo. Y debemos considerar este dato como importante y significativo. Trump ha escogido, durante su segundo mandato, como socio privilegiado (parece su sombra mefistofélica que le acompaña a todas partes) a Elon Musk, al cual no se le ocurrió mejor forma de estrenar y celebrar ese privilegio de acceso directo al poder (sin pasar por las urnas, pero tras generoso regalo económico al candidato Trump) que hacer el saludo nazi.
A su vez Steve Bannon, que es uno de los principales impulsores del trumpismo yanki, tampoco ha tenido ningún empacho en repetir el mismo saludo nazi (como Elon Musk) ante una muchedumbre de forofos neofascistas. Dicen que uno y otro, Musk y Bannon, están enfrentados, así que debemos considerar que la competición entre ambos intenta dilucidar quién de los dos es más nazi o la tiene
más grande, la motosierra.
No parece que sea necesario hilar muy fino ni atar muchos cabos para señalar los lazos que unen a aquellos autodenominados «libertarios» de motosierra, con estos otros energúmenos del saludo nazi. Máxime cuando unos y otros se declaran su admiración mutua y su alianza estratégica.
Lo cual nos lleva de nuevo a la tesis de este artículo: La libertad «libertaria» no es libertad, sino el germen de la dictadura.
Aunque también puede ser en ocasiones -cada vez más frecuentes- el germen de la estupidez y de la desgracia. Pongamos un ejemplo de ello:
Ahora que «Carlos Mazón desvela, cuatro meses después, la hora a la que llegó al Cecopi el día de la dana: “A las 20.28”…»Una de las principales cuestiones (que se plantean) es por qué se mandó la alerta masiva a los móviles tan tarde, a las 20.11 horas, con decenas de pueblos inundados y muchos desaparecidos” (El País).
Una de las posibles respuestas a esta inquietante pregunta es la siguiente: pudo deberse en gran parte a la existencia de una potente corriente ideológica posmoderna-reaccionaria-libertaria-conspiranoica, imitación servil de una corriente extremista yanqui, que califica ese tipo de alertas y avisos como «pitidos orwellianos», o sea, como injerencias inadmisibles del Estado en la vida privada de las personas.
Esa idea de “libertarismo” flotaba en el ambiente antes de la desgracia de Valencia, cuando muchos responsables políticos no consideraron útil o «libertario» avisar a la gente.
Las reflexiones “libertarias” sobre los “pitidos orwellianos” precedieron a la desgraciada y nefasta gestión de la dana y probablemente influyeron en ella, puesto que la “alerta masiva a los móviles” implicaba lo que previamente había sido calificado -de forma peyorativa- como “pitido orwelliano”, invento tecnológico del Estado opresor.
A ese grado de estupidez tóxica ha llegado nuestra posmodernidad «libertaria».