El diablo impartió allí docencia nigromante y por ello urgía exorcizar este lugar maldito. Maldito porque el mal otrora allí campó y últimamente las desgracias se sucedieron en el entorno. A finales de los ochenta comenzaron las obras para recuperar la Cueva de Salamanca, que llevaba demasiado tiempo enterrada entre escombros y abandonos. El mérito se lo llevó Jesús Málaga, regidor entonces de la ciudad. Resultaba hiriente que un espacio tan presente en la literatura y la leyenda permaneciera oculto bajo la desidia.
La cripta de la antigua parroquia de San Cebrián quedó descubierta y con los accesos saneados se podía visitar libremente, junto a la torre del marqués de Villena, el discípulo aventajado que logró burlar al mismo Satán. Mucha leyenda y casi nada de realidad, pero la Cueva dio mucho que hablar y Cervantes, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Eugenio Hartzenbusch y otros la consideraron en su obra. Tanta resonancia tuvo que en casi toda América las cuevas de brujas pasaron a ser salamancas.
Después, para dignificar el espacio, se colocó allí una escultura de Agustín Casillas, dedicada a Torres Villarroel, que en algún momento, dicen, se aproximó demasiado a las artes ocultas. También durante los veranos la cripta sirvió de escenario para representar la leyenda de Villena. Pero, siempre hay peros, el maligno se adueñó del lugar y el antiguo seminario de Carvajal, cuyo último uso, antes de la «okupación», fue el de residencia semiclandestina de ancianos, se incendió varias veces y la plazuela quedó desolada. Luego llegaron los derrumbes de los muros y muralla, las humedades y los desprendimientos. De mal en peor.
Menos mal que entre concejales y arqueólogos, dejémoslo así, alguno tuvo la idea de recuperar el antiguo crucero de San Cebrián, trasladado a finales del siglo XIX al cementerio de San Carlos. Pero claro, entre el deterioro y el tiempo transcurrido, tampoco era cuestión volverlo a mover, así que se prefirió encargar una réplica. Y como el Pisuerga pasa por Valladolid y Óscar Alvariño acababa de terminar el último medallón de la Plaza, con la efigie de Alfonso IX, se le pidió que hiciera una copia. El escultor propuso fundirlo en bronce, para evitar algo exactamente igual y utilizar un material más resistente.
Entre unas cosas y otras, después de casi año y medio, al final se pudo inaugurar. Y, aunque sea una réplica, por fin el alcalde inaugura algo digno en lo que a escultura urbana se refiere, porque en este aspecto, de momento, su legado no pasará a la historia. Aunque ahí tiene el reto que en la rueda de prensa le lanzaron. Privados de los grandes escultores, fallecidos, Alvariño casi se ha convertido ya en uno de los nuestros. ¿Por qué no él para tomar el relevo de Núñez Solé, Venancio, Grande, Casillas o Mayoral?
Con la recristianización de la plaza parece que algo se removió y, sin estar en campaña, el alcalde anunció que por fin todo se iba arreglar, aunque en parte sea gracias a la hostelería, como la capilla de la Misericordia. Que san Cebrián, presente en el reverso del crucero, escuche nuestras súplicas y aleje por fin al diablo de este emblemático y recoleto rincón de nuestra ciudad.
1 comentario en «De santos y diablos»
Tanto que sabes y no sabes de quién es la idea «de recuperar el antiguo crucero de San Cebrián». No tengas problema en mencionar.