Opinión

Tiempos inciertos y Apocalipsis

Serpiente siete cabezas. Biblia Lutero

Las imágenes del fin del mundo siguen gravitando sobre la conciencia de la humanidad con no menos fuerza que en otros tiempos. Catástrofes y amenazas nunca faltan, y las señales están ahí para el que las sepa ver e interpretar. ¿Y si Trump no fuera sino un enviado de Dios (o del Diablo) con el fin de añadir al mundo esa dosis final de caos que le falta para…?  Nos invaden sudores de agonía cuando creemos ver una alusión al hambre y a la inflación en el tercer caballo del Apocalipsis, el negro, que vende todo muy caro con sus balanzas: “un litro de trigo por denario, tres litros de cebada por denario” (Revelación 6:6). Y, por si fuera poco, ¿acaso no es amarillo el color del cuarto y último caballo del Apocalipsis, montura de la Muerte? (Por si no lo habíamos advertido, la Biblia de Jerusalén nos aclara que el matiz “verdoso” del amarillo “es el del cadáver que se descompone, sobre todo por efecto de la peste”).  

Sin embargo, notamos que ha habido dos mutaciones radicales respecto a la noción del fin del mundo: por un lado, esas visiones escatológicas carecen ahora del sentido ultraterreno que tenían en otras épocas, para las que el Apocalipsis, con la Segunda venida de Jesucristo, era preludio de un nuevo orden, el Reino de paz y justicia universal de los elegidos. Por otro lado, el fin del mundo ha dejado de ser un tema literario o una proclama de profetas y visionarios para convertirse en algo factible por acción u omisión del ser humano, como nos recuerda, entre otros, el reloj “del Juicio final” (Doomsday Clock), que ahora mismo marca 89 segundos para la última medianoche.

Hemos venido señalando en esta remota esquina digital el alarmismo escénico de las autoridades y medios europeos, acongojados y ansiosos ante la repentina soledad de Europa en medio de un mundo hostil. No es de extrañar que la cultura acuse este estado de ánimo y derive hacia otros aún más sombríos. Aquí hablamos de dos exposiciones abiertas recientemente, una en París y otra en Madrid, que algo tienen que ver con ese ambiente un tanto histérico. La de CaixaForum, bajo el título de «Tiempos inciertos. Alemania entre guerras», pretende hacer un paralelismo entre aquella época y esta, pues, según Pau Pedregosa, su comisario, la República de Weimar fue «una época muy parecida a la actual, en la que los monstruos están volviendo a despertar».

Una época que, por otro lado, fue uno de los momentos estelares de la cultura humana, con un despliegue cultural y artístico apabullante. Solo en Alemania hubo pintores de vanguardia como Kandinsky, Klee y Grosz, prosperó la versátil Bauhaus, el cine inicial de Fritz Lang, Murnau y Billy Wilder, el teatro de Bertolt Brecht y Max Reinhardt; Thomas Mann… Todo ello en un ambiente de libertades políticas sin precedentes, auspiciado por el régimen republicano de Weimar.

Pero, añade Pedregosa, «todo acabó en la hoguera de la barbarie del Holocausto y de una nueva guerra”. Pues en el Berlín y la Viena de entreguerras también se incubaron los monstruos del racismo y del nacionalismo agresivo, que derivaron en los fascismos y dictaduras de la época, camino abierto a la guerra y a los campos de concentración. Parece como si la historia en determinados momentos pusiera como “extraños compañeros de cama”, de imposible convivencia, a la locura irracional y a la conciencia y la sensibilidad más exquisitas.

Lo que nos lleva a la otra exposición, «Apocalipse. Hier et demain», abierta en la Biblioteca Nacional de Francia, en París; un nuevo repaso a la historia y a la iconografía milenaria del libro de Juan. Esta exposición parecería muy lejana de la anterior si no fuera porque la analogía de los años treinta con la actualidad sugiere un nuevo desenlace catastrófico que, si consiste en otra guerra mundial, tendría muchas posibilidades de ser el último capítulo de la historia humana. En esta tesitura, mi abuela hubiera dicho: “que Dios nos coja confesados”.

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